La sorpresiva ganadora de los Globos de Oro, la cinta de guerra 1917 dirigida por Sam Mendes (Skyfall), es una proeza técnica y una maravilla estética y visual. Construida como si consistiera en un solo plano sin interrupción, Mendes logra con precisión matemática que todos sus personajes, explosiones, peligros y aventuras transcurran de manera continua, donde cientos de soldados en trincheras y actores de renombre aparecen y desaparecen en medio del camino de los dos héroes.

Es el 6 de abril de 1917 y dos cabos del ejercito inglés estacionado en Francia son encomandados en una misión. Los cabos Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George Mackay) -poco más que adolescentes- deben llevar nuevas órdenes al frente que se prepara a atacar. Si no llegan a tiempo, 1.600 hombres caerán en una trampa, entre ellos el hermano de uno de los cabos.

Es un escenario que hemos visitado infinidad de veces: la pequeña patrulla que cruza líneas enemigas y que sigue con su misión sin importar qué, pero ahora con el extra de que todo está hecho como si fuese La Soga de Hitchcock. Mendes, agregando la continuidad temporal que su forma de relato entrega, lanza a sus personajes a la inmensa soledad y terror del frente de batalla y logra estupendas secuencias, como el paso por la tierra de nadie o aquella fascinante "catarata" de fuego en medio de la noche, una imagen que dejaría orgulloso a Dante. Sin duda el plano sin cortes está pensado para crear un alto grado de intimidad e inmediatez, concebido para sumergirnos en la aventura casi de la mano de los personajes, pero tanta exactitud y brillo técnico termina por alejarnos de lo más importante.

Aunque se podría entrar en comparaciones con cintas como Birdman, Sam Mendes no es Iñarritu, y las cosas siempre se mantienen con gusto y controladas. Mendes entiende más de personajes y también sabe cómo crear un excelente thriller de guerra.