En el papel esta ley que garantiza la presencia de artistas chilenos como teloneros para conciertos internacionales, proyecto de vuelta a la cámara de diputados por indicaciones sobre el caso de regiones -con posibilidad de vegetar porque no tiene urgencia-, parece una medida justa y necesaria para proyectar la música local. Los argentinos, siempre adelantados en estos asuntos, fijaron la norma en 2012. En un show de The Rolling Stones, contó en el senado el presidente de la SCD, Horacio Salinas, los teloneó una banda mapuche.
A las productoras no les gusta mucho la idea. En el congreso la AGEPEC, representada por Jorge Ramírez, no recurrió a eufemismos sino que lisa y llanamente argumentó con lógica inversionista que normativas así a un negocio millonario con más de 1.800.000 personas asistiendo a conciertos, y unos 41.000 empleos directos e indirectos, se puede ver afectado. Ramírez delineó pesimismo empresarial clásico, un panorama oscuro que podría "generar mayores barreras de entrada a la actividad e, incluso, limitar el desarrollo de los artistas nacionales al contar con menos espacios de presentaciones", según se lee en el informe del senado. Se rumoreó que los eventuales costos de la ley se cargarían al precio de las entradas. Otro clásico. Que el cliente pague.
Los músicos en cambio, representados por la SCD, están contentos. Esta historia es larga, el proyecto data de 2008. Se viene un lindo desafío. Los artistas chilenos suelen quejarse del público. Repiten que el chileno no tiene problemas en pagar por un número internacional, sin embargo la generosidad no es la misma a la hora de soltar las lucas con el producto criollo. Tendría sentido si la calidad promedio del artista local de renombre en directo fuera equiparable al de un show internacional, pero no es exactamente así. No se trata del material -ahí Chile tiene un catálogo respetado afuera- sino de la puntada final. La puesta en escena, la interpretación 100%, el sonido perfecto, la ropa incluso. Es una oportunidad de observar, aprender y nivelar hacia arriba.
Asoman recelos similares a los surgidos con la ley del 20% de música chilena en radios. Que la medida favorecerá a los mismos de siempre, los más grandes y populares, por lo demás alguna vez principiantes que escalaron por talento y rigor. La recompensa parece justa y los empresarios obviamente requieren que el nombre bajo las letras de molde de la atracción principal, venda. Negocio y arte necesitan un equilibrio. Pero sin dinero no hay arte.