“Es una película para niños de 12 años”, dijo George Lucas en 2017 sobre su más famosa creación: Star Wars. Se encontraba en un salón de convenciones frente a unos cinco mil fanáticos que claramente lo idolatraban. La afirmación no la emitió con desdén sino como un recordatorio: la saga de Skywalker era antes que todo una compañía para niños ad portas de la transición hacia la adultez, reforzando algunas herramientas útiles para ese proceso, como la amistad, el heroísmo y el resistir la tentación del Lado Oscuro.
Antes del estreno de El Ascenso de Skywalker, el director J. J. Abrams profundizó sobre esa idea en entrevista con el diario El País: "No podemos olvidar que Star Wars es para niños. Pero eso no significa que se tenga que contar de forma condescendiente y simplista. Los niños están hoy expuestos a estímulos a los que en muchos casos no deberían. Como resultado, hay mucha ansiedad (...) Creo que en las historias buscamos un orden de las cosas. En Star Wars, es el bien contra el mal, la moralidad, la humanidad, el humor. Hay que acogerse a ese optimismo que hay en las historias que no puedes olvidar, tanto si eres un niño como si eres el niño que hay en el hombre de 50 años".
Abrams, que ya había dirigido la genial El despertar de la Fuerza (2015) con un balance casi perfecto entre homenaje nostálgico para los mayores, y nuevos personajes para transformarlos en los héroes y símbolos de una nueva generación, parecía tenerlo claro. Pero si las acciones hablan más que las palabras, el discurso del director es algo vacío, porque El Ascenso de Skywalker, que viene a cerrar 40 años de historia, no sólo es decepcionante en su historia, a largos ratos apresurada hasta el borde de la incoherencia, sino que por el fondo que explica ese resultado: una Star Wars que se olvidó del presente y, presa del pánico, se preocupó sólo de satisfacer a sus fanáticos del pasado.
Ese pánico y ansiedad por darle en el gusto en todo a quienes aún viven en 1977 y sienten que Star Wars es parte de su patrimonio personal no surgió de la nada: en 2017, justo en el aniversario número 40 de la saga, el Episodio VIII: Los Últimos Jedi vio la luz y se transformó en la cinta más divisiva de la franquicia. La forma en que la película, a ratos (hay que reconocerlo) agresivamente, intentaba deconstruir toda la mitología de las cuatro décadas y desafiar a la audiencia a dejar ir el pasado ("matarlo, si es necesario"), no cayó bien en todos. Algunos aspectos fueron especialmente polémicos, como presentar a un Luke Skywalker (Mark Hamill) cínico, muy lejos de su heroísmo de antaño, y asegurando que algunos misterios de la nueva trilogía, como los padres de Rey (Daisy Ridley) o el origen de Snoke (Andy Serkis) no importaban.
Pero para quienes sí encontramos elementos de sobra que valorar en la cinta (a pesar de que todos estamos más o menos de acuerdo que la subtrama del planeta casino no tiene mucho sentido), Los Últimos Jedi era una arriesgada pero bienvenida apuesta por reinventar toda la franquicia y liberarla del peso de la tradición. Hacer efectivamente un traspaso de posta entre la generación de nuestros padres (los fanáticos originales), la nuestra (la de las precuelas, para bien o para mal) y los nuevos seguidores del universo de George Lucas.
El miedo y el lado oscuro
Por un lado, es entendible que Disney, mandamases de Star Wars desde 2013, se hayan sentido particularmente nerviosos con el nivel de debate que generó Los Últimos Jedi, a pesar de que la crítica la elogió de forma casi unánime, y su taquilla demostró que la mayoría del público abrazó la propuesta de la cinta. Pero Disney es la compañía de las apuestas seguras, no de los riesgos ni menos de la discusión. La situación claramente encendió algunas alarmas, activando derechamente la alerta roja cuando Han Solo: una historia de Star Wars, fracasó en la taquilla en 2018.
El problema es que, pareciera, Disney tomó Twitter, las redes sociales y los rincones más agresivos y oscuros de Internet como una vara válida de críticas, y El Ascenso de Skywalker colapsa por un diseño con el que busca dejar contentos a todos (algo casi imposible para cualquier superproducción), pero, por sobre todo, a los trolls.
Para el columnista de la revista Esquire, Matt Miller, quienes han criticado con dureza la era Disney a cargo de Star Wars se dividen en cuatro grupos: quienes dicen que se parecen demasiado a los originales, quienes no les gusta que sean distintas a las originales, quienes tienen problemas más de fondo con sus historias y aspectos técnicos, y quienes sienten que la "diversidad" de las nuevas cintas ha sido un intento adrede de quitarle protagonismo a sus personajes masculinos y caucásicos.
Disney, a través de su CEO, Bob Iger, y la autoridad de Lucasfilm, Kathleen Kennedy (que algunos reportes dicen intervinieron el trabajo de Abrams de forma profunda), terminó buscando satisfacer a los dos grupos de argumentos más cuestionables: quienes alegan que las películas ya no son como las de la trilogía original y quienes acusan el "exceso" de mujeres y personajes no blancos en las nuevas historias.
Para los primeros, la película se llena de referencias al pasado, desde resucitar (sin nunca dejar muy claro por qué) al emperador Palpatine, hasta descartar la visión de Johnson de que Rey no estaba ligada por sangre a ninguno de los personajes conocidos. Para los segundos, prácticamente borró toda importancia de Rose Tico (Kelly Marie Tran), cuya actriz fue víctima de una campaña de ciberacoso racista y sexista, tras ser apuntada como una de las "fallas" de Los Últimos Jedi.
Por un lado, las decisiones son un recordatorio de que la compañía más importante y exitosa en el mundo del entretenimiento está teniendo un problema enfrentando las críticas (algo que se ha hecho evidente en la guerra de declaraciones con el director Martin Scorsese por las cintas de Marvel), y que está dispuesta a todo con tal de acallarlas, aunque eso implique darle la razón a los argumentos más debatibles. Por otro, es una traición al espíritu de la franquicia: pasarle la posta a una nueva generación. Star Wars terminó siendo secuestrada por un grupo minoritario, pero ruidoso, que se negó agresivamente a cualquier cambio en una historia necesitada de ellos.
Un final algo desolador para quienes (subjetivamente) estábamos entusiasmados con las posibilidades de una trilogía que, en perspectiva, podría no haber existido y todo seguiría igual. Pero cuando Hollywood cierra una puerta, abre una ventana…
Una nueva esperanza
Una semana después del estreno de El Ascenso de Skywalker en los cines, The Mandalorian, la primera serie live-action de Star Wars, cerraba su primera temporada en la plataforma Disney+ (que aún no se puede ver de forma legal en los cines). La historia de un mercenario mandaloriano sin nombre (interpretado por el chileno Pedro Pascal) en los años posteriores a El Regreso del Jedi, y el vuelco en su vida tras encontrar a un infante perteneciente a la misma raza del fallecido maestro Yoda (bautizado por Internet como Baby Yoda), se presenta en un principio como un regreso al Star Wars de antaño: una historia de aventuras simple con fuerte inspiración en los western de Sergio Leone y las películas de samuráis de Akira Kurosawa, con además harta nostalgia por la trilogía original.
La temporada va de menos a más, hasta ese último capítulo, que el destino quiso coincidiera con el paso por los cines de uno de los exponentes más decepcionantes de la franquicia. Será la comparación o efectivos méritos propios, pero ese capítulo de The Mandalorian (titulado de forma muy ad-hoc; "Redención"), resulta un antídoto perfecto al sabor amargo al fin de la actual trilogía.
Cuando ruedan los créditos tras los emocionantes últimos 45 minutos del primer ciclo, la sensación es la misma de cuando Han Solo vuelve repentinamente a salvar el día en Una Nueva Esperanza (1977), o cuando Luke Skywalker arroja su espada de luz frente al Emperador y se niega a ceder ante el Lado Oscuro en El Retorno del Jedi (1983). La misma de cuando Darth Vader revela que es el padre de Luke en El Imperio Contraataca (1980), o cuando Yoda demuestra por primera vez su poder de combate en El Ataque de los Clones (2002). La misma de cuando Rey levanta el sable de luz de Luke y enfrenta a Kylo Ren en El Despertar de la Fuerza (2015). Es ese júbilo infantil del que hablaba Abrams con El País; un regreso a los mejores momentos de la saga, y algunos de los momentos que más atesoras de tu vida. Es esa capacidad única de Star Wars de transformarte de nuevo en un niño y jugar con tu imaginación, sin importar la edad que tengas.
The Mandalorian no "mata" el pasado como lo hizo Los Últimos Jedi: su mayor atractivo para quienes ya andamos peludos como para seguir así de obsesionados con estos guerreros espaciales son sus referencias a las primeras películas y el cómo expande el universo presentado en ellas. Pero la serie también resulta en ese traspaso de posta que la nueva trilogía no fue: sus personajes son queribles por sí mismos y no por sus ataduras a los que ya conocíamos, su universo es físicamente el mismo, pero al mismo tiempo lejos de todo lo que conocíamos y queríamos, con rincones inexplorados y posibilidades infinitas de aventuras muy distintas a las de los Jedi. Y su personaje más reconocible y adorable, si bien es una referencia a uno del pasado, también está, antes que nada, diseñado para capturar la atención de niños que quieren ver a esta criatura ser protegida por héroes más grandes que la vida misma. Sus propios Luke Skywalker, Obi-Wan Kenobi, Qui-Gon Jinn, Leia Organa o Rey.
Reuniendo a los mejores exponentes de realizadores/fans (desde el creador y guionista Jon Favreau hasta Dave Filoni, Taika Waititi y Deborah Chow), The Mandalorian es una luz de esperanza en el futuro de una saga que ha andado a los tumbos bajo el alero Disney. Dentro de la misma compañía queda gente dispuesta a reinventar este universo, respetando tanto la tradición como llevándola hacia lugares completamente nuevos. Si el futuro en el cine de Star Wars fue secuestrado, en televisión podría estar su verdadero camino. Y quizás, algún día, la saga vuelva a liberarse del peso de su pasado para buscar a esos nuevos niños de 12 años.