Desde su aparición en 1942, el cuadro Aves nocturnas de Edward Hopper ha inspirado a una serie de obras de la cultura pop, comenzando por discos como Nighthawks at the Diner (1975) de Tom Waits, algún capítulo de Los Simpson o incluso a Spider Jerusalem, el personaje de ficción del cómic postcyberpunk Transmetropolitan de Warren Ellis.
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Hopper en una viñeta de Transmetropolitan.[/caption]
En la pintura hay tres personas sentadas en lo que debe de ser una cafetería 24 horas, un diner prefabricado de mitad del siglo XX de cualquier ciudad estadounidense. "El lugar está situado en una esquina e iluminado toscamente", advierte Mark Strand en Hooper (Lumen, 2018). "Aunque ocupado, un camarero vestido de blanco mira a uno de los clientes. Este, sentado junto a una mujer de aspecto distraído, lo mira a su vez. Otro cliente, de espaldas a nosotros, dirige su mirada hacia la zona en que se encuentran el hombre y la mujer", continúa.
Según el escritor, "se trata de una escena con la que cualquier pudo haberse topado hace cuarenta o cincuenta años, paseando de noche por Greenwich Village, en Nueva York, o por el corazón de cualquier ciudad del nordeste de los Estados Unidos".
Precisamente Greenwich Village fue el lugar donde transcurrió la infancia del pintor.
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Edward Hopper.[/caption]
Un crítico ácido como John Updike dijo en su momento —desde una columna aparecida en The New York Review of Books—: "De las muchas obras escritas estimuladas por Hopper ninguna es más serena y misteriosamente cercana (más hopperesca, podríamos decir) que el brillante librito de Mark Strand, Hopper, este muestra de qué manera nos conmueven e inquietan ciertos elementos formales de los cuadros: trapecios isósceles que apuntan a lugares más allá del lienzo, luminosidades cuyas fuentes quedan fuera de nuestro ángulo de visión, especificidades del punto de vista del espectador que dan pie a sentimientos de exclusión, o de viaje, o de estancamiento, o de intimidad, o de la falta de esta".
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Aves nocturnas, 1942.[/caption]
De vuelta a la pintura, "no hay nada amenazador —continúa Strand en su comentario—, nada que sugiera que el peligro acecha a la vuelta de la esquina. La tranquila iluminación interior de la cafetería derrama densidades de luz sobre la acera adyacente, estetizándola. Es como si la luz fuese un agente purificador, puesto que no hay rastros de suciedad urbana. La ciudad, al igual que en la mayor parte de la obra de Hopper, se hace presente en un sentido formal, más que realista. El elemento dominante de la escena es la gran ventana a través de la cual vemos el interior de la cafetería; esta abarca dos terceras partes del lienzo, conformando una figura geométrica, un trapecio isósceles que establece la direccionalidad de la pintura con relación a un punto de fuga que no puede ser visto, y que ha de ser imaginado".
En su análisis el escritor explica que nuestra mirada viaja a lo largo de la superficie del cristal, "desplazándose de derecha a izquierda, atraída por los lados convergentes del trapecio, la baldosa verde, el mostrador, la fila de taburetes —que pareciera el rastro de nuestros pasos— y el resplandor amarillo del neón que brilla en el techo".
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Aunque no se nos lleva al interior de la cafetería, se nos conduce por uno de sus costados. "La claridad súbita, inmediata, de muchas escenas que registramos al pasar nos absorbe, aislándonos momentáneamente de todo lo demás, y después nos permite continuar nuestro camino. En Aves nocturnas, sin embargo, no se nos deja escapar tan fácilmente. Los lados largos del trapecio se inclinan uno sobre el otro, pero jamás llegan a juntarse, y dejan al espectador a medio camino. El punto de fuga, final del viaje o paseo de quien mira, es un lugar inalcanzable o irreal situado fuera del lienzo, en el exterior de la pintura. La cafetería es una isla de luz que distrae a quien sea que pase por ahí —en este caso nosotros— del destino final del viaje; esta distracción puede ser entendida como una salvación, porque un punto de fuga no es solamente el lugar donde las líneas convergentes se encuentran, sino también el lugar donde dejamos de ser, el final de nuestros trayectos individuales", explica el escritor.
Luego sigue: "Mirando Aves nocturnas quedamos suspendidos entre dos imperativos contradictorios: uno, gobernado por el trapecio, que nos apremia a seguir adelante, y el otro, dominado por la imagen de un lugar iluminado en medio de la ciudad oscura, que nos incita a permanecer".
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En el prefacio del libro, Strand advierte que los cuadros de Hopper no son documentos sociales, "y tampoco alegorías de la infelicidad o de otros estados de ánimo que podrían ser atribuidos con similar imprecisión al perfil psicológico de los estadounidenses".
"Lo que sostengo es que los cuadros de Hopper trascienden el mero parecido con la realidad de una época y transportan al espectador a un espacio virtual en el que la influencia de los sentimientos y la disposición de entregarse a ellos predominan", finaliza.
Sobre Aves nocturnas en particular, y a modo de cierre, el escritor canadiense apunta que "igual que en otros cuadros de Hopper en los que las calles o las carreteras juegan un papel importante, no hay coches a la vista. No hay nadie con quien compartir lo que vemos, nadie ha llegado antes que nosotros. Nuestra experiencia será enteramente nuestra. La soledad del viaje, junto con nuestro sentimiento de pérdida y de pasajera ausencia, se harán inevitablemente presentes".