Segurísimo que esto le sucedió a millones de adolescentes en los 80. No había mejor batero en el mundo que Stewart Copeland de The Police hasta que Neil Peart se cruzaba en tus oídos, el tipo que además escribía las complejas y reflexivas letras de Rush. Si en las giras del rock el cliché era destruir habitaciones y ponerse hasta las cejas, Peart mataba el tiempo leyendo. Un flaco de un metro 93 nacido en Ontario, Canadá, el 12 de septiembre de 1952, acostumbrado a utilizar palabras que a los oídos de sus compañeros Geddy Lee y Alex Lifeson sonaban extrañas. Cuando el bajista y cantante lo introducía antes de sus solos como "El Profesor en la batería" no era por su habilidad fenomenal que les llevó a ficharlo de inmediato apenas le escucharon, sino una broma interna por su lenguaje y conocimientos enciclopédicos. Por más de 40 años firmó prácticamente todas las letras del trío canadiense elevando el nivel lírico del rock para siempre.
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Las biografías apuradas dirán que sus letras versaban sobre ciencia-ficción, mitología y coqueteos con la ultraderecha por inspirarse en Ayn Rand en álbumes como 2112 (1976), pero Neil Peart no solo tuvo un viraje ideológico sino que el ser humano se convirtió en el centro de su escritura durante gran parte de su trayectoria. Podía elucubrar lúcido sobre la relación de la especie con la ciencia y la tecnología en piezas como "Natural science", ahondar sobre el deterioro de las facultades producto de la edad -"Losing it", rescatada en la última gira-, o ahondar sobre la vida, el paso del tiempo y los amigos en un corte pop como "Time stand still". "Con él se puede hablar de cualquier cosa", diría Geddy Lee.
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Neil Peart hizo otra cosa. Llevó la batería en el rock al siguiente nivel y más lejos que ningún otro. Se convirtió en el referente para los bateristas más connotados y de diversos estilos. Los responsables de tambores y platillos en Meshuggah o Wilco, entre decenas, lo citan.
Inspirado en Keith Moon de The Who y el astro del jazz Buddy Rich, Peart hizo de la evolución una regla. Su capacidad creativa como arreglista era tan exuberante que a veces sus compañeros le pedían que se contuviera lo cual jamás le complicó porque en Rush importaba la canción. El perfeccionismo era tal que ensayaba para asistir a los ensayos.
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Hay bateristas que tocan toda la vida el mismo modelo o repiten frases y redobles en una misma canción. Neil Peart jamás lo hizo. Cambiaba el sonido y ampliaba el arsenal hasta llegar a un legendario equipo rotatorio. Mantuvo estoico la venerable y casi desaparecida práctica del solo de batería. Era un espectáculo, un momento de la noche en un concierto de Rush. Una experiencia sobrecogedora observar cómo ese tipo era capaz de repasar la historia del instrumento y estilos durante el siglo XX convertido en una pieza íntegra a base de percusión.
En días como estos recordando la partida de David Bowie asoman ciertos paralelos. Ninguno de los dos se conformó con quedarse en sus tempranos logros, el cambio fue una constante, y ambos planificaron meticulosamente sus últimos años de vida después de dar lo mejor de sí en estudio y en vivo.
Stewart Copeland se queja entre bromas que siempre se le acercan fans confesando admiración, pero al preguntar de vuelta por el favorito esos fanáticos siempre responden lo mismo. Neil Peart.
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