En el barrio berlinés de Kreuzberg vive la mayoría de los inmigrantes de la ciudad y la cultura global golpea a las puertas de sus compañías de cine. Ahí se gestan producciones como la exitosa serie de Netflix Perros de Berlín, sobre la olla hirviendo que mezcla neonazis, mafias turcas y policías. Ahí también el cineasta Wolfgang Becker (1954) se mueve en busca de los mejores ingredientes para su próximo filme. Le toma tiempo y sabe que hay que convencer al financista adecuado para arrancar con el proyecto. Su caso parece ser de cocción lenta: es la historia de un grupo de expatriados viviendo en Berlín.

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Es sintomático que a un realizador con varios éxitos comerciales le cueste hallar dinero. Pero es, después de todo, la ley del mercado en un país que a pesar de tener una fuerte ayuda estatal no descree del capitalismo: es la Alemania reunificadada del 2019, 30 años después del fin de la otra Alemania, la comunista.

Entre todos sus trabajos, el gran golpe comercial y artístico de Becker fue Goodbye, Lenin! (2003). Ganadora de ocho Premios del Cine Alemán, era la historia de Alex (Daniel Brühl), un muchacho que ocultaba como podía el fin de las dos Alemanias a su madre (Katrin Sass), después que ella despertaba de un coma.

Desde su hogar en Berlín, Wolfgang Becker recordó al teléfono la película y también contrastó los viejos tiempos con el nuevo siglo.

-¿Cómo se originó el filme?

-La idea original no es mía, sino que de Bernd Lichtenberg, quien era alumno mío en la Escuela de Cine de Colonia. Me mandó un borrador de tres páginas con la propuesta original y para ser sinceros se trataba de dos películas. Tuve que persuadirlo de que sólo nos concentráramos en la parte de la madre que cae en estado de coma poco antes de la caída del muro de Berlín. Estuvimos trabajando durante un año y tuvimos alrededor de siete borradores diferentes de guión. Yo quería que esta historia fuera perfecta, lo mejor posible. Aún así hubo problemas, pero después de que la película se estrenó y tuvo éxito en todo el mundo. Por ejemplo, un dramaturgo egipcio nos acusó de haberle robado su idea de una pieza que él había escrito en árabe. La verdad es que ninguno de los que trabajamos en Goodbye, Lenin! nunca supimos árabe. Afortunadamente pudimos probar de que la premisa original de nuestro filme era mucho más antigua, pues en 1991 Bernd Lichtenberg ya había enviado esta idea al principal canal de televisión alemán y le habían rechazado el proyecto.

-¿Le interesaría hacer un filme sobre esos personajes ahora, una especie de Goodbye, Lenin 2?

-No. Una de las malas cosas del negocio cinematográfico son las franquicias, las partes 2, 3, 4, etcétera. El 99 por ciento de las segundas partes son basura, con excepciones como El padrino II o Volver al futuro II. Lo que sí sería interesante es hacer un filme sobre lo que sucedíó con los personajes de Goodbye, Lenin! en el transcurso de esos 20 años. Pero eso no sería exactamente una segunda parte. Hay algunos buenos ejemplos en el cine internacional: uno es Texasville (1990), la continuación que hizo Peter Bogdanovich de La última película (1971). En algún momento conversé una idea similar con Bernd Lichtenberg, el guionista de Goodbye, Lenin!, pero me decía que en realidad no se le ocurría nada al respecto.

-¿Cree que la generación que luchó por el fin del Muro de Berlín está satisfecha?

-Tanto Bernd Lichtenberg como yo somos de Alemania Occidental. No tenemos aquel sentimiento llamado "ostalgie" (como se designa a la nostalgia de algunos ex alemanes orientales por la RDA). De hecho nunca nos simpatizó la RDA. Eramos estudiantes de izquierda en esa época, pero al mismo tiempo nos parecía que este país sólo desacreditaba al socialismo. Lo que sí hicimos fue una investigación previa a la película y nos reunimos con cerca de 40 personas que al momento de la caída del muro tenían entre 21 o 23 años, como Alex. Les preguntamos cómo recordaban ese momento y creo que obtuvimos 40 opiniones diferentes. No había una sola igual a la otra, desde los que estaban hartos con la RDA hasta algunos que la habían tolerado. Eso nos dio la posibilidad de crear un personaje principal, el de Alex, que es creíble, no es caricatura y tampoco es absolutamente positivo. De cierta forma, repite los mismos errores de la República Democrática Alemana: igual a como sucedía ahí, él comienza a manipular la realidad a su alrededor y a crear una fantasía, involucrando a toda su familia. Lo hace porque cree que de esa manera su madre no tendrá ninguna recaída, pero cae en el juego del engaño.

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-Hay una percepción de cómo puede estar hoy esa generación, ¿Satisfecha, en espera aún?

-La verdad es que soy un tipo de la ciudad. Pertenezco a Berlín y aquí nadie hace distinciones entre si eres del Este u Oeste de la ciudad. Es más, los más jóvenes, con menos de 30 años, nacieron después de la caída del muro. Es una sola urbe. Las verdaderas diferencias se aprecian en las zonas rurales de ambas ex Alemanias. Soy una persona que conoce muy bien su ciudad, pero no puedo hablar por el país, por cómo se sienten los habitantes de las regiones de Brandenburgo o Sajonia, que son zonas históricas de la ex RDA. Todos mis familiares en realidad son del Oeste, viven en Westfalia o en Baviera. El resto de la información es lo que leo en los periódicos, tal como usted.

-Lo que se lee es que hay un aumento de la extrema derecha en el este.

-Es muy difícil responder a eso. No quiero especular ni caer en simplificaciones. Mi opinión, sin embargo, es que no creo que esto sea un problema sólo del Este. Hay mucha gente de derecha también en el oeste del país, como siempre ha sido. Tal vez no están ahí para manifestarse públicamente o para decirlo en la cara, pero están. En segundo lugar, estamos ya en el tercer período de gobierno en Angela Merkel, con la llamada gran coalición de la CDU (democratacristianos) y el SPD (socialdemócratas) y por lo tanto no hay una gran y eficiente oposición en el parlamento. Por otro lado, la extrema derecha comenzó a hacerse fuerte en muchos otros países antes que en Alemania: Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Italia y en menor medida España. De hecho creo que en Alemania es menos fuerte por una razón bastante clara: tuvimos a los nazis tanto tiempo que con el paso de los años nos volvimos más cautos con el fascismo y el nazismo. Es más, algunos creen que de cierta manera nuestro país era inmune a este tipo de movimientos. Mi opinión personal es que los problemas comenzaron en Alemania hace 10 años, con la llamada globalización, que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. Creo que en Chile tienen el mismo problema ahora: la clase media se siente desamparada y observa cómo puede perder lo que tiene. Luego vino la inmigración, más fuerte en Alemania que en el resto de Europa.

-¿Qué opina de las políticas neoliberales?

-Es un sistema que sólo se preocupa y provee a una minoría. Sabe, cuando cayó el Muro de Berlín y vino la reunificación, la gente estaba emborrachada con que las dos Alemanias estaban por fin juntas. Nadie hablaba de neoliberalismo en ese momento. Eso vino después. Hubo mucha frustración. Los tipos vendieron todas las industrias de la ex RDA e hicieron negocios con las viejas plantas, con los terrenos y con todo lo que pudieron comprar, provocando mucho desempleo. Eran criminales de las finanzas que no deban un peso por la gente. Sólo era dinero, dinero y dinero.

Fue la borrachera del capitalismo, seguida de una larga resaca. En el Oeste la resaca fueron altísimos impuestos para poder costear la reunificación y en el Este la resaca se produjo porque les prometieron un floreciente futuro que no fue. Es por eso que creo que la reunificación aún no ha terminado en Alemania. Ahora bien, todo esto es especialmente relevante para nuestra generación. Pero mi hija, por ejemplo, no tiene idea de esto. No sabe ni de Este u Oeste, es una chica de la gran ciudad, de Berlín.

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