El fin de la Guerra Fría propició la aceptación generalizada de la democracia liberal y desde entonces la vía de acabar con ella es carcomerla desde dentro. Así al menos lo piensan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, dos académicos expertos en la historia política de Latinoamérica (Levitsky) y Europa (Ziblatt) quienes usan sus conocimientos en esas regiones para entender lo que ocurre en Estados Unidos y lo exponen en su libro Cómo mueren las democracias.

Los autores previenen del peligro de la llegada, mediante la democracia, de gobernantes que luego la desmantelan. Muestran cómo las caídas en el autoritarismo son consecuencia de una erosión lenta pero constante de las normas políticas y las instituciones democráticas, además de un tipo de infraestructura informal de tolerancia mutua y destacan la importancia de las élites políticas para cerrar el paso a los intentos populistas que desde fuera del sistema intentan socavarlo.

En todo caso, el mundo ha visto el surgimiento de políticos que antes se consideraban anti-sistémicos o demasiado extremos para ganar las elecciones y que han triunfado en países muy grandes e influyentes (Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil). Ellos podrían ser un peligro para las democracias, que pueden morir no "a manos de hombres con armas de fuego, sino de líderes electos", según el libro.

"Creo que esto se debe al debilitamiento de los sistemas institucionales o establishments políticos en todo el mundo", señala Levitsky. "Hace medio siglo o más, los partidos políticos, los medios de comunicación tradicionales y los grupos de interés establecidos (negocios, trabajadores) tenían el monopolio de los recursos que los políticos necesitaban para ganar elecciones y sustentar sus carreras. Ser un extraño, un outsider, especialmente un outsider anti-sistema, era realmente difícil, porque si no se estaba en buenos términos con el establishment, no se podía acceder a las candidaturas, a los medios de comunicación o a los recursos. Hoy, gracias a la democracia intra-partidaria, el debilitamiento de los partidos, las cambiantes tecnologías mediáticas y la Internet, los políticos no necesitan tanto al establishment. Ellos pueden funcionar mucho más fácilmente como candidatos anti-establishment. Esto es cierto en todas partes, desde Reino Unido a Estados Unidos, Brasil y Chile".

Las democracias pueden ser frágiles, entonces, incluida la de los Estados Unidos. A lo largo del libro, los autores expresan claramente su preocupación por la llegada de Trump a la presidencia de su país, situándolo en un contexto histórico más amplio, mostrando otras crisis democráticas, particularmente en Europa y América Latina.

¿Cuáles son las principales lecciones que aprender de esa perspectiva comparada?

Una lección principal es que los partidos políticos establecidos deben colocar la defensa de la democracia por encima del beneficio partidista a corto plazo: deben actuar para mantener alejados a los demagogos extremistas, al menos negándose a nominarlos o a apoyarlos. Los republicanos fracasaron en eso en los Estados Unidos en 2016, y todavía están fracasando. La otra lección es que la polarización extrema puede matar la democracia. Lo hizo en España en la década de 1930, en los Estados Unidos en la década de 1860 y, por supuesto, en Chile en la década de 1970.

Mucho se dijo sobre el auge del populismo autoritario en los Estados Unidos como resultado de las fallas de la gente común. Sin embargo, su libro dirige su atención a las fallas de la élite. ¿Por qué?

Los potenciales populistas existen en todas partes. La rabia hacia los políticos existe en todas partes. Pero los populistas generalmente solo ganan cargos cuando una parte de la élite les abre la puerta. Eso es lo que sucedió en los Estados Unidos en 2016. Lo mismo pasó en Brasil en 2018.

Los partidos no han podido ser custodios de quién entra al sistema. ¿Se debe a factores como el desarrollo de medios de comunicación alternativos? ¿Es algo necesariamente negativo?

Las tecnologías mediáticas nunca son necesariamente negativas. Son más bien de doble filo -pueden usarse con fines democráticos y antidemocráticos-. Tiene razón en que los medios alternativos debilitaron la labor de los partidos como custodios, pero también lo hicieron otras cosas, como las elecciones primarias. En definitiva, creo que la causa principal es la polarización. Debido a la polarización, los líderes republicanos no estaban dispuestos a hacer lo que hubiera detenido a Trump: respaldar a Clinton.

La estabilidad democrática necesita una base popular. ¿Qué se puede hacer cuando los ciudadanos están insatisfechos y pierden fe en la democracia?

Obviamente, la confianza de los ciudadanos en la democracia es importante, y cuando se erosiona (como ocurre en Chile), es fundamental que las élites encuentren formas de mejorar la capacidad de respuesta y el acceso de los ciudadanos. Esperemos que el proceso de reforma constitucional de Chile tome medidas en esta dirección. Pero es importante recordar que la democracia puede sobrevivir sin una satisfacción generalizada. Las sociedades siempre pasan por períodos de insatisfacción pública. Para sobrevivir a estos períodos, el papel de las élites -al abstenerse de la demagogia y del apoyo a los demagogos- es esencial.

¿Y cómo ve los movimientos sociales y los trastornos actuales en algunos países latinoamericanos, especialmente en Chile?

Las protestas son todas muy diferentes y debemos tener cuidado de no generalizar. Las protestas en Bolivia fueron por elecciones robadas. En Ecuador se referían a los subsidios a los combustibles (la eliminación de estos casi siempre conduce a protestas). Las protestas de Chile son bastante únicas, y creo que en última instancia serán muy buenas para la democracia. Están obligando a las élites a democratizar la democracia de Chile.

La polarización tiene algunas raíces económicas. En Estados Unidos, según su libro, una forma de remediarlo es desarrollar una política social más universal, basada en el modelo escandinavo. ¿Es buena idea para otros países?

No creo que sea una buena idea abogar por un determinado modelo para todas las sociedades (aunque personalmente me gusta el modelo escandinavo). Estados Unidos tiene un sistema que es muy diferente de un modelo universalista y que ha exacerbado las divisiones raciales. Así que creo que Estados Unidos podría usar políticas más universalistas. Debería abstenerme de generalizar más allá de eso.

Al comienzo de su libro, Chile aparece en 1973 como un ejemplo de cómo morían las democracias entonces: un golpe de Estado. ¿Cree que ese modo está superado?

No. No del todo. Ecuador en 2000, Honduras en 2009 y Bolivia en 2019 nos muestran que la intervención militar no ha desaparecido por completo. Sigo pensando que la muerte a través de gobiernos electos, como Perú en los 90 y Venezuela bajo Chávez, es probable que siga siendo la forma dominante de colapso, pero los latinoamericanos deben ser muy, muy cuidadosos para evitar reintroducir al ejército como árbitro en la vida política. El regreso de la intervención militar sería un desastre.

La solución institucional en Chile ha sido la propuesta de una nueva Constitución como opción sujeta a elección popular. ¿Cree que esto es: a) apropiado; b) peligroso; c) ambos?

Creo que es muy apropiado. Y probablemente necesario. La élite política ha perdido legitimidad y necesita encontrar una manera de recuperarla. Chile tiene instituciones fuertes y una democracia robusta. No hay razón para esperar que una reforma constitucional sea peligrosa. No hay posibilidad de un resultado al estilo chavista, porque cualquier asamblea constituyente será pluralista. Lo más probable es que sea algo como lo de Colombia en 1991.