¿Vivimos en una “cultura de la violación”? ¿Qué es, en todo caso, una “cultura de la violación”? De acuerdo a Roxane Gay, quien ha editado la colección de ensayos No es para tanto (Capitán Swing, 2019), el término se refiere a “una cultura en la que a menudo parece como si la cuestión fuera cuándo, y no si, una mujer se encontrará con algún tipo de violencia sexual”. De hecho, muchas de las 30 piezas aquí reunidas —relatos abrumadoramente personales más que ensayos analíticos, escritos tanto por hombres como por mujeres— discuten la “cultura de la violación” en este sentido amplio, que representa todo, desde las malas relaciones, el acoso callejero, el miedo a la agresión sexual hasta el asalto violento, la violación y el abuso sexual infantil.
Si bien el tono es abrumadoramente confesional —salvo el ensayo de Michelle Chen que entrega una visión general de la violencia sexual cometida contra migrantes y refugiados—, muchos de los escritores comprensiblemente se distancian de los relatos detallados de eventos traumáticos, prefiriendo centrarse en el acto de contar una historia, a menudo después de muchos años, y yendo más allá de las racionalizaciones comunes de "bueno, no fue para tanto" o bien "otras lo tuvieron peor". Como dice Stacey May Fowles en "Para salir de esto": "Lo que yo necesito es lo que la mayoría de las mujeres necesitan cuando hablan acerca de la violencia sexual que han sufrido. Necesito que alguien me escuche. Necesito que alguien me crea".
Gay vincula explícitamente la colección de ensayos a los actuales movimientos alrededor de #MeToo: "Los hombres poderosos están perdiendo sus trabajos y su acceso a las circunstancias en las que pueden explotar a los vulnerables". Sin embargo, a pesar del carácter oportuno del libro, y aunque muchos de los relatos son conmovedores, hay una sensación de incertidumbre que se cierne sobre él. Al tratar la "cultura de la violación" en su sentido más amplio, quizá algo se pierde. Cuando Aubrey Hirsch escribe que "si la cultura de la violación tuviera un punto céntrico, olería como un desodorante corporal en aerosol Axe y ese perfume que ponen en los tampones para que tu vagina huela a detergente para la ropa", no está del todo claro dónde comienza y termina la "cultura de la violación" y donde comienza el capitalismo de consumo. Pero quizás este sea el punto.
Germaine Greer es característicamente más precisa en Sobre la violación (Debate, 2019): "El término 'violación', tal como se emplea en este ensayo, se aplicará únicamente a la penetración de la vagina de una persona del sexo femenino que no desea ser penetrada por medio del pene de una persona del sexo masculino", es la oración inicial de su breve libro. Greer ya ha sido atacada por sus comentarios en el festival literario Hay a principios de 2018, donde afirmó que la mayoría de las violaciones no eran violentas, sino más bien sexo que era "flojo, descuidado e insensible", y que las sanciones penales por violación deberían reducirse. De hecho, ella reitera estos puntos aquí, sugiriendo que la carga de la prueba —signos objetivos de no consentimiento, específicamente— requerida para probar la violación "nunca puede ser satisfecha" y que si confiamos solo en las declaraciones de las víctimas con respecto a la falta de consentimiento, entonces "tendremos que aligerar el coste". La controversia continúa con Naomi Wolf escribiendo una crítica de los supuestos errores de Greer y la aminoración del acto en el Sunday Times, argumentando que "toda mujer que conozco que fue violada pensó que ella podría haber estado cerca de morir. Lo que es dañino es la experiencia de no ser absolutamente nada en presencia de otro ser humano. Es lo más cerca que llegamos a la muerte en esta vida".
Pero Sobre la violación no es necesariamente tan controversial como los comentarios anteriores de Greer podrían haber indicado. Ella apoya los métodos seguros y anónimos para informar a las autoridades y las comunidades del "peligro real y presente", al tiempo que reconoce que estos métodos extralegales pueden ser mal utilizados. Ella critica la falta de anonimato y la ordalía de las víctimas de violación en el sistema legal. Ella defiende la idea de que la resistencia por parte de la víctima no es condición necesaria para que se produzca una violación: "Si un hombre te golpea en el ojo, no se espera que le hayas suplicado que no lo haga para que el crimen sea aceptado como ataque".
Greer, sin embargo, reitera su afirmación de que la violación usualmente no es violenta: "Puedes violar a una mujer dormida sin siquiera despertarla". Su punto fundamental es la banalidad de la violación, su cotidianeidad: "la violación es parte del tejido de la vida diaria". No obstante, ella evita pintar a la sociedad en general como una "cultura de la violación", prefiriendo enfocarse en los límites del sistema legal para abordarlo, y vinculando la ubicuidad de la violación más al "mal sexo", cuyas cualidades perjudiciales no minimiza: "La violación diurna sofoca el amor e impone la soledad y la abstinencia". Asumir que la violación violenta de un extraño acecha en cada esquina, ella sugiere, es entender mal la realidad.
"¿Por qué las mujeres le temen tanto a la violación?", pregunta en un capítulo titulado "¿Joystick o arma?". El "pobre y viejo pene" es completamente desacreditado aquí: "Un codo, incluso un pulgar, puede hacerte más daño", sugiere ella, resucitando la vieja pregunta de si la violación es lo peor que te puede pasar. Plantándose en desacuerdo con Susan Brownmiller y otras feministas que sugieren que la violación por parte de algunos hombres mantiene a todas las mujeres en un estado constante de intimidación, Greer argumenta que "no tiene sentido que nuestras hijas tengan más miedo a los penes que nuestros hijos a los cuchillos o las pistolas".
Al argumentar que la legislación actual sobre la violación ha creado "contradicción y confusión" en muchas partes del mundo, escribe que hubo un tiempo en que "todo el mundo sabía qué era la violación; era el robo de una mujer al hombre u hombres que eran sus dueños". En lugar de proseguir este punto —¿qué es lo que hace la violación cuando las mujeres ya no son la propiedad de los hombres?—, Greer salta a una discusión sobre Julian Assange y la "ética de la heterosexualidad".
Este es, de hecho, uno de los principales problemas del ensayo, tan interesante y convincente como, por otra parte, lo es: su incapacidad para concentrarse en el punto en cuestión. Greer, sin embargo, tiene una aptitud desconcertante para llevar una daga a múltiples sabidurías recibidas a la vez: "En todos los momentos de la carrera de la vida, los hombres y las mujeres encajan mal", comenta de manera improvisada. Los hombres y las mujeres simplemente no quieren lo mismo cuando se trata de sexo: "Las mujeres en busca de romance llegan para sufrir a manos de los hombres que están tras la conquista". "La heterosexualidad bien puede estar condenada", concluye. Pero, podríamos preguntar, ¿qué es lo que viene después? El separatismo no parece estar muy al alcance, ni para los hombres ni para las mujeres. En su lugar, Greer sugiere, que "tendremos que encontrar una manera de salir de la amargura y la recriminación en las que al parecer hemos caído".
Cualquiera que sea este momento —un reporte largamente retrasado de la "cultura de la violación", o sólo otro capítulo más en una guerra sin solución—, estos dos tan diferentes textos parecen apuntar al corazón de los innumerables problemas relacionados con la violación: qué es, cómo hablamos de ella y, en última instancia, qué es lo que exactamente todos hacemos respecto de ella.