Lo sabemos: una película es tan parte de aquel que la ve como de aquel que la hizo. Aunque a veces, se me ocurre, la experiencia de aquel o aquella que la ve se remece aún más y se potencia cuando el que la dirigió es una aquella. ¿Me explico? En este caso específico, y para irme de una a la médula, hacia la sublime y profunda y épica Mujercitas, de Greta Gerwig, la sorpresa de la temporada de fin-de-año. Es fina, es kinética, hay bailes, caminatas, chicas que corren. Es clásica con guiños a Lo que el viento se llevó, pero también a lo mejor de Visconti y Truffaut y logra modernizar el pasado sin pasarlo a llevar. Es, además, elegante y ambiciosa, tiene espesor, buena fe (Gerwig quiere a sus personajes, casi los adora) y es inteligente. Quiere hacer muchas cosas y las logra. Gerwig desea ser una cineasta mujer, respetada como Chantal Ackerman y Agnes Varda, pero no quiere ser una intelectual ni menos tener que masculinizarse. Quizás por eso su cinta está nominada a seis Oscar, incluyendo Mejor Película, pero ella no lo está (su marido y padre de su hijo, Noah Baumbauch, tampoco lo está por la otra cinta notable del año que acaba de cerrar: Marriage Story). Gerwig es de una nueva camada de directoras mujeres que no tienen problemas en hablar de mujeres o ponerlas al centro de sus relatos y, tal como Sofía Coppola antes, ser capaz de deleitarse en todo aquello femenino. No es un cine que intenta seducir hombres o premios o quedar como dirigida por alguien neutro. Gerwig no sufre el síndrome Cubillos o Plá o Rubilar, por ejemplo. Uno sale de Mujercitas conmovido, alterado, en el cielo, y tiene claro que la sensibilidad que estaba detrás de las cámaras no es la de un hombre o, al menos, de un hétero que desprecia o les teme a las mujeres. Entre otras cosas, Gerwig trata muy bien y elige hombres guapos, dañados, ambiguos, fluidos, dudosos, para rodear a sus chicas (entre ellos Timmothée Chamalet y el sublime Louis Garrell).
Gerwig es un talento que celebrar. En pocos años, pasó (como actriz) de chica indie hipster a musa metropolitana a rubia inteligente y guapa (sus películas con Baumbauch son tan gloriosas como libres) para luego lanzarse a dirigir con tantas dudas, miedos, intuición, cinefilia y seguridad. Mujercitas es un supersalto, sobre todo si se piensa que la historia es prácticamente una franquicia (de la cual sabía poco y, de manera prejuiciosa, había evitado como las comidas procesadas) y que se han adaptado un montón de veces. ¿Qué podría aportar un nuevo cover, excepto quizás generar dinero corporativo y lucir actrices nuevas? Mucho si se adapta y piensa y replantea de manera íntima y creativa. Greta Gerwig debutó con una estupenda aunque más ligera y económica película acerca del dolor y la impotencia de crecer siendo artista en un pueblo chico y tener ganas de escapar. Ladybird transformó a Sacramento en una ciudad que daban ganas de conocer y, a la vez, huir. Mujercitas es un poco la misma historia: alguien que desea más, que siente las ansias de no aceptar las cosas como son. Mujercitas es de época, pero se conecta con el hoy.
Esa es una de las gracias por la que uno se interesa por los estrenos. A veces se produce aquello por lo que uno cruza los dedos: un gran filme aumenta su poderío y su alcance, porque, además de todo lo que es capaz de hacer (emocionar, interpelar, recordarnos momentos perdidos), logra conversar directamente con el hoy. Mujercitas lo hace. Lo hace de manera gloriosa, pero sin que se note, no intenta modernizar la historia o cambiar el período en que está ambientada, sino que lo que hace Greta Gerwig es repensar el clásico literario y alterar las piezas y enfrentarse al material de manera impresionantemente cinematográfica y mira hacia Francia y Europa para encontrar sus referentes de la mano del fotógrafo de Ozon y Assayas, Yorick La Saux.
Mujercitas, además, es acerca de crear, de jugártela por tus creencias, es una de las grandes cintas acerca de escribir, negociar y publicar. Porque Jo (la cada vez más imbatible irlandesa Saoirse Ronan) desea más una novela que un marido. Y es aquí donde, hacia el final, Gerwig vuela y es pura inspiración y crea uno de los grandes finales que he visto desde el 18 de octubre. Es un filme acerca de deseos y luchas y dudas femeninas, sí, pero desde una sensibilidad ídem que entiende y quiere y respeta por lo que están pasando. Laura Dern encuentra la frustración y el agote en ser una madre perfecta. Mujercitas, según Gerwig, es una meditación acerca del tiempo, de la familia, de los celos y rivalidades, de encontrar tu lugar. No se trata de empezar a atacar a todos los hombres blancos (para eso está la encuesta del CEP), pero hay algo curioso en que, de entre todos los directores nominados al Oscar este año, no hay ninguna mujer y eso que hay un par de cintas estupendas o, al menos, distintas, que difícilmente podrían haber sido dirigidas por un hombre. Es más: el cineasta hétero más en contacto con su lado femenino, digamos, es Noah Bambauch y lo dejaron afuera, lo mismo que al abuelo queer madrileño que es Almodóvar.
¿Las mujeres filman distinto, se fijan en otras cosas? Da la impresión que sí. Incluso, la única ganadora del Oscar, Kathryn Bigelow, especializada en temas de guerra, acción, se fija en otro tipo de hombres y en los lazos que los asustan y la razón por la cual se dedican a la violencia. ¿Son mejores? No se trata de competir y el radio de cintas al mando de mujeres sigue estando muy por debajo. Son, por ahora, la excepción, aunque este año ha habido cintas estupendas desde un prisma femenino (La noche de las nerds, de Olivia Wilde, por cierto). Hace unos días, con esto de la paridad en la futura asamblea, escuché a una de esas mujeres que intentan ganar la pelea jugando con las ya vencidas tácticas masculinas. Ella, que algo me dice que nunca leyó Mujercitas, insiste que no le interesa el tema de la paridad, sino de gente que piensa como ella (de derecha, obvio). No sé cómo se llama este ser, pero pensé en ella a la salida de la cinta de Gerwig y casi me dan ganas de que lea esto y parta al cine con sus amigas, pero gente como ella no suele tener amigas y sus hijos son más trofeos o hitos para no quedar del todo fuera de su mundillo. ¿Acaso todo son ideas? Sí, es bueno tener asambleísta o diputados o ministros que piensen parecido a uno, pero tampoco es malo tener gente que sienta distinto, que vea las cosas de otro modo, ya sea con tus ideas o con otras ajenas. Apostar solo por las ideas es jugar con reglas masculinas que vemos están colapsadas. Por cierto, hay arte femenino pésimo, errado, manipulador, mediocre, tal como los kilos de arte penca eyaculados por hombres. Pero sí siento que, bueno o malo, hay una sensibilidad distinta. Mujercitas ha sido adaptada por hombres héteros, por gays, por mujeres cumpliendo órdenes masculinas y ahora por una mujer que se declara fan del libro. Su visión es distinta y me gusta. Me gusta mucho. Me parece, desde luego, distinta. Más que ideas nuevas (y las tiene), posee una mirada, una empatía, un ritmo, una sensibilidad que supera y abarca y ofrece otra forma de mirar el mundo, que es, siento, lo que necesitamos de manera urgente.