Como un estado de excepción. Así explica Shoshana Zuboff el comienzo de lo que denomina "Capitalismo de la Vigilancia" en The Age of Surveillance Capitalism, considerado por The Guardian como uno de los mejores libros de tecnología publicados el 2019. Las reflexiones de Zuboff se vuelven relevantes a propósito del polémico informe del gobierno sobre Big Data, la posibilidad que abre el debate constitucional para la privacidad de nuestros datos y el Congreso del Futuro que acaba de terminar. De este último, dos invitados conectaron con el texto: la conferencia de David Carroll, quien señalaba: "la privacidad no ha muerto, pero está en peligro y estamos en un momento crítico para salvarla" y la presentación de Valentine Goddard, quien se preguntaba "¿Quién gobierna a la inteligencia artificial?".

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Zuboff define al Capitalismo de la Vigilancia como: "un nuevo orden económico que reclama a la experiencia humana como materia prima libre para prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas" y "una lógica económica parasitaria en la cual la producción de bienes y servicios es subordinada a una nueva arquitectura global de modificación de la conducta". El nuevo orden se habría originado casi por casualidad a fines del año 2000 con el descubrimiento de lo que la autora denomina "excedente de comportamiento" (Behavioral Surplus). La introducción de nuevos poderes justificados por una crisis, en este caso, el estallido de la burbuja "punto com" y el ataque a las torres gemelas, habría servido de razón para anular la relación recíproca que existía por ese entonces entre Google y sus usuarios. Básicamente, la compañía, fundada en 1998, prometía ser una fuerza social democrática y liberadora que encarnaba la segunda modernidad e imponía exitosamente la mediación de la computación en nuevos dominios del comportamiento humano. Así, cuando las personas buscaban a través de Google estas búsquedas eran informatizadas por primera vez y se producía una nueva fuente de datos: número y patrón de palabras buscadas, forma de redactar la consulta, tiempos de permanencia, patrones de "clickeos" y ubicación eran almacenados al azar en la memoria de Google. El punto central de Zuboff es que, al inicio, este excedente fue puesto a trabajar enteramente para mejorar la experiencia de los usuarios ya que los datos proveían de valor a Google sin ningún costo y el valor era reinvertido en la experiencia del usuario mediante la mejora de servicios, también ofrecidos sin ningún costo. Sin embargo, para 1999 Google no había conseguido una forma viable de transformar el dinero de sus inversionistas en ganancias. Se temía que vender resultados de búsqueda podría sentar un precedente peligroso al asignar un precio a información indexada que el propio rastreador web había tomado de otros sin pago alguno. En realidad, no había nada en concreto para generar ganancias adicionales, señala el libro, mostrando que el único ingreso en esa época provenía de contratos exclusivos de licenciamiento para proveer servicios web, además de obtener ganancias modestas por publicidad ligada a la búsqueda de palabras claves. Pese a que existían dudas de si Google podría competir con otros buscadores, la empresa era respaldada por sus inversionistas, cuestión que cambió abruptamente en abril del año 2000 cuando la economía de las "punto com" cayó en recesión e hizo entrar en pánico a los inversionistas de Silicon Valley. Este fue el escenario que abrió la vía excepcional para modificar radicalmente el modelo y sentar las bases de una lógica económica completamente distinta.

Zuboff menciona que es difícil ponderar la sensación de emergencia que enfrentaba Google en la época, dada la mentalidad de Silicon Valley por conseguir grandes números que se agudizó luego del estallido de la burbuja. Uno de los aspectos más interesantes del texto es que explica cómo el gran volumen de datos, a diferencia de lo que comúnmente se piensa, no tiene mucha utilidad si no se inserta en un determinado contexto que le de sentido, es decir, que es necesario saber qué pasa en el universo de un individuo y del mundo para que esos datos permitan predecir qué conducta podría ejecutar. De ahí que el Capitalismo de la Vigilancia sea un modelo económico extractivo y expansionista que, al día de hoy, señala Zuboff, se ha convertido en un "ciclo de despojo normalizado" compuesto por cuatro fases: incursión, habituación, adaptación y redirección. Estas fases constituyen una teoría de la acción porque buscan modificar el comportamiento, en un escenario que primero aparece como economía de escala, luego como economía de alcance y por último como economía de acción. Como señalaba el año 2002 el economista y ex consultor de Google, Hal Varian: "Cada acción que realiza un usuario se considera una señal para ser analizada y retroalimentada en el sistema". La frase de Varian daba a entender en esa época que no habría fin para el apetito extractivo y que, en el nombre de servicios más eficientes, se necesitarían constantemente datos nuevos cada vez más específicos. Al día de hoy, la extracción de esos datos está violando la expectativa razonable de privacidad de una persona normal con la consecuente conducta antidemocrática de hacer posible alterar el comportamiento público de individuos, controlando el discurso social y la comunicación, advierte el texto. Predecir el comportamiento se vuelve más lucrativo que servir a las personas y el modelo no para de escalar a proveedores de internet, retail, banca, aseguradoras, llegando incluso hasta las universidades, señala la autora. El lobby crece a contrapelo de la regulación gubernamental y el Capitalismo de la Vigilancia florece ahí donde viene a llenar necesidades y deseos reales como lidiar con las complejidades de la vida diaria y conectarnos socialmente. El nuevo orden económico vive de la recolección constante de este "excedente de comportamiento" potencialmente revelador de nuestra conducta que permite a las empresas hacer sofisticadas inferencias sobre quiénes somos, qué queremos y qué es probable que hagamos. El problema es que pide mucho y da poco a cambio, recalca Zuboff porque, a pesar de su enorme capitalización de mercado, Google y Facebook emplean cada vez menos trabajadores de los que General Motors empleaba durante los peores días de la Gran Depresión. El texto da cuenta de cómo en la sociedad norteamericana existía la expectativa de que las empresas, especialmente en la postguerra, ofrecieran algún tipo de reciprocidad comunitaria contratando más trabajadores, aumentando los salarios y compartiendo la prosperidad. El arribo del neoliberalismo en los 70 permitiría, hasta cierto punto, explicar que Silicon Valley promueva hoy una forma extrema de capitalismo emprendedor alejado de responsabilidad hacia las comunidades que pretende servir. En este sentido, el pasado 11 de enero el NY Times publicaba una columna denomina "Techlash hits College Campus" —algo así como "El latigazo a la tecnología golpea los campus universitarios"—, mostrando que el "ideal soñado" de muchos estudiantes de las mejores universidades norteamericanas de trabajar en Google, Facebook y otras empresas similares estaba desapareciendo y siendo mirado con sospecha.

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El Capitalismo de la Vigilancia que describe profusamente Zuboff en 692 páginas es aterrador y opera a hiperescala. No es suficiente recopilar información sobre lo que hace la gente, sino que se debe poder influir en el comportamiento, se trata de modelar nuestra experiencia sensible. No es ya solo mostrarle a alguien el anuncio preciso; se le debe mostrar en el lugar, hora, lenguaje e imagen calibrados para lograr que este se mueva. Es decir, hay que guiar a las personas para que aparezcan en la tienda o voten por el candidato adecuado como ya ocurrió con el escándalo de Cambridge Analytica. Cada vez que deseamos algo —información sobre viajes, salud, una fecha, una película, una canción, un tema que nos interesó— es cuando más vulnerables somos y cuando nuestros datos íntimos se disponen para la captura. Para Zuboff, el mayor peligro radica en sentirse "como en casa", tanto en esta vida vivida en vitrina, como en la perspectiva de esconderse de la misma. Plantea que ambas alternativas roban esa interioridad sostenedora de vida que nace en el santuario, esa intimidad sagrada que nos distingue de las máquinas. Ese es el bienestar del cual derivan nuestras capacidades de amar y comprometernos y sin las cuales tanto los lazos privados como públicos de la sociedad se debilitan y mueren. La declaración de una vida sin murallas no parece impactar en una retirada masiva de este modelo, en parte, porque no se logra apreciar la amplitud y profundidad de lo que estos arquitectos tienen en bodega, ni las consecuencias que de esta revolución se pueden derivar, remata la autora. Esconderse de las máquinas y sus amos pasa de obsesión inicial a tema de discurso social y, finalmente, a conversación de sobremesa de domingo. Cada supresión del derecho al santuario deja un vacío llenado sin problemas y en silencio por las nuevas condiciones que cedemos cada segundo a este poder instrumental. De manera rotunda, Zuboff finaliza señalando que aunque el cinismo sea seductor como para hacernos olvidar que la democracia es el único modo de cambiar este escenario, depende de nosotros avivar la sensación de indignación y de pérdida porque lo que está en juego no es solo nuestra información personal, sino la expectativa humana de soberanía sobre nuestras propias vidas y la autoría de nuestra propia experiencia.

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