Por alguna razón le tengo fe a la tercera trilogía. Cuando era chico, quizá en 1982, leí eso mismo, que George Lucas siempre pensó que La guerra de las galaxias (me niego a llamarle Star wars, por la misma razón que, para mí, Goofy siempre será Tribilín y que Cookie Monster siempre será Lucas) serían tres trilogías. Nunca pensé que para ello tendrían que transcurrir cuarenta años, cuarenta años desde que, a los ocho, en un verano en Tongoy, viera Una nueva esperanza por un agujero del antiguo cine de madera que daba a la parte de atrás de la pantalla. Yo vi al revés el Episodio IV de La guerra de las galaxias, con el Destructor que perseguía a la nave de Leia avanzando de izquierda a derecha de la pantalla, junto con diez niños más, entre los que estaba mi herma, que descubrimos esos agujeros en la parte de atrás del cine y una noche llegamos en masa a verla camuflados por la oscuridad de la playa.

Le tengo fe por algo que como licenciado en letras aprendí hace bien poco: las grandes historias parten pequeñas.

https://www.youtube.com/watch?v=CJhKQeblpYk

Parten pequeñas por eso mismo de los agujeros del cine. Cuando ese grupo de una decena de niños vio por primera vez La guerra de las galaxias esas vacaciones de 1978 ninguno de ellos sabía que esta película sería un clásico. Era otra película más, con efectos especiales espectaculares, sí, pero no un mundo, no un universo. La historia era bien sencilla, y en gran parte del metraje era casi íntima (la visita de Luke a Obi Wan Kenobi, la escena del saloon en Mos Eisley), solo había un par de secuencias más espectaculares, pero ello no afectaba el que fuera una pequeña historia de un muchacho que salió de su casa (de su zona de confort) y descubrió que había un mundo más ancho que él que lo superaba.

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Todas las grandes sagas parten pequeñas, desde esas del Ciclo del Rey Arturo, como Perceval de Chrétien de Troyes, otro muchacho al que unos caballeros van a buscar a la pequeña casa donde ha vivido su infancia. Hay demasiados ejemplos. Piensen cómo comienza la saga del Anillo de Tolkien: "En un agujero en el suelo, vivía un hobbit". O en La historia interminable: "Libros de ocasión. Propietario: Karl Konrad Koreader. Esta era la inscripción que había en la puerta de cristal de una tiendecita, pero naturalmente sólo se veía así cuando se miraba a la calle, a través del cristal, desde el interior en penumbra". O Harry Potter: "El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías". Historias que comienzan como en un zoom, en un espacio doméstico y con el avanzar de las páginas van cobrando vuelo. De hecho, cuando las historias tratan de partir grandes es cuando fallan, como en la segunda trilogía de La guerra de las galaxias. Allí es todo enorme, ampuloso, desde el principio. No hay espacio para ese calor doméstico de las historias que "engrandecen". Y por eso mismo fracasa.

En todos los años que he oficiado como evaluador de concursos literarios, siempre llegan dos o tres libros que cometen esa misma falla. Son mamotretos de mil páginas llamados siempre de maneras como Trilogía del Arte Oscuro: Primera Parte, La venganza del dragón. Son libros ilegibles pensados desde el principio como obras maestras que no alcanzan su cometido simplemente por ser demasiado ambiciosos. Y ya mi amigo del alma, Álvaro Bisama, ha reparado en esto en su cuento "La dieta del orco" que se trata de un treintañero sin rumbo que piensa que va a ser el nuevo Profesor Tolkien.

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El mundo de La guerra de las galaxias se fue revelando de a poco en la trilogía de los setentas y ochentas, fue cobrando vuelo lentamente, sin, nunca del todo, abandonar su humildad inicial. Y formó a los primeros nerds modernos, que se aprendieron los nombres de las naves, de las máquinas, de los personajes terciarios (Wedge Antilles). Luego la saga se hizo esclava de su propio mito, tal como U2 cuando hizo Zooropa, o, como me decía un amigo, Mecano, cuando hizo Aidalai. Excesos.

Pero ahora va a ser distinto. La tercera saga está en manos de J. J. Abrams que ya demostró que sabe hacer grandes historias a partir de historias pequeñas, como Lost, como en su relectura de Viaje a las estrellas (me niego a decirle Star Trek), pero sobre todo en esa obra maestra, a mi juicio, que es Super 8. Eso es lo único que yo espero, no tanto efecto especial, no tanta ampulosidad, sino que volver sobre este universo de nuevo, como si fuera la primera vez, como si no fuera en realidad tan importante. Como cuando éramos niños y mirábamos el inicio de todo desde los agujeros de un viejo cine de balneario.

"Hoy no se ha perdido la esperanza, sino que acabamos de encontrarla".

https://www.youtube.com/watch?v=bjdjyvnOGtg

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