"Patricia, ¡ponte una polera!", dijo la cantante de jazz devenida en mesera Beverly Smith a su hija mayor, durante una tarde de sol abrasador en Nueva Jersey, allá por 1957 o 1958. La fecha es imprecisa y los recuerdos varían cada vez que son revisitados por la destinataria de la frase, de entonces once o doce años. La misma niña que durante la década siguiente daría en adopción a su primer hijo, probaría suerte en el arte callejero en París, se mudaría a Manhattan junto al fotógrafo Robert Mapplethorpe y comenzaría a transitar por la poesía, la dramaturgia, la actuación y finalmente la música, para transformarse en una de las voces más relevantes -si no la más- de la escena artística neoyorquina de los 70. Pero durante ese caluroso e indeterminado verano de infancia, el principal acto de rebeldía de la futura "madrina del punk" consistía en pasear descamisada por su barrio.
"Protesté con vehemencia y le anuncié a mi madre que no iba a convertirme nunca en nada salvo en mí misma", relata Patti Smith en Éramos unos niños (2010), las célebres memorias donde repasa su juventud y su relación con Mapplethorpe. "Fue un trauma", dijo sobre el mismo episodio en una entrevista para Penthouse en 1976, reconociendo lo trascendental de aquel momento en que su madre le dio "la gran noticia de que era absolutamente una niña y no había forma de cambiar eso".
Lo último es bastante discutible. Es más: cuesta pensar en otra artista tan influyente en las últimas décadas a la hora de poner en entredicho los estereotipos de género y lo que se entiende por "lo femenino". A sus 72 años, la artista llega a Santiago el próximo lunes 18 -con un concierto en el Teatro Caupolicán y una cátedra en la Universidad Diego Portales- bajo la expectativa de un público ansioso por escuchar a una heroína del rock, a la pionera en la fusión de poema beatnik y canción, así como en la apertura de espacios para mujeres en terrenos dominados por hombres. Pero, también, a una mujer de dogmas inclasificables y personalistas, que nunca ha querido ser catalogada como una artista femenina ni ha sacado la voz por la igualdad de género. De hecho, durante años no se identificó con ningún género.
"No me gusta responder a las filosofías de otras personas. Me gusta lo que soy. Siempre me gustó quién he sido y siempre he amado a hombres", decía la cantautora a modo de manifiesto en una entrevista de hace casi medio siglo. Consultada por la influencia de la literatura feminista en su fundamental disco debut, Horses, publicado un año antes, fue tajante: "No estoy interesada en la mayoría de las escritoras porque están demasiado preocupadas de ser mujeres, de ser judías, de ser esto o lo otro en vez de dejar fluir y simplemente crear".
Su legado abarca generaciones de mujeres y movimientos musicales completos -como el punk feminista de las "Riot grrrls" de los 90- pero sus referentes son mayoritariamente hombres (Rimbaud, Jagger, Dylan, Bolaño), al igual que sus compañeros de ruta y de vida, como los guitarristas Lenny Kaye y Fred "Sonic" Smith, de MC5, con quien se casó y huyó de la escena neoyorquina para iniciar una vida convencional en Detroit en los 80, interrumpida por la muerte de éste y del mismo Mapplethorpe.
"El instinto le dice que si se presenta como hombre, la respetarán como a un hombre", escribe en El País la española Christina Rosenvinge, una de sus muchas herederas artísticas, quien destaca la audacia de Smith en los 70 y su juego de la ambigüedad. "Pero un chico guapo que muestra su lado femenino gana en atractivo, mientras que una chica masculinizada con las axilas peludas no tanto".
Una visión similar a la de otra de sus admiradoras y encargada de abrir su show en Chile, Colombina Parra, quien conoció a Smith en 2012, cuando ésta dedicó un poema a su padre, Nicanor Parra, luego de que obtuviera el premio Cervantes. "Ella pone en tela de juicio lo femenino y lo masculino, es una mujer que tú la ves pero es un espíritu más que una persona", dice la solista. "Me gusta mucho de ella cómo lleva el instinto animal al escenario, que es lo que siempre nos están tratando de quitar. Nunca se dejó domesticar".
El regreso de la neoyorquina a la escena artística y su resurgimiento editorial, con una serie de publicaciones biográficas, coincidió con nuevas oleadas y reivindicaciones feministas, pero sus declaraciones no encajan del todo con los lineamientos de la era MeToo. "El abuso de mujeres no es un tema feminista, es un tema que nos tiene que interesar a todos los humanos. Tiene que ser un diálogo entre los dos géneros, ambos tienen que saber qué es lo mejor para el otro", dijo el año pasado en su última visita a Argentina, ante las preguntas por el caso Weinstein.
En las últimas décadas, su activismo ha apuntado a la idea de que "el pueblo tiene el poder" -el título de su canción de 1988 que la semana pasada dedicó a las manifestaciones en Chile-, pero su silencio hacia el empoderamiento femenino se ha vuelto un tema recurrente en cada entrevista. "La gente siempre me pregunta acerca de feminismo y derechos de las mujeres, pero tengo una hija y un hijo", explicó a The Independent en 2015. "Yo creo en los derechos humanos, para mí, el tema más importante hoy en nuestro planeta es el medioambiente, porque es lo que albergará a nuestros hijos y nietos".
Para Rosenvinge, Smith, al igual que otras intelectuales de su época -como Susan Sontag o Marina Abramovich- podría considerarse pos-feminista o inter-feminista. La escritora y crítica musical especializada en temas de género, Anwen Crawford, va más allá, y en la reseña de su último libro para The New Yorker plantea que "su mirada hacia la genialidad parece prefeminista, sino derechamente antifeminista". Una serie de categorías que buscan explicar a una heroína incómoda que hace 60 años peleó por salir a la calle sin polera.