¿Celine Dion en Chile? La posibilidad de que una de las estrellas del pop global de las últimas décadas aterrice por primera vez en el país vino de la mano de una polémica en terreno judicial.

Ayer La Tercera PM reveló que el grupo Sun Dreams, que administra las dependencias del casino y Arena Monticello, se querelló por el delito de estafa contra la productora Colors, debido a que esta entidad le habría solicitado $937 millones como adelanto para un eventual concierto de la intérprete en el lugar. Eso sí, según estableció la acción judicial, los promotores nunca se habrían contactado con los representantes de la canadiense.

La Fiscalía Regional de O'Higgins formalizó a los responsables de Colors, aunque en conversación con este medio ellos aseguraron que la gestión para traer a Dion la hicieron con un intermediario y no directamente con sus mánagers.

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Más allá del enfrentamiento en tribunales y de los montos comprometidos, el nombre de Celine Dion asoma desde hace años entre los más apetecidos por la industria nacional de conciertos. Por tanto, es una estrella siempre presente en la carpeta de propuestas o proyecciones que hacen las productoras nacionales a la hora de delinear la cartelera de cada año.

¿Cuál ha sido el principal tope a la hora de pensar en su primera vez en Chile? Básicamente dos. Primero, su alto precio: es una de las voces femeninas con la tarifa más onerosa a la hora de cobrar por su espectáculo. Según distintas cifras que se manejan en el mercado local, se acerca al millón y medio de dólares, por lo que es sólo es posible ficharla a partir de una fuerte inversión que involucre a un par de marcas y con entradas de alto precio que permitan equiparar lo desembolsado. En ese sentido, un show de Dion en un casino tendría un aforo acotado, por lo que se presume que las entradas contarían con un elevado valor.

Eso sí, su tarifa aún es menor que otras celebridades como Madonna, cuyo piso por concierto se acerca a los US$ 2 millones.

El otro factor es más geográfico. La voz del hit My heart will go on prácticamente ha hecho su negocio en el gigantesco mercado estadounidense. No sale en demasía de Norteamérica y, cuando lo hace, sólo es para latitudes igual de rentables, como Europa. De hecho, para 2020 su agenda ya está casi resuelta: hoy precisamente inaugura un periplo por Estados Unidos y que culmina en abril en Canadá. En mayo se muda a República Checa, para desde ahí empezar un tour que remata en septiembre en Londres.

Varios han sido los intentos de al menos tres productoras chilenas por traerla desde 2008, pero siempre las gestiones quedan a medio camino, abortadas por el alto costo del espectáculo o una agenda remitida al hemisferio norte.

No es el único caso. Cher y Neil Diamond, figuras de mayor trayectoria pero que también pueden ser encasillados en un pop más adulto y estilizado, también han sido por años el anhelo de varias empresas nacionales del rubro. La respuesta es casi siempre la misma: altos tarifas y una vida en vivo que no se mueve mayormente de Norteamérica.

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De hecho, en la década de los 2000 y a principios de los 2010, Diamond fue sondeado varias veces por el Festival de Viña del Mar, para incluirlo como parte de su noche anglo. Imposible: el hombre de Sweet Caroline pasaba temporadas enteras cantando en su natal Nueva York, desde donde no necesitaba moverse para tener un público rendido a su legado.

Ahora el sueño se ha vuelto una quimera: el cantautor anunció en enero de 2018 que abandonaba los escenarios debido a que sufre mal de Parkinson.

Cher aún sigue activa, pero con un derrotero similar. Su agenda de 2020, entre febrero y mayo, está concentrada en Estados Unidos, con varias fechas en Las Vegas, donde siempre pasa largos períodos refugiada entre el neón y los casinos.

Neil Young es otro nombre que aún no dice "buenas noches, Chile", pero ahí las esperanzas son más bajas. Aunque ha sido sondeado por al menos dos productoras nacionales en la última década, su perfil huraño no cede, le cuesta salir de gira y en la industria local existe cierto temor a invertir en él, ya que se duda que tenga una convocatoria masiva en el país.

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Un fenómeno parecido a lo que aconteció con Bruce Springsteen en 2013 en Movistar Arena: pese a contar con una apabullante popularidad en Norteamérica y Europa, aquí el recinto de Parque O'Higgins lució a menos de la mitad de su aforo.

Los rockeros también cuentan con un drama similar. Tool se ha transformado en el símbolo del grupo anhelado por años, una obsesión local que jamás claudica en su fe, aunque la banda no cede en venir hasta el sur. Se los ha intentado traer en solitario y a festivales como Lollapalooza, desplegando todos los operativos posibles, pero siempre ha existido una negativa, la que incluso a veces no guarda relación con la música. Por ejemplo, hace unos años las gestiones estaban muy avanzadas y casi resueltas, pero su cantante, Maynard James Keenan, dijo no al estar comprometido en otras faenas laborales y personales.

El año pasado rompieron 13 años de silencio con un nuevo álbum -Fear inoculum- y retornaron la vida en vivo, lo que volvió a abrir el apetito de los promotores nacionales. De hecho, en enero seguirán su gira por EE.UU., para en febrero saltar a Australia. Por ahora, no hay novedades con su demasiado esperado desembarco en Santiago.