El 17 de enero en Trotamundos Terraza de Quilpué y el 18 en Sala Metrónomo en Santiago, El resplandor de Carlos Cabezas volverá a ser invocado, esta vez para celebrar la salida en formato físico de su versión en vivo, grabada en Concepción en diciembre de 2018. Así como el estreno digital del registro buscaba suplir la ausencia online del disco de estudio, este lanzamiento en cedé y vinilo establece un precedente sobre el rescate del cancionero chileno secuestrado por los grandes sellos. El debut como solista del líder de Electrodomésticos, publicado por EMI en 1997, es uno entre muchos títulos significativos faltantes en las bibliotecas de los servicios de streaming. Bien lo saben los jóvenes de los noventa que el día de hoy no pueden escuchar “Bakán” de De Kiruza, “Aire” de Elso Tumbay o “Lucero” de Anachena en Spotify o Apple Music.
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Dificultades administrativas impiden que vuelva a estar disponible El resplandor original, ahora propiedad de Universal, la compañía que absorbió a EMI. Pese a que no puede hacer nada con el disco, Cabezas lo sigue considerando propio. Por lo que cuenta, más que componerlo, lisa y llanamente lo extrajo de su interior sin dejarle espacio al pensamiento lineal: "A mí me gusta sentir que soy llevado por la situación, no que yo la conduzco. En vez de meterle cabeza, astucia y esas cosas que no le hacen bien al proceso creativo, prefiero que sea visceral, que salga de adentro. Que ni siquiera entiendas tanto lo que está apareciendo porque así se aprenden cosas distintas, para eso sirve el arte. Si uno elabora mucho intelectualmente, pierde el sentido".
Como El resplandor es un asunto personal, editar el show conmemorativo lo deja con el gustillo de recuperar lo que es suyo, admite, pero también lo ve con una óptica comunitaria como una invitación extendida al resto de sus colegas. "No es solamente reclamar algo mío, sino lo de toda una generación de músicos que está medio perdida en los 'descatálogos de las majors'. Es el patrimonio cultural musical de una época donde había unas esperanzas, un optimismo, un sentido de comunidad que sería importante tener en mente porque es parte de nosotros. Esa música es una experiencia cultural y social que enriquece quienes somos, y que nos define un poco a todos en el presente. Es cada vez más necesario tener esa identidad".
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-¿Se relaciona el estallido social con el espíritu de comunidad que mencionas?
-Por supuesto que sí. Lo que sintió un millón y medio de personas en Plaza de la Dignidad fue eso. Recuperar algo que se creía totalmente perdido por culpa del individualismo, de eso que describe Maturana diciendo "para que te vaya bien a ti, tiene que irle mal a otro", ese nivel de competitividad que te hace olvidar las sensaciones colectivas. Lo comunitario parecía perdido en la noche de los tiempos neoliberales.
-A propósito de neoliberalismo y objetos perdidos, ¿cómo solucionar la problemática del repertorio chileno que no está disponible en alta calidad y de forma legal en ninguna parte?
-Como no es una preocupación para los sellos grandes, porque lo patrimonial no forma parte de su modelo de negocios, entonces no es su pega, alguien sí tiene que preocuparse y tener una acción efectiva al respecto. Yo creo que el Estado debería asumir esa tarea. Habría que buscar la manera de que el Ministerio de Cultura implementara alguna plataforma donde ir juntando toda esa música, por ejemplo. No creo que sea tan complicado técnicamente, quizás lo administrativo cueste más porque tener protocolos comerciales con las disqueras grandes no debe ser fácil.
-¿Un servicio de streaming estatal?
-Claro, o alguna forma de preservar esa música de la misma forma en que se preserva el patrimonio artístico en otras disciplinas. La complicación es acceder a los derechos comerciales y fonográficos. Aunque eso viene después. Para generar un cambio, primero hay que darse cuenta del problema.
-Bob Dylan recibió un Nobel, eso significa que el rock ya es alta cultura. Sin embargo, acá aún no se entiende que un disco pueda tener el valor de una obra pictórica. ¿Estamos atrasados?
-Sí, hay un atraso cultural. Vivimos en una sociedad con una visión muy caricaturesca del arte, y que no se ha renovado mucho. Es como si fuese una cosa marginal, decorativa, suntuaria, media lujosa, destinada solamente a las elites que tienen ciertas capacidades sofisticadas para entender las cosas. Entonces, a nivel de sociedad, el proceso que debiese venir es el de integrar a los artistas y darles la dignidad de cualquier trabajador o profesional. Ahora recién se está entendiendo que los momentos de ocio son importantes porque inciden en el desempeño del trabajo, sabemos lo bueno que es dormir y descansar. Con el arte pasa lo mismo: integrarlo es como hacer que la sociedad tenga un buen sueño, que pueda dormir y descansar para tener una buena calidad de vida. La gente ya se dio cuenta de que sacarse la mugre de lunes a viernes trabajando y después ir al mall el fin de semana, para compensar tu esfuerzo comprando, es algo que no se sostiene. La calidad de vida pasa por otras cosas, y el arte ahí, en términos sociales, es súper importante porque te refresca, te da una perspectiva distinta de la existencia, te saca del trajín diario doméstico y te eleva a reflexiones más espirituales, a una humanidad más amplia. Todavía no hemos terminado de entenderlo y es un camino que hay que recorrer. Las sociedades más avanzadas integran el arte incluso en el desarrollo de las ciencias y tienen buenos resultados. Ya no es una novedad, pero cuesta cambiar los paradigmas.
-Cuesta, pero estamos viendo cómo cambian.
-¡Están buenos estos tiempos! Me gusta porque son exigentes, te hacen reflexionar sobre temas que no son tan sencillos. Sobre todo la forma en que entendíamos la violencia, que antes era la caricatura de alguien golpeando a otro, pero ahora sabemos que se manifiesta de distintas formas. O el tema del reconocimiento social, por ejemplo. Los que hacen de semáforos, a muchos se les nota en la cara la alegría que sienten solamente por interactuar con los automovilistas, disfrutan eso, y tú ahí ves la escasez de reconocimiento social que tenemos entre nosotros. Hay tantas reflexiones por hacerse que antes parecía que estaban en naftalina. Es bueno no darse por sentado en cuanto a convicciones y lineamientos éticos.
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