-¿Tienes miedo de la muerte?
-A veces, cuando estoy a punto de quedarme dormido, abro los ojos de golpe y mientras me siento en la cama me digo que así será. No pasarán más de unos segundos, apenas un chasquido de dedos ¡y ya! ¡Listo!
La pregunta del ensayista mexicoestadounidense Ilan Stavans, recogida por el libro Saber morir: conversaciones (Ediciones UDP, 2014), rápidamente hace eco en el poeta chileno Raúl Zurita.
"La muerte es un hecho inminente y seguramente es imposible evitar un temor, aunque es tonto temerle a lo irremediable", dice el vate.
El diálogo entre ambos, editado al cuidado del poeta Adán Méndez, continúa: "Hay algo que me excede infinitamente, que nos excede a todos, y es morir a manos de otros seres humanos. Vivo en un país de desaparecidos, donde miles de personas fueron rematadas después de someterlos a suplicios indescriptibles: cuerpos aún vivos a los que les arrancaron vivos los ojos antes de hacerlos desaparecer en el mar, cadáveres con todos los huesos fracturados amarrados con alambres de púas y con las bocas abiertas que les habían llenado de tierra. No existe un lenguaje para ese extremo del horror, no tenemos palabras para describir el instante en que un cuerpo que está siendo torturado pasa a ser un cuerpo muerto. Más allá de todo, más allá de la comprensión, más allá de cualquier creencia y fe, solo ruego, rezo, que ese último instante haya borrado de ellos el terror y el sufrimiento y, como en el poema de Dylan Thomas, aunque destrozados la muerte no tendrá dominio. Si no es así, el horror sería más grande que el horror y lo humano la más atroz de las pesadillas. Pero no puedo pensarlo mucho porque enloquecería, escribo porque no puedo pensar mucho en eso, solo escribirlo", elucubra Zurita.
Según el Premio Nacional de Literatura y autor de Purgatorio y Anteparaíso, "los niños tienen una relación con la muerte fuertísima que uno tontamente tiende a restarle importancia. Lo viví con un hijo muy pequeño. En el jardín infantil le habían hablado de Jesús y la Virgen María y él entendió que para verlos tenía que morirse. Llegó con una angustia feroz y mi primera reacción fue decirle que no pensara en eso porque le faltaba demasiado y él me respondió que igual para ver a Jesús se tenía que morir. Entonces dije la mentira más enorme que he dicho en mi vida: hijo, no se preocupe, cuando sea viejito usted va a elegir y si no se quiere morir no se muere, nadie lo va a obligar. ¿Has escuchado una mentira más infinitamente mentira que esa? Me partió el alma".
Allí mismo cita a Gabriela Mistral para referirse a la muerte.
"'Morir de una muerte callada y extranjera', dice la Mistral al final de su poema 'La extranjera'. Toda muerte lo es, y morir en un hospital seguramente lo es doblemente. No puedo sacarme de la cabeza a mis mejores amigos, David Turkeltaub y Antonio Cisneros, el poeta peruano, que volvieron a morir a sus casas: David a su propia casa, con Julieta y Abner, su hijo; y Antonio que, acompañado por la Negra y sus hijos, quiso morir en la casa de su niñez. Pero es más que probable morir en un hospital, al igual que una buena parte de la humanidad. El hospital moderno, que nace a mediados del siglo XIX como consecuencia del descubrimiento de la anestesia y de la asepsia que evita las infecciones en las cirugías, es una de las grandes conquistas sociales de la humanidad, pero tiene un efecto perturbador: por una parte, es el lugar donde se cura la enfermedad y por otra, es el lugar donde se confina y se invisibiliza a la muerte, retirándola del medio de la vida", aclara.
Capitalismo y muerte
Para Raúl Zurita, el capitalismo no sería posible en una cultura construida sobre la eminencia de la muerte, "por eso la confina", dice.
"Somos estadísticas, y probablemente es irremediable —asegura el poeta—. El capitalismo es finalmente un asunto de sumas y restas. Invisibilizar a la muerte es uno de los pilares que lo sostienen. Si la muerte es central y cada tanto te cruzas con personas que agonizan en las calles, y un poco más allá, bordeando el río, ves las fogatas cremando a los cadáveres, no queda claro que sea crucial distinguir entre dos marcas de jeans".
Luego profundiza: "Antes se agonizaba y se moría en las casas, por como el Quijote, o en la calle, como los intocables que iba recogiendo Teresa de Calcuta. Todas las culturas son fundamentalmente un modo de integrar con el habla cotidiana de los seres humanos aquello que por definición está fuera del lenguaje: la muerte. La sociedad actual, regida por la globalización del capitalismo no es sino un rostro más de ese tratamiento con nuestro propio fin. Lo inédito es que para el capitalismo la relación con la muerte ha devenido precisamente un asunto de vida o muerte. La muerte debe ser retirada del horizonte humano o el sistema perece. Cerrando el círculo, las higienizadas piezas de los hospitales y la radiante luminosidad de las vitrinas del mall se reflejan mutuamente, y el lugar en que se confina a la muerte termina de fundirse con el lugar en que se confina a la eternidad: en el mall todos somos inmortales".
"Lo que es intragable es el optimismo fácil, ese optimismo saludable que cree que el mundo es mejor porque haces footing en las mañanas. ¿Recuerdas la fotografía de esos dos jóvenes abrazados sobre un puente a la salida de Sarajevo, él serbio y ella musulmana, muertos por francotiradores mientras intentaban huir para casarse? Fue en 1993 y los medios titularon de inmediato la noticia como 'Romeo y Julieta en Sarajevo'", reclama.
Y añade: “Tal vez sea una demencia pensarlo, pero exactamente para que nunca dos jóvenes deban morir víctimas de conflictos de los que no eran responsables y que, por lo tanto, nunca hubiera existido una fotografía que diera la vuelta al mundo llamada ‘Romeo y Julieta en Sarajevo’, es que se escribió Romeo y Julieta, y para que ningún anciano tenga que morir masacrado entre las manos de un tipo que lo arrastra de los pelos, es que Shakespeare introdujo el asesinato de Príamo en Hamlet, y para que ninguna otra mujer tenga que arrojarse a la línea del tren empujada por sociedades estúpidas y despiadadas, se escribió Ana Karenina. Todos los grandes poemas, desde las tablillas con el Gilgamesh de los sumerios y sus 4.500 años, hasta las 800 páginas de tu edición de las Odas elementales de Neruda, representan el intento más extremo y desesperado por levantar desde este lado del mundo una compasión sin fin que preserve a los que vengan de la locura y violencia que esos mismos poemas se vieron obligados a narrar. El fracaso es evidente”.