Luego de 12 años como monarca, Isabel II sabe distinguir perfectamente entre un funcionario sobrio y eficaz de uno falsamente adulador. Por eso cuando se le presenta el nuevo sello del servicio postal que lleva su rostro, que renueva su figura juvenil por su imagen actual, no duda en señalarle al nervioso hombre que le dirige la palabra que el director del servicio es un "mentiroso descarado", una vez que se le menciona que este comentó que ambos retratos le parecían "casi idénticos". Cerca de los 40, a solo meses de tener a su cuarto hijo, el príncipe Eduardo, tras años lidiando con un puñado de primeros ministros y conflictos personales y nacionales, la Reina de Inglaterra no admite engaños. Es 1964 y la soberana se larga a describir cómo el paso del tiempo no perdona a nadie y que, ante eso, no queda más que resignarse. En ese momento, la cámara se posa con nitidez en el rostro de la nueva actriz que se pone en la piel de la mayor figura de la Casa Windsor, la también británica Olivia Colman, diez años mayor que Claire Foy, la intérprete que la encarnó previamente. Así, The Crown saluda a una versión de Isabel II más ácida, incluso más hermética e igualmente sólida.
El cambio es la punta de lanza de la renovación prácticamente total que sufrió el reparto de la producción de Netflix en su tercera temporada (en la plataforma desde este domingo 17). Cirugía mayor que obedeció a que la historia avanza, sus protagonistas se avejentan y los treintañeros que en 2016 y 2017 interpretaron a Isabel, Felipe (Matt Smith) y Margarita (Vanessa Kirby) estaban prontos a dejar de funcionar en la historia. La serie abrocha la despedida del elenco original mostrando el rostro inmortalizado de Claire Foy en esos segundos iniciales del primer capítulo, pero además ofrece otro guiño. Postrado en su cama, un moribundo Winston Churchill hasta el último segundo exuda política, y a la televisión reclama por la inminente elección del laborista Harold Wilson como nuevo primer ministro británico, el primero no conservador en 13 años. Mientras al exmandatario lo interpreta por una última vez John Lithgow -ganador del Emmy por su rol-, a la reina ahora la encarna Colman, distinguida en los últimos Oscar como Mejor actriz por La favorita. En un enlace impecable entre una etapa y otra, la monarca lo acompaña en su lecho y lo llama "el británico más grande" y su "ángel de la guarda" a quien fuese el primer jefe de gobierno con el que compartió, siendo solo una novata soberana.
La nueva era de la serie parte con ese juego de bienvenida y adiós para adentrarse en un periodo particularmente crítico de la historia de la familia real y de Inglaterra. En medio de la Guerra Fría, Wilson es sindicado como posible espía ruso (que incluso tendría un nombre en clave, Olding, el título del primer episodio) y una figura reacia a la tradición monárquica. A ojos de Isabel -aquí, cafés como los de Colman-, es una rareza al lado de sus predecesores, Churchill, Anthony Eden, Harold MacMillan y Alec Douglas-Home. Pero es con el líder del Partido Laborista que termina pidiendo ayuda al complicado presidente estadounidense de la época, London B. Johnson, para que auxilie al Reino Unido dada su delicada situación económica. Juntos, además, enfrentan en 1966 la catástrofe de Aberfan, el colapso de una mina de carbón en Gales que dejó 144 muertos y desembocó en una crisis que atraviesa toda la temporada.
En los diez nuevos capítulos el ángulo político vuelve a ser tan relevante como las complicaciones personales. Desde su esposo, el príncipe Felipe (Tobias Menzies), y su frustración cuando en 1969 EE.UU. llega a la Luna, a la popularidad que alcanza su hermana Margarita -la auténtica rock star de la realeza en el siglo XX, ahora interpretada por Helena Bonham Carter-, los destinos y secretos de los Windsor son analizados con la conocida rúbrica de intriga y recato que ostenta el guión de Peter Morgan, cerebro detrás de la serie y de La Reina (2006), la cinta por la que Helen Mirren ganó el Oscar como la Isabel II posterior a la muerte de Diana de Gales, en 1997.
Esa película tenía en un rol importante a Carlos, la misma figura a la que la serie se acerca por primera vez con fuerza en este ciclo. Interpretado por Josh O'Connor, la producción lo muestra en la mitad de la temporada partiendo a estudiar a Gales, cuando el país vive un periodo de elevado nacionalismo en la previa a que sea investido como príncipe a sus 20 (en una ceremonia televisada en 1969). Atendiendo a los mismos años, la historia se detiene en el inicio del romance del primogénito de la reina con Camilla Shand (Emerald Fennell), la futura duquesa de Cornualles y su actual esposa. Es la primera semilla del escándalo que vivirá la familia real, con el principal heredero al trono británico siendo infiel a Diana, y parte de los sucesos reservados para los capítulos que vengan más adelante (junto a la Margaret Thatcher que encarnará Gillian Anderson).
Para Inglaterra, los años 60 y 70 no son una gran época. Para The Crown, tal vez el drama más prestigioso que tiene hoy el streaming, fue el momento de elevar aún más la ambición y no escatimar ni en niveles de producción ni contrataciones de primer nivel. Además del Oscar, Colman viene de ser candidata a los Emmy por Fleabag, y seguramente irá por todos los premios con su nuevo rol. Misma suerte podría correr Bonham Carter, quien descolla como Margarita, y al menos en la disputa debieran estar los hombres asociados a Game of Thrones que refuerzan el elenco, Tobias Menzies y Charles Dance (Lord Mountbatten). Rostros nuevos para la nueva era de la joya más preciada de Netflix.