La noche del 30 de diciembre de 2004 partió en dos al rock y los espectáculos en Argentina. 194 muertos y 1.400 heridos, la tragedia no-natural más grande de su historia, fue el producto de una cadena de horrores: un local sobrevendido y que no reunía siquiera las condiciones mínimas que requería el evento, el crecimiento exponencial de las bengalas como símbolo del aguante, y la nula previsión de todos los que prefirieron pasar por alto y normalizaban lo absurdamente peligroso que significaba el uso de pirotecnia en espacios cerrados. A Callejeros, el main event de la jornada, se los señaló como responsables de consentir la fiesta del fuego de artificio. Ellos, encabezados por la figura de Patricio Santos Fontanet, siempre declararon ser inocentes, atacados injustamente por la prensa y el poder. Aunque cumplieron condena, a 15 años de la tragedia, del caso Cromañón ya no quedan detenidos. Acá, la historia de una herida que no cierra más.
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La voz agitada de Omar Chabán se escucha por los parlantes, pero nadie parece prestarle mucha atención. De fondo suena "Jijiji", canción franquicia de Los Redondos, mientras alguno de entre el público aún agita una bengala. Hace pocos minutos culminó la presentación de Ojos Locos y las miles de personas que desbordan República de Cromañón ahora esperan ansiosas el turno de Callejeros, banda que para 2004 comandaba la nueva movida del rock barrial argentino. "¡Córtenla con las bengalas que hace dos horas no vemos el show! ¡Córtenla, no se ve un carajo!", insiste Chabán, administrador del boliche ubicado en Bartolomé de Mitre a la altura del 3000. "No se salva nadie, eh", pero no hay caso. Más de alguno le grita que se deje de romper las pelotas, que se vaya a la puta que lo parió, que no apagan nada, que lo quieren ver al Pato Fontanet y compañía. El resto, aguantando el calor y la sensación de pesadez propias de un lleno absoluto. Son poco más de las 22 horas, Callejeros ultima los detalles antes de ingresar a escena y la situación para Chabán se torna cada vez más preocupante: ya no es una sola bengala; son varias. También encendieron candelas, esa suerte de fuegos artificiales que escupen bolitas prendidas al aire. Las advertencias desesperadas del empresario, no lo sospecha nadie todavía, serán premonitorias. Él, sabe, ese galpón de dos pisos que es Cromañón esa noche es un desastre: el techo está recubierto con materiales muy inflamables, funciona uno de los tres extractores de aire, la inmensa puerta de salida al costado del escenario está clausurada, solo dos de las seis puertas dobles del local están habilitadas, y la capacidad máxima es de unas mil personas pero ese 30 de diciembre de 2004 había sobre las tres mil. La pirotecnia incluso ya había causado estragos siete meses antes, durante un festival rolinga, cuando personal de seguridad debió enfrentar un incendio y evacuar a todos los presentes. Y apenas hace cinco días, durante la presentación de La 25, cuando también una candela encendió los paneles del techo.
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La historia quizás más repetida de los próximos quince años del rock argentino continuó a las 22.50, cuando Callejeros subió al escenario. Entonces las palabras de su frontman, Patricio Santos Fontanet, que se grabaron para siempre: "¡¿Se van a portar bien?!", buscó dos veces a un público ya fuera de control, antes de iniciar el show con "Distinto". La respuesta en clave de bengalas y pirotecnia, costumbre estética devenida prácticamente en una liturgia del rock barrial, era el sí. Dos minutos treinta y tres segundos más tarde, sin embargo, el horror: de sopetón, cayó primero el sonido y luego las luces. Se fue todo a negro; algo andaba mal. El saxofonista de la banda alcanzó a señalar el techo, cómo una nube de humo se les venía encima, mientras la chispa de una candela se incrustaba en las planchas de poliuretano dando inicio a la tragedia de República de Cromañón. Fue cuestión de segundos: griterío, pánico, desmayos, trozos de plástico inflamado cayendo desde lo alto, tipos aplastados por los mismos que saltaban desde el segundo piso buscando una salida, el humo que finalmente se tragó el oxígeno y los que no volvieron más. 194 muertos y sobre los 1.400 heridos fue el saldo final de una herida que aún está abierta.
Un par de testigos dicen que minutos más tarde, entre los bomberos, las ambulancias y sus asistentes, los desvanecidos, los que se mojaban la cara y se aprontaban para volver, lo vieron a Fontanet afuera, en la calle, descalzo y teñido por el tizne, llorando desconsolado, corriendo de un lado a otro en busca aún de alguno de los varios familiares y amigos que lo fueron a ver y seguían perdidos adentro. Sin ir más lejos Mariana Sillota, su novia de entonces, murió 14 días después del incendio, internada en la clínica La Trinidad.
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Diciembre de 2004 agarró a Callejeros cerrando la mejor temporada de su carrera. Esa bandita que en 1995 debutó bajo el nombre de Río Verde —tributo a "Green river" de Creedence— y que se estrenó frente a una veintena de vecinos en las veredas de la Villa Celina, llegaba con un triunfo rotundo bajo el brazo: el lanzamiento de su tercera placa, Rocanroles sin destino, y además "Una nueva noche fría" (Presión, 2003) era percibida como el hit del momento. Ahora, a Fontanet y los demás, se los situaba como una suerte de emblema del rock barrial, ese género tan argentino y tan resistido por sus propias bandas, que lo ven casi como una etiqueta despectiva a lo que hacen. Cromañón, de hecho, sería un cierre de año redondo: un triplete de presentaciones en un local que se les había hecho pequeño pero era significativo, después de haber tocado en Cosquín, Obras y unos días antes, frente a 15 mil tipos, en Excursionistas. Cada uno de esos conciertos pudo ser perfectamente un presagio: la acumulación de elementos pirotécnicos para adornar la experiencia era progresiva. Pero ya no era sólo cuestión de Callejeros sino de toda la cultura del rock, que cobijó una especie de futbolización en la estética de sus espectáculos. Era acaso imposible concebir una presentación de La 25, Jóvenes Pordioseros o Callejeros sin bengalas, sin candelas, sin un sinfín de banderas y minihinchadas —Los Invisibles, El fondo no fisura y La familia piojosa eran tres facciones de seguidores que competían por el protagonismo en cada show de Callejeros— haciendo el "aguante" en los pogos y las gradas.
El 30 de diciembre, en la última de las tres presentaciones, todo eso cambió y para siempre. Entre las víctimas, la banda lamentó la muerte de la novia de Fontanet; de cinco familiares de Maxi Djerfy, guitarrista; la esposa y primos del mánager, y la madre de Eduardo Vásquez, baterista.
Así las cosas, Callejeros escogió llamarse a un silencio incómodo, prolongado, mientras la opinión pública apenas iniciaba el debate más feo y extenso de su temprana historia: ¿eran víctimas o también responsables? A medida que las marchas, organizaciones y homenajes a los damnificados de Cromañón fueron en aumento, la agrupación se integró buscando, también, evitar verse involucrados, cortar la cadena de responsabilidades. Ellos se asumían inocentes y delegaban las responsabilidades de la tragedia al jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, y al que fuera uno de sus promotores y grandes amigos, el administrador del boliche, Omar Chabán. Pero ya no había vuelta atrás: el fracaso de un festival a beneficio que la banda realizaría en Vélez, la marcada oposición de un montón de familiares de los damnificados esa noche, y las incipientes versiones de que Fontanet y compañía alentaban y repartían las bengalas que se prendían en sus shows, daban cuenta del odio que ya despertaba su figura. También había gente de su lado: la mayoría de sus incondicionales, que pedían por un pronto regreso a los escenarios y que se los absolviera de cualquier investigación. Pero Callejeros lo pasó mal; su primer amago de regreso, tras un año y medio, el 6 de julio de 2006 teloneando a Jóvenes Pordioseros, acabó tras sólo dos canciones. Fontanet confesó esa noche que por primera vez volvió a sentirse vivo, pero no pudo escapar a unos cuantos abucheos que aceleraron su salida del escenario.
El regreso oficial tuvo lugar dos meses más tarde, el jueves 21 de septiembre en el Chateau Carreras, hoy Estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba, frente a 20 mil rockeros. Allí, la garganta de Callejeros no se guardó nada: "Muerto es aquel que nadie recuerda. El 30/12/04 perdimos todos", comenzó. "Pudimos volver a tocar cuando los jueces nos devolvieron los instrumentos: un año más tarde", se quejó después. Y para cerrar, tras agradecer a José Palazzo y a su público, Fontanet dedicó otro mensaje: "A los demás, chúpenla. Por caretas".
A esa altura, Callejeros cargaba con algunas denuncias: ocho meses tras Cromañón, el 2 de septiembre de 2015, Emiliano Palacios, exfanático de la banda que perdió a uno de sus mejores amigos en la tragedia, declaró en los tribunales que había visto cómo Susana de Fontanet, madre de "Pato", repartía bengalas antes del show en Obras. En Villa Celina incluso le pegaron por su atrevimiento, pero dijo haber hecho lo correcto, que la banda se estaba lavando las manos. La voz de Callejeros, a su vez, acusaba a los medios de instalar esa versión.
Comenzaron los rumores de una eventual separación. La banda, dicen, puertas adentro discutía precisamente su futuro, con los ojos clavados en la justicia. Durante ese período estrenaron Señales (2006) y Disco Escultura (2008) quizás para acallar a los que les pegaban, pero pronto habría novedades: Maximiliano Djerfy abandonó el conjunto convencido de que no había que continuar mientras se realizara el juicio oral donde eran parte de los 15 imputados. Fue un período de quiebres, tensión, cambios de los letrados defensores, de las estrategias, y mucha incertidumbre. En mayo de 2009, tres meses antes de la sentencia, Fontanet leyó en los tribunales un comunicado contundente: "Pensé que esa noche iba a ser inolvidable. Mi novia se murió, mi mamá se quemó el 40 por ciento del cuerpo. ¿Cómo voy a exponer a mis seres queridos a tal desastre? Nos duele la vida, nos sacaron el alma, lloramos a cada una de las víctimas". El 19 de agosto se acabó la tensa espera y parecía tener final "feliz" para los músicos: se los absolvió y sólo su exmánager, Daniel Argañaraz, fue sentenciado con cárcel.
Pero todo volvió a cambiar en 2010, primero con la salida de Eduardo Vásquez, expulsado tras prenderle fuego a su mujer Wanda Taddei, y luego con la marcha del guitarrista Elio Delgado. Un año más tarde, en abril de 2011, se revisó nuevamente el caso Cromañón y esta vez se decidió que la banda debía estar tras las rejas por estrago culposo seguido de muerte. Las pesquisas establecieron responsabilidad de su parte: el show fue coproducido por Chabán y Callejeros y ambos habían acordado vender 3500 entradas, triplicando la cantidad habilitada del boliche. El 17 de octubre de 2012, la Cámara Federal de Casación sentenció a siete años de prisión a Fontanet, a seis años de prisión al baterista Eduardo Vázquez, y a cinco años de prisión a los restantes músicos del conjunto. "Es mucho más de lo que esperábamos", celebró en esa oportunidad Nilda Gómez, madre de una víctima.
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"Hace ocho años que vivo en Cromañón. Ocho años de tristeza e incertidumbre. Han tratado de criminalizar a mi persona desde el poder y los medios —escribió Patricio Santos Fontanet, en una carta abierta, en diciembre de 2012—. Me han juzgado, salvo en el juicio, con el diario del lunes. Siempre estoy buscando situaciones o sensaciones que me hagan sentir bien y siempre vuelven a mi mente y a mi alma los recuerdos de aquella noche. El dolor extra es el de haber confiado sin firmar un contrato y verme estafado y luego usado como un perejil".
En la carta, publicada íntegramente en la revista La garganta poderosa, la voz de Callejeros continuó: "Todo se disfruta o se llora a medias porque me han apuntado con el dedo inquisidor y nunca se me trató como sobreviviente o víctima de lo que pasó. No pude hacer mi duelo porque tuve que tener la guardia en alto durante todos estos años. Esa noche fuimos a actuar sin conocimiento alguno sobre las transformaciones que hicieron de este lugar una trampa mortal para quienes más amamos: nuestras familias y nuestros seguidores; e incluso para nosotros mismos. Cromañón no sólo me arrancó mi juventud, también me enajenó al punto de pensar que la vida no vale la pena".
Fontanet estaba golpeado, aún le costaba entender cómo se lo culpaba cuando había perdido amigos y familiares, tampoco asumía culpas. En su cabeza, era inocente y una víctima de una campaña de desinformación desplegada por la prensa. La situación derivó en un escenario personal que lo obligó a internarse en el sanatorio psiquiátrico cordobés Morra. Lo diagnosticaron con una "crisis depresiva psicótica con riesgo suicida", por lo que se mantuvo allí hasta junio de 2013, cuando lo trasladaron al pabellón psiquiátrico del penal de Ezeiza. Salió de la cárcel en agosto de 2014, pero se entregó en abril de 2016 tras un nuevo fallo de la Corte Suprema. Paralelamente, modificó por segunda vez el nombre de su proyecto musical —de Callejeros a Casi Justicia Social (2010), y luego a Don Osvaldo— y planificó el lanzamiento de un nuevo disco.
El buen comportamiento de Fontanet, y una serie de talleres realizados durante su estancia en el área especial del programa psiquiátrico Prisma, le permitieron optar a la libertad condicional el pasado 2 de mayo de 2018. José Palazzo lo había palabreado desde hace algún tiempo para retornar rápido a los escenarios: así, 24 horas tras salir del penal, Don Osvaldo emitió un comunicado confirmando cinco shows en Córdoba, los días 14, 16, 17, 19 y 21 de junio. "Debimos crecer en un mar de oscuras adversidades que traga realidades. Nadamos con valentía contra corrientes perversas que intentaron e intentan sin descanso adoctrinar razones. Seguiremos adelante con la convicción de liberar a la verdad de los tentáculos siniestros del poder", rezaba un párrafo en ese primer tuit que anunciaba el regreso.
Para Eduardo Fabregat, editor de Cultura y Espectáculos de Página 12, el mensaje no fue más que otro notable intento de victimización. En una columna que publicó apenas unos días después —Fontanet, el nadador— Fabregat señala: "Que Fontanet insista en ponerse en el lugar de mártir acosado por el poder, de pobre rockero engañado en su buena fe al que una oscura conspiración mandó a la cárcel, sería risible si no fuera por la carga de cinismo y necedad que implica. Si no fuera por los muertos. Si no fuera por los que aún hoy no pueden apagar la luz para dormir. Si no fuera por los padres, madres, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas que extrañan a los que no volvieron de Once".
"Fontanet no solo es penalmente responsable de las muertes de Cromañón, tal como determinó la Justicia —continúa el periodista—. También es un mentiroso profesional y un manipulador que, puesto en libertad, pretende presentarse como un perseguido que nada valientemente contra corrientes perversas y quiere liberar a la verdad de los tentáculos del poder".
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De igual manera, hay quienes aún se cuadran con su versión. Luis Lamas y Martín Martines, miembros de Ojos Locos, banda que se presentó antes que Callejeros ese 30 de diciembre, hablaron 15 años después con Rolling Stone para defender a Fontanet y los demás:
—Martines: "La gran mentira fue el análisis general que se hizo de la situación".
—Lamas: "En decir que Callejeros incentivaba el uso de bengalas".
—Martines: "Es un análisis casi como un montaje fogoneado por los medios de comunicación y abogados".
Lo último que se supo del "Pato" Fontanet es que pasó por el quirófano en mayo pasado por una afección en sus cuerdas vocales. Mientras, en las vísperas de un nuevo aniversario del siniestro, los sobrevivientes, familias y amigos de las víctimas, siguen firmes con su lucha: buscan la expropiación del local para mantener la memoria de lo que ocurrió esa noche.
Hoy, el que fuera considerado una de las promesas del rock argentino de los últimos años, desde junio de 2018, tiene estrictamente prohibido hablar de Cromañón: la jueza Vilma Bisceglia estableció que Fontanet "deberá abstenerse durante la realización de los conciertos, de efectuar manifestaciones vinculadas a los hechos materia de condena". Pero como él mismo confesara siete años antes en esa carta abierta, cada diciembre vuelven los recuerdos. Laura Cambra, autora de Callejeros en primera persona (2008), lo sintetizó en Rolling Stone: "Cromañón es una presencia constante en sus vidas. En una situación de esparcimiento, en un asado, una reunión, un cumpleaños. Siempre está ahí esa tristeza".