Eastwood y su fanfarria para un hombre común

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Paul Walter Hauser interpreta a Richard Jewell, el guardia convertido en héroe tras hallar una bomba en los JJ.OO. de Atlanta 96.

Con casi 90 años, el realizador presenta El caso de Richard Jewell. La cinta llega el jueves a salas y se basa en el caso de un guardia convertido en héroe tras el atentado en los JJ.OO. de Atlanta.


Era obeso, le gustaban la caza y el tiro, y a los 33 años vivía con su mamá, en Atlanta, Georgia. Nacido en 1962, Richard Jewell no llegó lejos en los estudios y siempre aspiró a ser policía, hasta que le tocó ser guardia de seguridad en una actividad paralela a los Juegos Olímpicos de 1996. Ahí fue quien dio aviso de una mochila sospechosa cuyo contenido explosivo mató a dos, hiriendo a más de un centenar (pudieron ser muchos más).

Por un par de días, Jewell fue un héroe nacional, y por los 88 que siguieron, fue para el FBI el sospechoso principal -ideal, casi- del atentado en el Centennial Park de Atlanta. Y para muchos lo siguió siendo incluso después de que el verdadero terrorista confesara, en 2002, y de que el propio Jewell muriera, en 2007. Pero para Clint Eastwood (1930) no hay duda: este hombre sin atributos, este blanco del Sur profundo, fue un héroe de verdad. Por eso, su última película se basa en esta historia. Y por eso la cuenta desde el punto de vista de Jewell, como quien se propone hacer un acto de justicia.

El caso de Richard Jewell llega a los cines el próximo jueves, sin el cartel de otras producciones de Eastwood, como Los imperdonables o Million dollar baby. Tampoco destaca en la "temporada de premios", más allá de la nominación al Globo de Oro a Mejor actriz secundaria para Kathy Bates, como la madre del protagonista. Pero era un proyecto que el cineasta quería empujar. ¿Por qué? Porque "había que devolverle el honor a Richard". ¿Y por qué había que devolvérselo? "Porque es el hombre común" que quiere "dedicarse a mejorar a la humanidad" y que, tras efectuar una acción heroica, "paga un alto precio".

Inadecuaciones culturales

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Clint Eastwood y Olivia Wilde en el controvertido rol de una periodista que intercambia información por sexo.[/caption]

En el nuevo siglo, particularmente, el actor y director de conocidas simpatías republicanas se ha empeñado en contar historias de little guys: gente sin mayor poder ni contactos que se ve arrinconada por algún poder, debiendo echar mano a sus instintos de supervivencia y a un sentido algo anticuado del honor y del apego a lo que considera justo y verdadero (Angelina Jolie en Changeling, Tom Hanks en Sully). Pero ni esto ni el resto los hace mejores personas ni los exime de ser ocasionalmente ridículos o patéticos. Son "los buenos", pero ni tanto.

En cuanto a Richard Jewell (encarnado por Paul Walter Hauser), su historia está poblada de minucias poco decorosas. Siendo asistente del sheriff en un pueblo sin historia, se hizo pasar por policía, y fue más allá de sus atribuciones como guardia en un campus universitario, lo que le ganó un pronto despido. Pero también había un lado generoso y bonachón en este hombre criado en la fe bautista, candoroso hasta la ingenuidad. Llegado el momento, lo uno y lo otro le pasarían la cuenta.

El 27 de julio de 1996, el día del atentado con bombas y clavos que llamó la atención del mundo en plenos JJ.OO., Jewell estuvo con diarrea y pensó seriamente en reportarse enfermo, según declararía más tarde. Finalmente acudió al trabajo y, tras un incidente menor con unos jóvenes que tomaban cerveza, advirtió la presencia de una mochila sin dueño identificable. Dio inmediato aviso y, una vez confirmada la existencia de explosivos que podían estallar en cualquier momento, ayudó a la policía a despejar el sector más cercano. El que no se enteró de nada, hasta el estallido, fue el FBI, que estaba en el lugar y que a poco andar vería en Jewell un sospechoso hecho y derecho.

Para la periodista Marie Brenner, autora en 1997 de un artículo para Vanity Fair que sirvió de base al filme, el FBI y otros "se dejaron cautivar por la teoría del perfil criminal". Así, "en medio del frenesí que se desató en el FBI tras el atentado, miraron a ese tipo tan dulce y un poco raro, y se dijeron: ¡vaya, es la teoría del terrorista solitario!". En casos como este, concluye, "nuestra sociedad se apresura a hacer suposiciones sobre las personas basándose en su aspecto o en cómo se ven las acciones desde fuera".

Por días y semanas, los Jewell vivieron un pequeño infierno, teniendo como único apoyo a un abogado independiente a quien Richard había conocido cuando trabajaba en una repartición gubernamental (Sam Rockwell). Este escenario de indefensión y de circo mediático está en el núcleo de una cinta que marca la primera colaboración de Eastwood con el guionista Billy Ray, también director de Shattered Glass (2003, un imperdible sobre periodismo y periodistas). Para Ray, el nuevo filme "trata el tipo de temas que Clint ha explorado durante toda su carrera: la justicia, la dinámica de poder de las fuerzas de seguridad estadounidenses, el hombre común en una circunstancia extraordinaria".

Ahora, una cosa es que El caso… tenga "alguien a quien el público pueda apoyar", como plantea Eastwood, y otra que es que la haya visto fácil con la crítica y con los medios. Entre estos últimos, ya se ganó una querella del Atlanta Journal-Constitution, periódico cuyo rigor y profesionalismo quedan acá en entredicho, por decir lo menos. Eso, sin mencionar las controversias mayores y menores, en redes sociales y otras instancias, a propósito del rol en la película de una periodista del señalado diario, que no duda en intercambiar sexo por información con un "federal". Ya casi nonagenario, Eastwood acaso pueda permitirse estas inadecuaciones culturales, antes conocidas como incorrecciones políticas.

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