Hay palabras que se han proferido con porfiada insistencia a partir del viernes 18 de octubre. "Crisis" ha sido una de ellas, cualquiera sea el adjetivo que la acompañe, que hay varios. Establecida esta recurrencia, ¿en qué sentido puede hablarse, por ejemplo, de una crisis político-social en Chile? Para Sol Serrano, premio nacional de Historia 2018, hay que examinar el término en propiedad, pues bien podría no ser el más indicado para describir el actual momento del país.

"Las crisis, como las revoluciones, pueden referirse a distintas temporalidades", afirma la académica de la UC, pues "podemos hablar de la 'crisis del salitre' o de la 'revolución científica'". Por eso, prefiere usar el término "ruptura", pues, a su juicio, este "indica un momento específico, multifacético y multicausal".

Muchos han señalado, observa la autora de El liceo, que se ha marcado un antes y un después. "Es una periodificación espontánea que revela con fuerza un 'momento'. El 'antes' es claro y fechable. ¿Cuál es el 'después'? No sabemos. Incluso, puede variar según las formas de movilización. Las masivas, de cacerolas y manifestaciones, tuvieron posiblemente ya su momento más alto. Lograron marcar el punto. Las manifestaciones predominantemente de jóvenes, que empiezan de una manera y claramente terminan de otra, siguen en pie. Se suman ahora nuevas demandas". ¿Cómo hacerse cargo, conceptual y políticamente, de este tiempo incierto?, se pregunta la historiadora. He ahí un desafío.

A veces las rupturas son de grupos específicos, añade. Y otras, como esta, "expresan una multiplicidad de demandas, sentimientos y expresiones. Suelen tener violencia y una fuerte carga emotiva; son veloces y sorpresivas. Se dice, con cierta vergüenza, que esta nos pilló desprevenidos. Obvio. No son predecibles. Los procesos que expresan los conocíamos. El concepto de dignidad es el más rico para expresar ese sentimiento. Y no es un juego de palabras: es el más digno".

Pero dado que la ruptura no estaba "inscrita" en los anales de la historia, prosigue el argumento, "tiene su propia lógica: la velocidad la caracteriza y los contenidos van cambiando. Los derechos humanos no estaban obviamente al inicio, ni tampoco una nueva Constitución. Cambia la relación entre ruptura y proceso, y por ello la conducción política se hace tan difícil".

-¿Qué tan distinto a otros es este momento histórico?

-Mencionaría la diversidad de los actores, de las demandas, de las formas de expresión y de reacción. Más que inorgánica -la de los pingüinos o la feminista podían tener petitorios vagos, pero el foco era claro-, esta movilización tiene otra orgánica, la de los jóvenes, que refleja el tipo de estructura social y de vínculos sociales que tenemos.

Acá se puede aventurar una analogía. La Revolución Francesa ha sido el momento que ha concentrado las más diversas interpretaciones desde el mismísimo 14 de julio de 1789. La interpretación del tiempo largo, que me parece más interesante hoy, la vincula en cuanto fenómeno político ya no directamente a "las ideas de la Ilustración", sino a la expansión de las prácticas de lectura que permite nuevos espacios de autonomía y de empoderamiento, lo que, a su vez, lleva a la desacralización del poder (simbólicamente, el rey) y a su crítica a través de lo que más tarde llamaríamos formación de la esfera pública.

-Una esfera que hoy se ve desplazada, o reconfigurada, por las redes sociales…

-Es iluminador interpretar también estos momentos desde las transformaciones que las comunicaciones producen en nuestras formas de sentir, de conocer y de vincularnos. Las redes sociales son el tiempo brevísimo, la velocidad máxima, la simultaneidad, la expresión sintética, directa y emotiva. Las redes sociales son el lenguaje oral por escrito, y no al contrario, como lo fue cuando la cultura escrita, del libro al pasquín, era el ágora. La democracia moderna es fruto de este mismo proceso: el de la racionalidad y, a la vez, de la empatía con unos otros desconocidos, que la escritura hace posible. Por algo el Parlamento tiene ese nombre: es el lugar del habla, un habla de la argumentación fundada. Por su tipo de razonamiento, la cultura escrita es la lógica comunicacional de la democracia. Fue la de las organizaciones sociales y de los partidos. La formación del movimiento obrero tuvo esa lógica. Las mutuales nacieron de sectores artesanales que eran altamente alfabetizados. El movimiento obrero se organiza profundamente en torno a la prensa. Hoy, las redes sociales tienen una lógica que desafía a la democracia muy profundamente, porque su "epistemología" se asemeja más a la democracia directa que a la representativa y deliberativa. La argumentación sostiene la democracia. Le es sustantiva. No sé cuánta conciencia hay de que es el antídoto de la violencia y la garantía de la libertad. Estas generaciones son hijas de la libertad, aunque no lo sientan, y no está en su horizonte el riesgo de una dictadura, la violencia del más fuerte.

-¿Qué puede aventurarse acerca del "después" que menciona?

-Hay un después que no llega -recuperar las calles para todos y no solo para los manifestantes- y un después que está en marcha. Ese después también tiene muchas caras. Si la aguja se inclina -como creo que lo hará- hacia una reflexión crítica de empresarios, gobierno y derecha, de que el sistema económico requiere cambios para sobrevivir, y si los políticos se inclinan hacia la misma reflexión crítica sobre su capacidad de conducir y generar acuerdos básicos posibles, la democracia saldrá fortalecida. Estoy diciendo un lugar común, lo sé. Es triste que un lugar común sea una esperanza.

Conciencia histórica

"La historia es una forma de aportar a comprendernos a nosotros mismos", declaró Serrano en agosto de 2018, tras recibir el máximo galardón local para los cultores de su disciplina. "Hemos vivido, vivimos y queremos vivir juntos como sociedad, y nuestra pregunta como historiadores y como ciudadanos siempre será: 'cómo queremos vivir juntos'. Eso es lo que yo interpreto y me siento una hija amada de la República". Ahora que a esa República se le mueve el piso, y que el vivir juntos como sociedad es un tema sujeto a todo tipo de reconsideraciones, esta especialista en historia de la educación y habitual en el debate público, regresa a ciertos temas que la convocan, acaso conectándose involuntariamente con algo que dijo esa misma tarde de agosto: "Nuestra política y nuestra estructura social derivan en buena medida de la dificultad histórica de diversificar las fuentes de poder".

-¿Cuán por sentada se ha dado la democracia chilena, pensando en la cantidad de ocasiones en que se ha visto desafiada?

-Me ha hecho reflexionar en estos días el tipo de la conciencia histórica de las manifestaciones que han seguido a la del viernes 25. El punto de referencia en el pasado es el 73, porque es el momento que permanece -la percepción es lo que importa- como aquel en que el poder de los sin poder fue aniquilado por el gran poder. Son las mismas consignas resignificadas, son las canciones de la dictadura. Y se repudia todo lo posterior. No solo la dictadura, que es obvio, sino también la democracia. "No son 30 pesos, son 30 años", es una consigna tan genial como demoledora. Por ello el 73 es el emblema y el 5 de octubre no existe. Por otra parte, es difícil de comprender por qué la fuerza pública no ha aplicado estrictamente los protocolos. Es horrible. Siempre lo es. Pero el abuso y la violación de los derechos humanos tienen un significado muy fuerte de cara al pasado.

Ahora, en otro plano, está también la conciencia histórica de cómo se perciben las personas en relación al pasado. Las encuestas han mostrado consistentemente que la mayoría percibe que su situación, en varios planos, es mejor que la de sus padres, y lo más interesante es que esa percepción es transversal por grupos etarios y socioeconómicos. Dicen los expertos que la única diferencia relevante es regional: la percepción es más alta en la Región Metropolitana. Es una memoria histórica que también ha estado implícita en las manifestaciones. Es una protesta con un mensaje claro de futuro.

-¿Se refiere a una idea de futuro, a un horizonte?

-Exactamente. Exige un nuevo horizonte, porque la relación pasado/futuro se estancó.

-¿En qué sentido son comparables las nuevas generaciones que hoy se manifiestan, con otras que también salieron a la calle?

-Las ha habido en toda nuestra historia democrática, y que sean de jóvenes no quiere decir necesariamente que sean generacionales. La mayoría han sido ideológicas. Cuando los alumnos del Instituto Nacional asaltan la casa del ministro Abdón Cifuentes, en 1873, es contra los conservadores y a favor del Estado Docente. La Fech se movilizó contra del sistema político oligárquico. Lo mismo las organizaciones de secundarios. Y para qué decir en la UP. Que sean de jóvenes no quiere decir que sean en contra de las generaciones mayores, como lo fueron las tomas de las universidades en el 67. Lo de ahora se asemeja mucho al 2 de abril de 1957.

-¿Cómo ve el desfase entre estas generaciones y las mayores, en cuanto a las ideas de legitimidad y de autoridad?

-Hoy, poder, autoridad e ilegitimidad son sinónimos. Creo que en esto debemos escuchar a los cientistas sociales, especialmente a la sicología social.

-No pocos historiadores -Gabriel Salazar entre ellos- llevan largo tiempo denunciando la ilegitimidad del sistema político chileno, en sus distintos momentos. ¿Cabe hoy revisitar esas consideraciones?

-En este caso no me refiero al sistema político, ni menos me interesa lo que yo considero legítimo. Me refiero a lo que otros reconocieron como autoridades legítimas, en contraposición a autoridades opresoras. Pueden ser muchas, dependiendo de la época: el cura o la machi; la curandera o el doctor; los familiares mayores, los profesores, etc.

-La violencia y las emociones han tenido un lugar significativo estas semanas. ¿Qué se ha podido entender, históricamente, de la relación entre ambas?

-No hay vida sin emociones, tampoco la vida social. Sin ellas, no hay tampoco un futuro que construir. El problema es que, por sí solas, llevan a una violencia donde la legitimidad es precisamente esa: la emoción. Hoy, es francamente preocupante. Muchos teóricos sociales han ensalzado la subjetividad y el saber como discurso de poder en el cual la evidencia y la argumentación son irrelevantes, porque la validez se funda en la subjetividad.

-Esa subjetividad, ¿se convierte en la medida de las cosas?

-Sí, porque el diálogo deja de tener sentido, pues no se supone que exista algo así como una "realidad", sino la propia lectura de ella. Obviamente, el conocimiento es relativo, pero si solo es relativo y subjetivo, ¿cómo podemos dialogar en la diferencia? Y sin ese diálogo, ¿cómo vivir en sociedad? La subjetividad llevada a ese punto termina en el más total nihilismo.