Esplendor y miserias de un tipo cualquiera

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Clint Eastwood emprende acá un acto justiciero con un hombre sin mayores atributos que florece ante la necesidad de sobrevivir. De resguardar lo que considera justo y verdadero, sin ser él particularmente justiciero ni progresista (por el contrario, es un aficionado a la caza y al tiro, y algunas de sus actitudes podrían hoy ofender al espectador culturalmente sensible).



En tiempos en que las salas parecen solo llenarse con superhéroes y otras fantasías, el cuasinonagenario Clint Eastwood sigue produciendo: con una asombrosa periodicidad (hace menos un año estrenaba en Chile La mula), sin ceder al streaming como ventana privilegiada y aplicando principios de la vieja escuela en la puesta en escena y en la construcción de sus personajes. Y sin superhéroes, como imaginará el lector, pero con un personal protagónico que Eastwood considera un héroe en toda la línea.

Eso sí, este es un héroe mirado en su minuto con sospecha, cuando no con desprecio. Un hombre de un heroísmo poco usual. A fin de cuentas, los héroes explican el mundo a partir del mito, mientras El caso de Richard Jewell está basada en una historia real, que además es la de un tipo del montón. El hombre común, como decía Hitchcock, puesto en una situación extraordinaria (aunque el de esta película no se parezca ni de lejos a Jim Stewart o a Cary Grant).

La película se ambienta en Atlanta, ciudad que en julio de 1996 acogió los XXVI Juegos Olímpicos, en cuyas actividades paralelas se produjo un atentado con explosivos -y clavos- que mató a dos personas y dejó heridas a más de un centenar. En principio, el rol de Richard Jewell (Paul Walter Hauser) fue el de un guardia de seguridad como tantos la noche del 27 de julio. Pero ocurrió que fue el primero en detectar la mochila con los explosivos, ayudando como mejor pudo a que el saldo de víctimas no fuese aún peor. Así, este tipo del Sur profundo, que a los 33 años vivía con la mamá y que aspiraba a ser policía y se veía a sí mismo como "agente del orden", se convirtió en héroe nacional. Pero solo por un par de días: por los 88 que siguieron, fue el sospechoso principal del FBI, donde se burlaban del gordito que quería ser como ellos.

Eastwood emprende acá un acto justiciero con un hombre sin mayores atributos que florece ante la necesidad de sobrevivir. De resguardar lo que considera justo y verdadero, sin ser él particularmente justiciero ni progresista (por el contrario, es un aficionado a la caza y al tiro, y algunas de sus actitudes podrían hoy ofender al espectador culturalmente sensible). He acá un tipo acosado por el poder, y que lucha, con sus defectos y pequeñeces, por que la verdad se imponga. En esto, la severidad eficiente del relato, así como un reparto que entre otros incluye a Kathy Bates y a Sam Rockwell, dan cuerpo a un fresco palpitante que es también un drama conmovedor. Clint Eastwood la hizo de nuevo.

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