UNO. Tal como las bandas de guerra acompañan a la tropa desde tiempos inmemoriales para envalentonar su espíritu, las canciones convertidas en combustible popular que refuerzan el sentido de la movilización provienen de los héroes surgidos de las entrañas colectivas que fraguaron piezas eternas. "Cuanto más cambian las cosas más siguen siendo lo mismo", acuñó para siempre el periodista y crítico francés Jean-Baptiste Alphonse Karr, y en este caso las canciones se repiten porque las demandas persisten a pesar del tiempo.

DOS. "Es muy lindo pero muy triste que se siga cantando" sintetizó hace unos días Jorge González porque "El baile de los que sobran" (1986) resuena en este estallido, una canción "como cualquier otra" según el músico al momento de su composición en una máquina de ritmos prestada a mediados de los 80. La historia contradice a González. Es el tema más significativo de Los Prisioneros en Chile. Cada línea no pierde vigencia ni potencial de eslogan, pancarta y calle:

"Nadie nos quiso ayudar de verdad".

"A otros dieron de verdad esa cosa llamada educación".

"Conozco unos cuentos sobre el futuro".

La canción, también estandarte en la revolución pingüina de 2006, es perfecta no solo por una letra de extraordinaria precisión y poesía para describir un sistema educativo injusto que fabrica pobres, sino porque, tal como sucede con el folclor andino, expresa tristeza con un ritmo festivo convirtiendo la pena en baile. El ladrido sampleado con aroma a pobla, el rasgueo chilenísimo de Claudio Narea que se pliega natural a un decorado synth pop, y los arreglos vocales donde la alternancia melancólica de Miguel Tapia endulza la frustración de Jorge González, allí todo encaja inmejorable.

TRES. Otro de los himnos espontáneos de estos días, "El Derecho de vivir en paz" (1971) de Víctor Jara, es una excepción dentro del cancionero del músico de reconocimiento mundial torturado y asesinado por militares tras el Golpe. Adelantándose décadas al featuring hoy reinante en el pop, Jara navegó contra los prejuicios culturales de su sector que satanizaba el rock por imperialista, convocando a Los Blops para electrificar su protesta contra la guerra de Vietnam. A pesar del link con el brutal conflicto que marcó los 60 y 70, lo que persiste es el mensaje acuñado en el título capaz de trascender en el tiempo, hasta el ribete universal de una quimera máxima.

Hay opiniones que acusan de descafeinada la reversión que incluye cambio de letra, grabada en estos días por algunas de las figuras más reconocidas de la escena nacional, elenco inclinado hacia artistas de los últimos 15 años. Entre ellos, varios del Nuevo pop chileno, cuyo material no ha permeado a nivel callejero en las protestas. De contenido social esquivo y más atento a las formas que el fondo, resulta anodino en este contexto y al momento de los quiubos calienta poco. La gallada tampoco corea clásicos de los 90 como Los Tres, La Ley, Lucybell o Chancho en piedra, bandas que reflejaban un Chile ansioso por reinsertarse con el mundo después de tanto año de bota y charretera.

Es cierto que ni la generación musical actual ni las previas en democracia tuvieron el mejor de los contextos para escribir versos incendiarios, en medio de un país bajo promesas vaporosas de ingreso al Primer Mundo caminando con pies de barro. Pero salvo notables excepciones en cortes puntuales de Ana Tijoux ("Shock"), Fiskales ad hok ("Lindo momento frente al caos") y LaFloripondio ("Matar al Presidente"), ha faltado agudeza artística para rasguñar los discursos triunfalistas. Por lo mismo volvemos a los clásicos.

CUATRO. "No es la clase de música que me gusta", reveló Jorge González en 1991 sobre Violeta Parra y Víctor Jara. Difícil saber si lo decía con la lógica juvenil de negar a los padres, o si realmente desconocía sus trabajos como aseguraba en esas mismas declaraciones. Sin embargo "Ni chicha ni limoná" y "El hombre es un creador", ambas de Jara, coinciden respectivamente con "Nunca quedas mal con nadie" y "El Baile de los que sobran". Cantan lo mismo pero en distintas épocas.

González no demoró mucho en ponerse al día con ambos. Se transfiguró en Víctor Jara para "Quien canta su mal espanta" (1994) y reversionó rabioso "Arauco tiene una pena" en 2013. Así, las canciones de todos ellos y otros como Quilapayún, Inti Illimani y Los Jaivas, suscritas a periodos álgidos de nuestra historia, persisten atávicas y contingentes y seguirán siendo entonadas como emblemas mientras las cosas sigan tal como están.