-Ven a mi casa. Están John Frusciante y The Mars Volta. Quieren fumar y no queda nada.
-Inventa algo más ingenioso para sacarme de la cama.
Me colgaron el teléfono. Por mientras recolectaba dinero entre los invitados hasta llegar a Frusciante. De camisa leñadora y hundido en una pera instalada en una esquina del departamento, sacó la billetera y pasó cinco lucas.
-Dame cinco más.
Como que quiso alegar y rebuscó murmurando hasta completar los 10 mil pesos. Su mirada parecía apagada, sin brillo, una especie de vacío como el de Keith Richards en los 70. Biografías de rockeros yonquis y las secuelas de la heroína vinieron a mi memoria.
Minutos atrás en medio del humo, la música fuerte, las risas y conversas del carrete, Frusciante había pedido marihuana a viva voz. Como el amigo con mano nunca falla, sobrevino el llamado, la incredulidad de mi compadre y la condición de ir a buscarlo. No lo culpo. Simplemente no creyó que estábamos carreteando con un Red hot chili peppers y una de las bandas top del rock mundial esa noche del 3 de noviembre de 2004 en mi loft de plaza Brasil.
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Hubo otro llamado la mañana de aquel día previo al festival SUE en San Carlos de Apoquindo con Morrissey, PJ Harvey, Blondie, Gustavo Cerati y The Mars Volta con Frusciante entre otros, durante los días 4 y 5.
-¿Qué vai a hacer a la noche?
-Nada. ¿Algún plan?
Al teléfono un amigo y colega proponía lo siguiente: llevar a The Mars Volta a mi depto, hacer la previa y luego salir por el barrio. Había entrevistado al grupo, se quedó conversando y fumaron algo. Cuando regresaba a la pega una productora lo llamó para preguntarle si podía sacar a carretear a la banda. Hablamos de convocar más gente pero piola. El primero de la lista era otro periodista musical, todos amiguis por esos días.
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En ese depto los invitados entraban como en Friends. Nadie tocaba el timbre o golpeaba. Simplemente abrían la puerta. Terminaba de lavar unos vasos cuando apareció mi amigo con bolsas de supermercado como si hubiera hecho la compra del mes. Detrás suyo The Mars Volta menos Omar Rodríguez-López, que se había quedado en el hotel tocando con Frusciante. Entre saludos sacaron el cargamento etílico inclinado al pisco, suficiente como para no tener que salir en busca de un bar. En una seguidilla de caños, cigarrillos y combinados bombardeamos con preguntas a Cedric, acompañado de una chica que presentó como su novia. Contó historias de su vida en El Paso, Texas, carretes en ácido, y cómo había sido grabar con Rick Rubin el debut de The Mars Volta. No tenía gran opinión del barbudo productor. Dijo que rara vez se aparecía en el estudio.
Entre los músicos estaba Marcel Rodríguez-López, hermano de Omar y a cargo de percusiones, a quien recuerdo encantado con el departamento, y el tecladista Isaiah "Ikey" Owens, bravísimo para la piscola. Bebía una tras otra. Cuando le serví la séptima le advertí del hachazo. Sonrió haciendo un gesto como si fuera inmune.
No lo era. Diez años después de tour con Jack White por México, murió de un paro cardíaco tras ahogarse. Estaba completamente borracho y volado. Tenía 39.
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Cuando giré y vi a John Frusciante cruzar la puerta del loft como en cámara lenta, juro que en mi cabeza, por sobre la música, escuché nítido el riff de "Give it away". Minutos antes mi amigo organizador del carrete me dijo que iría a buscar a la plaza Brasil a Rodríguez-López, quien venía en taxi acompañado de Frusciante, un colado sorpresa de categoría musical. El guitarrista, que cinco años más tarde abandonaría por segunda vez a RHCP, cruzó la habitación y se instaló de inmediato en esa pera, tan típica del mobiliario de esa época. Pasado un rato pidió marihuana, juntamos los billetes, el llamado fallido al amigo con movida, y el viaje obligatorio para traerlo.
Cuando abandoné el loft sólo estaba The Mars Volta, mi mujer y algunos amigos.
Cuando volví había un gentío, en especial un grupo de chicas absolutamente desconocidas rodeando a Frusciante, que seguía igual de hundido e indiferente en la pera. Sólo se incorporaba cuando le tocaba el turno de fumar.
https://culto.latercera.com/2019/10/16/red-hot-nirvana-pearl-jam-smashing-pumpkins/
Entre medio llamé e invité más amigos. Algunos llegaron, otros se arrepienten hasta hoy, y por ahí alguno ha inventado haber estado esa noche.
En un momento Frusciante dijo que se iba. Lo acompañé hasta la calle Compañía en busca de un taxi. En el ascensor se estiró ejecutando un movimiento que delataba afición por el yoga. Sin mayor esfuerzo se inclinó pegando la frente a las rodillas sin flectar las piernas. Cuando se incorporó me encontré nuevamente con esos ojos, la mirada sobreviviente.
Llegamos a la calle y como en las películas, a pesar de la hora, rápidamente apareció un taxi. Indicaciones del hotel al chofer y bye Frusciante mientras resonaba algún riff suyo en mi interior.
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El carrete siguió y fuimos a la azotea del edificio a mirar el Santiago nocturno, algo que siempre hacíamos con nuestros invitados. Le dijimos a Cedric que en el show mencionara la piscola. Claramente había encantado a toda la banda.
"¡Saquen las botellas de pisco!", gritó desaforado al día siguiente mientras The Mars Volta irrumpía como un latigazo recargado y ruidoso en el atardecer cordillerano primaveral. Nos miramos y reímos. Cedric era hombre de palabra.
No fue así con mis amigos. Tras el carrete acordamos no publicar la historia. Podíamos contarla pero no convertirla en parte de nuestro trabajo en prensa escrita. Al mes siguiente apareció en las páginas de una revista musical cortesía del primer amigo que invitamos. Hace poco el autor de la junta hizo lo propio en una entrevista. 15 años después el pacto ha quedado en nada tal como la amistad entre los tres. Soy el último en violar la palabra comprometida.
https://youtu.be/p854caYY75g