Esperar es desaparecer: apuntes sobre La estación de las mujeres de Carla Guelfenbein
A fines de 2019, la escritora Carmen Boullosa presentó La estación de las mujeres en la FIL Guadalajara. La novela de Carla Guelfenbein, dice la mexicana en su lectura, tiene la estructura de "una especie de medusa de cuatro cabezas (...) tal vez el corazón mayor de esta novela es Gabriela Mistral, a pesar de que no aparece como un personaje".
Muchísimas gracias por darme la oportunidad y esta dicha de conversar acerca de una novela tan especial como es La estación de las mujeres. Primero tienen ustedes que entender que lo que a primera vista parece ser una reunión de relatos desunidos (cuyo único elemento común parece ser que ocurren en Nueva York), es una novela en toda extensión de la palabra. Una novela muy femenina, no solo por el título, y porque los protagonistas son mayoritariamente mujeres, sino por la estructura, por la forma misma de la novela. En lugar de seguir una estructura lineal, lo que aparece es una especie de medusa de cuatro cabezas. Las cuatro mujeres que conforman la novela son cabezas con cuerpo común.
Vamos a ver a lo largo de la novela cómo la autora, para crear un cuerpo único, no le corta las cabezas a la medusa (esto se vería muy mal en cualquier cocina, así sea literaria —es además un recurso masculino por excelencia, y por demás ineficaz), si no que las desarma para ver qué hay adentro de ellas. Uno pensaría que una medusa con cinco cabezas camina con extrema torpeza, ¿para dónde ven sus ojos? ¿miran para atrás, para adelante? ¿se marean? No. Al abrir sus cabezas lo que vemos son las conexiones, las venas, los órganos comunes, y qué, en sus historias, en sus vidas y en sus emociones, las conecta e hilvana. Es interesante además constatar que de ellas surgen otros personajes, posiblemente de sus corazones. Unos corazones de diferentes tamaños, de diferentes pulsiones, de diferentes capacidades de darle vida al cuerpo único que es la novela. Pensaría yo que tal vez el corazón mayor de esta novela es Gabriela Mistral —la única mujer a quien le ha sido otorgado el premio Nobel en nuestra lengua—. Además, ya que estamos en México, vale decir que fue la fundadora de las Normales Rurales de México. Invitada por el presidente Vasconcelos, recorrió toda la república mexicana, definiendo dónde emplazarlas y el plan de estudios. Ella misma venía del hambre, venía de donde un pan era un sol inusual. Fue una mujer no sé con cuántas faldas (acaso una, y de tela rígida), pero sí con muchos pantalones. A pesar de ser el gran corazón de la novela, Gabriela no aparece como un personaje. Esto es parte de la construcción excepcional de la novela. Quien sí es una de las cabezas de la medusa, es Doris Dana, el gran amor de Gabriela Mistral, luego su albacea. En la novela, Doris es aún joven, ha huído de Gabriela Mistral, opacada por su fama, por su talento, atrapada en la diferencia de edad que las separa. Corren los años cuarenta y Dana es una joven aspirante a escritora con una tragedia familiar muy honda, con problemas de alcoholismo y de identidad. Otra de las cabezas de esta medusa, y acaso también su columna vertebral, es Margarita, una mujer contemporánea, chilena, que ha llegado a Nueva York con su marido, profesor de física en la Universidad de Columbia. En un tono íntimo, casi coloquial, dice que su marido le pone los cuernos, y lo que se siente. Ella fue de joven de vida independiente, pero ya entrando en la sesentena, queda atrapada de satélite de este hombre con el que ya no hay vida erótica, ni tal vez ninguna. Pero sigamos con la medusa. La tercera de sus cabezas es Juliana, pastelera octogenaria, que de niña conoció a una misteriosa mujer que definió su vida, y que Margarita (amiga de ella) sospecha podría haber sido Gabriela Mistral. La pastelera Juliana también nos conecta con otra cabeza de la medusa, Elizabeth, joven estudiante de literatura, la encontró muerta en una pensión de estudiantes el mismo día que se encontró a la Mistral. Con estas cabezas-de-medusa-personajes cruzamos clases sociales, tiempos y épocas.
He de destacar que, aunque sus personajes principales son mujeres, tiene personajes masculinos muy interesantes, que también forman parte de este cuerpo de la medusa. Posiblemente constituyen la piel, los vellos, lo que está afuera.
Los temas de la presencia y la ausencia, la visibilidad y el perderse en el océano del anonimato, son gravitantes en la novela. Uno de sus personajes, Margarita, dice en un momento: "Esperar es desaparecer". Ella sabe que si no hace algo, va a terminar desapareciendo. Otro de sus personajes, en cambio, añora desaparecer para aparecer en otra vida, y de hecho busca una forma de hacerlo en un libro que se llama: Cómo desaparecer en América sin dejar rastros. Se siente, a través de los personajes, un cierto instinto de fuga, además algo como de Nueva York, ciudad toda en movimiento que invita a creer que incluso las clases sociales se desplazan... Ya les decía que la forma misma de esta novela es femenina, porque no recurre a un camino racional varonil, lógico, sino que estará guiada por las emociones y también por esa razón tan filosa, tan aguda que tenemos las mujeres. Como escritora he disfrutado mucho cómo la autora armó con prosa limpia, esta especie de monstruo medusa, una prosa pulida tipo bailarín que se desliza por la pista de hielo. Porque si un bailarín del hielo no tiene precisión y elegancia, se cae. Así de precisa y elegante es esta novela.
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