Hasta hace poco, se le etiquetaba como la "antesala de los Oscar". Y si bien este ninguneo no ha abandonado del todo a los Globos de Oro, que anoche celebraron su 77a edición en el hotel Beverly Hilton de Los Angeles, nadie les quita el ser un número puesto de la "temporada de premios".
A diferencia de años recientes, los reconocimientos concedidos por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood no estuvieron marcados por contingencias raciales o de género (más evocados fueron los incendios en Australia). Pero tuvieron el aura de siempre, con el mundillo del cine y la TV haciendo lo suyo: paseándose por la alfombra roja para luego comer, beber, reír y aplaudir a a los ganadores, entre ellos a la gran ganadora de la noche: 1917.
Sorpresas y más
Era la cuarta vez que invitaban a Ricky Gervais para que condujera la velada. Mordaz, cáustico y malhablado, el comediante inglés se acompañó de una cerveza y dijo que era su última vez, pero pronto aclaro que una broma. No la única, pues siguieron los comentarios acerca de la irrupción del streaming, la representación étnica, los abusadores de la industria, los actores que trabajan para quien sea, las críticas a Cats y harto más.
En lo que toca al cine, los fuegos se abrieron con la Mejor película en lengua extranjera, donde no hubo mayor asombro: el galardón recayó en Parasite, la ganadora de Cannes cuyo director, el surcoreano Bong Joon-Ho habló en su lengua y dijo, conforme a lo que indica la cortesía, que ya era un premio haber sido nominado junto a tan destacados colegas. También se dirigió a la audiencia local: "Cuando superen esa barrera de un centímetro de alto que son los subtítulos, podrán disfrutar de grandes películas en otro idioma".
Luego vino el Mejor guion, que fue para Había una vez en Hollywood. Su director, Quentin Tarantino, quien dedicó el premio a sus héroes del oficio guionístico, así como al reparto de su filme (Margot Robbie, Leonardo DiCaprio, Brad Pitt), y a su esposa, que lo veía desde Israel. Acto seguido, le tocó a los largos animados, donde se impuso Sr. Link, que en septiembre pasó sin mayor gloria por los cines locales.
Cuando el turno fue para Mejor actriz secundaria, hasta la presentadora, Gwyneth Paltrow, se emocionó: le tocó a Laura Dern por su rol de abogada de divorcios en Historia de un matrimonio. La actriz de Corazón salvaje bromeó y agradeció a medio mundo, partiendo por quien fue su director, Noah Baumbach. Entre los varones, el mejor secundario fue Brad Pitt, por Había una vez...
De paso, hubo también buenas noticias para Rocketman, que no repitió el éxito de Bohemian Rhapsody, pero no estuvo tan lejos: recibió el premio a Mejor canción original y Mejor actor protagónico (comedia o musical), para Taron Egerton. Y otro tanto hubo para Guasón, no tanto por su Mejor banda sonora como por el reconocimiento a Joaquin Phoenix, quien dejó en el camino a Adam Driver y llamó a ejercer el derecho a voto. No fue el único.
Hecho el reconocimiento a la trayectoria de Tom Hanks -el premio Cecil B. DeMille-, se entró en tierra derecha con el premio a Mejor director. Y ahí, donde se esperaba un triunfo de Scorsese o de Tarantino, asomó el británico Sam Mendes, cuyo segundo Globo le llegó por el drama bélico 1917. Lo primero que dijo, con el galardón en la mano, fue que no había mejor realizador que el de El irlandés. Y si lo anterior sorprendió, el premio a Mejor actriz (musical o comedia) era un secreto a voces: Awkwafina convirtió en galardón la única nominación para The farewell. El mismo premio en versión Drama estaba, por así decirlo, cantado: Renée Zellweger, por encarnar a Judy Garland en Judy.
Y si hacía falta una consagración en la ceremonia, fue la de Había una vez en Hollywood, que se impuso como Mejor película (comedia o musical). En la sección Drama, en tanto, se intaló la sorpresa: 1917, una película sin estrellas, como señaló su director. El irlandés, así las cosas, se quedó con las manos vacías y Netflix, con la bala pasada.