La ciudad no tiene nombre, pero se parece mucho, muchísimo, a Santiago. Es un territorio inhóspito, difícil, una ciudad que está bajo una dictadura militar. Se oyen los disparos, la gente muere, la gente desaparece, pero la vida sigue y no hay nada que hacer. Se asoma, allá lejos, una cotidianidad insoportable que se instala inevitablemente.
Esa ciudad es un estado de ánimo, una atmósfera, una época, pero sobre todo es un poema que empieza así:
Se abre el poema.
Las aves abren las alas.
Las aves abren el pico.
Cantan los gallos.
Se abren las flores.
Se abren los ojos.
Los oídos se abren.
La ciudad despierta.
La ciudad se levanta.
Se abren llaves.
El agua corre.
Se abren navajas tijeras.
Correr pestillos cortinas.
Se abren puertas carta.
Se abren diarios.
La herida se abre.
Gonzalo Millán comienza a escribir La ciudad —su libro más importante y una de las obras fundamentales que entregó la poesía chilena durante la dictadura— en septiembre de 1973. Fecha ahí el inicio de este largo poema que terminaría de escribir en Ottawa, Canadá, en noviembre de 1978.
Pasarían unos meses, sin embargo, para que el poema se publicara como libro, en Québec, en 1979.
Habría que detenerse en aquel año, en esos años, en el final de la década del setenta en Chile, en plena dictadura. Pensar qué ocurrió en esos años para que aparecieran, entre fines de los 70 e inicios de los 80, varios de los libros más importantes y singulares de la poesía chilena contemporánea: La nueva novela (1977), Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), Purgatorio (1979), Aguas servidas (1981), Anteparaíso (1982), El paseo Ahumada (1983) y La Tirana (1983). Es en estos años cuando Elvira Hernández prepara La bandera de Chile y José Ángel Cuevas va construyendo una obra extraordinaria sobre un Chile que a esa altura está empezando a dejar de existir.
En este contexto aparece La ciudad, de Millán, en una pequeña edición impresa en Canadá, que circula sobre todo entre los exiliados. Unos pocos ejemplares llegan a Chile. Es un libro escrito desde la urgencia, un retrato feroz de esa ciudad oscura en la que se había convertido Santiago después del golpe. Millán se había ido exiliado, pero no había dejado de pensar nunca en su lugar de origen, en esos barrios por donde callejeó tantas veces. No se olvidó del lugar ni tampoco de los amigos ni de los caídos. Desde la distancia, lo único que podía hacer era escribir sobre ellos con un lenguaje contaminado por la violencia:
Vvms mrdzds.
Vvmos mrdzdos.
Vvimos mrdzados.
Vivimos mordazados.
Vivimos amordazados.
Vivimos con los ojos vendados.
En una entrevista, Millán recordaría lo que fue la publicación del libro: "A fines del 79 vine a Chile con La ciudad, después de seis años de ausencia. Fue un golpe grande ese retorno y estaba bastante asustado por lo que me podía pasar. Di un recital "clandestino" en un centro positivista que está en la calle San Isidro. Fueron muchos poetas y escritores y fue bien recibido, pero también pienso que no fue bien comprendido. Les mandamos libros a todos los críticos. El cura Valente hizo una crítica encontrándolo pésimo, por supuesto. Empecé a darme cuenta de que una serie de presunciones que nosotros teníamos en el exilio respecto de lo que ocurría adentro y los que estábamos afuera era más grande de lo que se suponía. Estaban imperando códigos distintos, incluso códigos que se repelían. Pensar que la gente de aquí adentro estaba ansiosa de saber las cosas de afuera era falso".
Ignacio Valente lo reseñó en El Mercurio; un texto lamentable titulado "Dos poetas del exilio", en el que aborda el libro de Millán y Noticias del extranjero, de Pedro Lastra.
Describe así La ciudad: "El libro entero consta de frases breves y lacónicas que enuncian hechos exteriores y estrictamente objetivos, carentes de todo lirismo personal, pero que pretenden, dentro de la totalidad de cada poema, desprender una actitud de espectador crítico de la vida y del Gobierno (sic) chileno actual".
Y luego, el juicio: "En los 68 poemas de este libro hay, aquí y allá, hallazgos poéticos en el juego interior que compone esta letanía de hechos escuetos. Pero el procedimiento obviamente no da para escribir un libro. La ocurrencia y el ingenio de Millán darían, creo, para escribir dos o tres poemas de cierta calidad. Pero el efecto de conjunto, frase tras frase, juego tras juego de verbos o nombres, es enormemente monótono, aburrido. Nos parece estar siempre en el mismo eterno poema…".
Después de eso, se dedica a reseñar positivamente el libro de Lastra.
*
La ciudad es un libro que se habita. Y se habita a un ritmo determinado, el que impone Millán con esos versos escuetos, con esa letanía gris que invita a recorrer aquel mundo que ha construido. Las imágenes se superponen y la claridad le permite producir en el lector una sensación inquietante:
Los maniquíes son de yeso.
Los maniquíes están inmóviles.
Los maniquíes son elegantes.
Los maniquíes visten ropa cara.
Ropa nueva de primera mano.
Los maniquíes no tienen frío.
Los maniquíes no tienen hambre.
Los maniquíes lucen saludables.
Son felices.
Están siempre sonriendo.
Él lo explicaba así en una entrevista: "Creo que la poética de La ciudad es una poética constructivista. Construyo con palabras-objeto una estructura, una máquina hecha de palabras. Esta despersonalización es crear personajes, máscaras, personas, poblar el poema de sujetos que están por ahí. Poblar la ciudad de seres anónimos que hablan, dicen algo. Es un escenario artificial. Es una ciudad de papel y tinta".
[caption id="attachment_108511" align="aligncenter" width="1758"]
Gonzalo Millán.[/caption]
Gonzalo Millán viene de la poesía francesa y de William Carlos Williams, del objetivismo norteamericano, de ese verso que dice "No ideas but in things", que Octavio Paz tradujo como "No ideas, cosas" y que Juan Antonio Montiel —traductor y editor de La invención necesaria de Williams— versionó como "Ideas, solo en las cosas".
A propósito de Octavio Paz y del objetivismo y de William Carlos Williams, el mexicano escribió: "Para que la sensación acceda a la objetividad de las cosas hay que transformarla a ella misma en cosa. El lenguaje es el agente del cambio: las sensaciones se convierten en objetos verbales. Un poema es un objeto verbal en el que se funden dos propiedades contradictorias: la vivacidad de la sensación y la objetividad de las cosas". Y luego agrega: "Williams tuerce el cuello a la estética tradicional: el arte no imita a la naturaleza: imita sus procedimientos creadores. No copia sus productos sino su modo de producción. 'El arte no es un espejo que refleje a la naturaleza sino que la imaginación rivaliza con las composiciones de la naturaleza. El poeta se convierte en naturaleza y obra como ella'".
Millán escribe-construye una ciudad: sus calles, sus pasajes, los edificios, su gente: personajes anónimos, soplones, obreros, un anciano que escribe y una beldad que es la mujer más bella del mundo. La ciudad está llena de peatones que la recorren, personajes que desaparecen, que son golpeados, torturados. Una ciudad destruida. Una ciudad en ruinas. Millán escribe desde esas ruinas. Una poesía situada, como hubiese dicho Lihn, quien nunca, al parecer, escribió sobre Millán. Es difícil entender ese silencio, esa omisión por parte de Lihn, pues escribió de muchos de sus contemporáneos y también de muchos poetas más jóvenes que él. La ausencia de Millán en esas lecturas no deja de ser una pregunta inquietante. Sobre todo porque unos años después de La ciudad, Lihn escribiría sobre ese lugar también, sobre una calle, sobre un paseo, El paseo Ahumada. Esa poesía situada los vincula, los hermana. La posteridad también: deben ser los dos poetas chilenos que más han influido a las nuevas generaciones, los más leídos, los más plagiados, los más citados.
Una poesía situada.
Una lectura situada: cada 11 de septiembre, desde hace años, en redes sociales alguien sube la lectura que hizo Millán del poema "48" de La ciudad. Es un poema extraordinario en el que imagina otra vida, otra historia: el mundo hacia atrás: no ocurre el golpe, los campos de concentración se vacían, aparecen los desaparecidos, Víctor Jara toca la guitarra, canta. La vida es otra. La vida pudo ser otra. La poesía puede imaginar eso, puede convertir en palabras ese deseo.
Millán lee el poema y Patricio Guzmán cierra su documental Allende con esa lectura. Cada 11 de septiembre, ese video circula por redes sociales. Cada 11 de septiembre La ciudad encuentra nuevos lectores. Y ahora, cuando se cumplen 40 años desde su publicación, es inevitable pensar en estos poemas, en esta ciudad, en Millán escribiendo:
Talaron el árbol.
Nos descuartizaron.
Trozaron el tronco.
Cortaron las ramas.
El raigón siguió vivo.
El raigón siguió en la tierra.
Las raíces creciendo bajo la tierra.
Hoy el tronco talado brota.
"Pienso en Millán en el exilio, perdiendo el lenguaje de la tribu y descubriendo o recuperando el balbuceo, la extranjería: aprendiendo a hablar en una lengua propia", anota Alejandro Zambra en un texto que le dedica al poeta en No leer.
La ciudad está escrita en esa lengua propia, en ese balbuceo, en los silencios que atraviesan sus calles, sus páginas.
Recién en los 90, La ciudad tendría una edición chilena, que sería una versión aumentada. Después circularía en la antología Trece lunas (FCE) y luego contaría con una edición en Norma, la última que publicó Millán en vida. Tiempo después de su muerte —en octubre de 2006—, la editorial española Amargord reeditaría La ciudad en su versión original. En librerías chilenas es casi imposible conseguir un ejemplar —aunque está digitalizado en Memoria Chilena—. Quizá es hora de volver a publicarlo o de aventurarse con reunir las obras completas de Millán. Seguro que encontraría muchos, muchísimos lectores que lo leerían desde otro lugar, desde otro tiempo:
Por la oscuridad que nos lleva,
Abrir los ojos y ver la oscuridad que nos lleva
Con los ojos abierto y cerrar los ojos.
https://www.youtube.com/watch?v=J3Mn0yoPtFQ