Incluso para los espectadores más incondicionales de El Irlandés, es fácil entender (entender, no justificar) la frialdad con que muchas personas reaccionan ante este Scorsese antológico y terminal. Película de escala colosal y ambiciosa como ninguna, está sin embargo lejos de ser una guinda, de contar una historia compradora o de remitir a un mundo con el cual el público actual quiera identificarse. Al revés: esta es una película dura, con gente desagradable, donde la violencia está tan asimilada que Scorsese ni siquiera alcanza a ponerla en entredicho, tal como tampoco discute los rudimentarios códigos de masculinidad que soportan la trama. En el ascenso y declinación del protagonista -el hombre que llegó a ser figura clave en el entorno de Jimmy Hoffa, el poderoso presidente del sindicato de camioneros de los EE.UU. desaparecido en 1975- las mujeres apenas tienen cabida y a menudo importan menos que el diseño y esplendor de los automóviles, aspecto que por lo demás remite a uno de los tradicionales fetiches de la virilidad inmadura. Ciertamente hay películas mucho más masculinas y violentas que El Irlandés. Pero han de haber pocas que lo sean a estos niveles de banalidad y sordidez. En este aspecto esta realización imponente no intenta en ningún momento pasar gato por liebre.
Es raro que, no obstante el recio compromiso del Hollywood posterior a Weinstein con las actuales banderas del feminismo, todavía no haya salido de la industria una película más o menos convincente con estos puntos de vista. Sí han surgido en cambio realizaciones un tanto ramplonas, como Estafadoras de Wall Street, protagonizada y producida por Jennifer Lopez y dirigida por Lorene Scafaria, que más allá de su conexión emocional con el mundo de las strippers y de su cuota de sentimientos por el tipo de relación que las mujeres pueden construir entre sí, describe una fantasía bien primaria de venganza contra machos repelentes, abusadores y además culpables del colapso financiero del 2008. Feminismo demasiado literal tal vez, muy en la línea de la mitología de superhéroes que ha degradado hasta la estupidez al Hollywood actual.
Lo curioso es que en otra época la industria del cine entró a estos temas con menos proselitismo y altanería, aunque con bastante más garra e inteligencia. Las "películas para mujeres", expresión abiertamente peyorativa, apelaban a una sensibilidad específica y en esa cancha cineastas como Vincent Minelli, George Cukor o Douglas Sirk midieron con orgullo su talento y maestría. Hace poco volví a ver La malvada (All about Eve, 1950), la formidable película de Joseph L. Mankiewicz con Bette Davis y Ann Baxter, y su aplastante teorema de egolatría, envidia y usurpación está más vigente que nunca. Por ahí leí que es el único caso de una cinta cuyas dos actrices principales y también las dos de reparto (Celeste Holm y Thelma Ritter) fueron nominadas al Oscar simultáneamente. No solo eso: fue la película donde debutó Marilyn Monroe. Difícil encontrar un modelo más concluyente de protagonismo de las mujeres. La obra revela una comprensión shakespereana de los códigos del mundo femenino, mezclados eso sí -y en esto no hay ninguna concesión, dado que es un rasgo de la condición humana más allá de los géneros- con las variables del poder, porque la cinta es una reflexión sobre el estrellato destronado y usurpado por el cálculo y la ambición. Es una marca que nunca más Hollywood volvió a superar.