Los diagnósticos que explican lo que estamos viviendo sobran, los acontecimientos están en pleno desarrollo. Cada día desmiente al anterior. Los teóricos han fallado una y otra vez en sus hipótesis. Las opiniones sufren de una obsolescencia inmediata. Hay cansancio de las monsergas y de quienes hablan desde el púlpito. Las explicaciones irritan. El futuro dejó de ser manso, predecible, nadie sabe hacia dónde avanzamos. Los hechos, esos sí, son indesmentibles: las demandas por justicia social son masivas y urgentes. Cambió la temperatura del país, el paisaje de varias ciudades ha sido arrasado.

La atmósfera está saturada de euforia, rabia, impotencia y miedo. Va cambiando con las horas. En la mañana se nota una quietud infectada de ansiedad. A medida que pasan los minutos, la incertidumbre va dando paso a estados cada vez más complejos, que van desde la necesidad de manifestarse hasta los ataques de pánico. El ravotril se ha vuelto de primera necesidad. El cansancio es ineludible. Las peleas familiares y entre amigos abundan. Los grupos de WhatsApp son campos minados. La tolerancia está abandonada. Basta mirar las calles en donde la sigla A.C.A.B. está en distintas murallas. La ocupan los skinhead, los anarcos, las barras bravas y los punkies. Expresa: All Cops are Bastard. Es una consigna clásica de odio hacia la autoridad.

Es muy difícil abstraerse. En especial luego de ir a las protestas. Cuesta apagarse. Las noches de toque de queda han marcado a muchos que las desconocían. A mí me trajeron recuerdos siniestros. El silencio fabricado a la fuerza es muy violento a nivel psicológico.

Leo una columna de Leila Guerriero en el diario El País de España. Cuenta que estuvo acá hasta hace poco: "El martes 22 había listas de semáforos y bancos operativos, pero no de víctimas. Cuando esa tarde se supo que eran 11, cinco por presunta acción del Estado, no hubo mucho escándalo ni fueron nota central en los medios. Hacia el fin de la semana eran 19. Muchos, en la calle, seguían diciendo lo que habían dicho el martes: son pocos muertos para lo que está pasando. ¿Cuántos serían suficientes? La cosa viene de lejos". Su observación cala. Olvidarse de los muertos es infame. No hay orden ni causa que pueda soportar el silencio sobre las víctimas. Veo personas que alientan las manifestaciones, otras que denuncian la represión. Pocos se detienen en el dolor que provoca que alguien termine su vida ejecutado o quemado. La anestesia que genera la adrenalina está a tope. Que las muertes sean eludidas retrata la parte más oscura de este octubre. Solo el 1 de noviembre sus nombres estuvieron presentes. Una marcha de mujeres de negro hizo un triste homenaje frente a La Moneda.

Encuentro una pista de fenómenos semejantes en el concepto de "masa de inversión" que Elías Canetti expone. Se caracterizan como un grupo de sujetos aislados, débiles e indefensos que logran juntarse para conseguir lo que individualmente tienen vedado. Desean "devolver a sus superiores lo que durante tiempo han venido soportando y sufriendo por su culpa".

Las palabras pueden perder el sentido cuando se las transforma en depositarias de más significados del que soportan. De tanto repetirlas quedan vacías, se desgastan y terminan fuera del diccionario habitual por imprecisas. Estar atento al lenguaje es esencial si queremos conversar. Sobre todo si sabemos que fueron declaraciones despectivas de poderosos las que terminaron por indignar a la gente.

En las redes sociales y en los medios salieron los censores que vigilan y aprueban lo que se puede o no decir. Pretenden controlar el discurso en momentos donde el inconsciente está desatado. Un indigente, a propósito de su situación, lanzó una frase digna de Shakespeare: "Nosotros somos la sombra de la misma oscuridad". Dice tanto en pocas palabras. Es un quejido desde el socavón que nadie ve en las calles repletas.