El crítico Greil Marcus —de veintitantos años por entonces— llegó por la mañana. El lugar escogido era un desértico circuito automovilístico. Chatarras por todas partes. El desierto de fondo. No era la mejor infraestructura para las 300.000 personas que finalmente llegaron. No había comida. Ni baños químicos. Con suerte primeros auxilios.

"Fui directo a la primera fila y ahí nos pusimos con la persona con que asistí", le dijo Marcus, hace unas semanas, al Washington Post a partir de las cinco décadas del Altamont Speedway, el supuesto Woodstock de la costa oeste. "Al principio me sentía perfectamente seguro, excepto por los bajones de ácido, y por los Ángeles del Infierno, claro, aunque luego la gente se puso hostil, territorial, egoísta. Como un Woodstock invertido".

Meses antes los Rolling Stones habían tocado en el Oakland Arena, en California, como parte de su gira del disco Let it Bleed.

Era fines de los setenta.

Y así, esta presentación, gratuita, sería el gran final del tour por Estados Unidos. Incluso habría un registro de Albert y David Maysles, encargados de grabar un documental a partir de Altamont.

Los Rolling Stones contrataron como seguridad a los Ángeles del Infierno, la famosa pandilla de motociclistas. Con el fin, claro, de evitar la policía. ¿El pago? 500 dólares en cerveza.

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La del Let it Bleed fue una gira acontecida: era la primera de Mick Taylor, segunda guitarra, con la banda, luego de la predecible y aún así triste muerte de Brian Jones en junio.

Era como si todo alrededor de los Rolling Stones estuviera pintado de negro.

Empezó tres horas tardes. A las una tocó Santana, mientras el público caminaba desde el estacionamiento hacia el festival, una distancia de hora y media.

Antes de los Rolling Stones otras bandas pasaron por el improvisado escenario: Santana, Jefferson Airplane, The Flying Burrito Brothers y Crosby, Stills, Nash and Young.

Pese a que estaban anunciados, los Grateful Dead no se presentaron. Y eso que todo, de alguna forma, era su culpa: la banda del gordo Jerry García llevaba un tiempo jugando con la idea de un concierto gratis en el Golden Gate Park de San Francisco. Se lo comentaron a Jagger y compañía y los Rolling Stones se subieron al carro. Se adueñaron de la idea.

Era perfecto: para algunos los Rolling Stones estaban quedando como una banda "vendida"; los tickets de su gira eran carísimos y por eso un concierto gratuito los ayudaría con su imagen.

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Dos días antes del evento en el parque de San Francisco seguía en pie como la localidad. Pero nunca se llegó a un acuerdo con las autoridades, entre esas la policía. Y así, horas más tarde, el gran empresario de los Stones, Mick Jagger, anunció en una conferencia de prensa que la banda realizaría una aparición sorpresa en un lugar no determinado.

Solo una cosa se sabía: sería en el desierto de California.

De alguna forma la idea —es decir: la utópica idea de un festival hippie para la costa oeste— nació y se acabó con la banda de Jerry García: estos son los que recomendaron a los Stones contratar a los Ángeles del Infierno como seguridad y estos fueron los que, ya entrada la noche, cuando ya todo estaba desbordado, prefirieron no tocar.

Lo cual causó un gran malestar en las 300.000 personas. Y en los Ángeles del Infierno, quienes eran cercanos a los Grateful Dead.

De ahí Altamont sería cuesta abajo. Como piedras rodantes.

Y esto justo antes de los Rolling Stones, a las cuatro de la mañana, salieran al escenario.

"Oh, nenes", diría Mick Jagger a la multitud, cuando la banda salió a tocar. "Veo demasiados, mucha gente. Manténgase relajados, los de las primeras filas, y no empujen. Quédense quietos, quédense juntos".

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Terminó así: 300,000 cuerpos acurrucados en pequeñas colinas de tierra: de fondo un tugurio urbano en descomposición completo con mucha contaminación. Y, cuando finalmente tocaron los Stones, casi doce horas más tarde desde que tocara Santana, por todo el lugar docenas de montes de basura encendidos. Fue una de las postales del concierto: las siluetas parpadeantes de los asistentes buscando calor alrededor de la basura ardiente. El frío desértico de las noches. Y el hedor humeante causado por paquetes de papas fritas y sándwiches, a medio comer y tirados sobre las fogatas de basura, que causaron que muchos terminaron vomitando. Fue con esto de fondo que Mick cantó su canción sobre su simpatía por el diablo en un set list que también incluyó "(I can't get no) satisfaction", "Gimme shelter" y el debut en vivo de "Brown sugar", canción sobre la heroína.

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Docenas de personas en Altamont Speedway fueron golpeadas por los "guardias" con palos de pool. Marty Balin, de Jefferson Airplane, quedó inconsciente. Stephen Stills (Crosby, Stills, Nash and Young) fue apuñalado repetidamente en la pierna, con un rayo de bicicleta afilado, por otro de los Ángeles del Infierno. También nacieron dos guaguas. Cuatro personas murieron. Una se ahogó en una zanja con agua. Dos resultaron atropellados luego de que alguien robara un auto y escapara. Y el caso más conocido: un afroamericano de dieciocho años llamado Meredith Hunter, quien fue apuñalado varias veces por el motociclista Alan Passaro.

"En el documental se puede ver a Meredith Hunter moviendo una pistola y se ve todo el apuñalamiento", escribió Keith Richards en Vida, sus memorias. "Llevaba un traje verde lima pálido y un sombrero. Tiraba espuma en la boca; estaba igual de drogado que el resto del público".

Hunter, de 18 años, murió antes de que los Stones terminaran de tocar.

La banda de Jagger y Richards dice no haberse enterado hasta más tarde.

Y hasta hoy son un poco evasivos sobre el tema.

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"El desastre de los Rolling Stones en Altamont: Let it Bleed", fue el titular de la revista Rolling Stone, cuando esta era el semanario al centro de la contracultura (si es que no creándola).

Por muchos años el mito de aquel momento —previo a YouTube— fue que los Stones estaban tocando "Sympathy for the Devil" cuando murió Meredith Hunter.

Lo que realmente estaban tocando era "Under my Thumb", canción que, según ciertas interpretaciones, trata sobre un chico que busca dominar a una chica. Una suerte de respuesta de Jagger al feminismo de entonces. "Bajo mi pulgar", canta Jagger, "una chica acaba de cambiar sus costumbres".

Let It Bleed o Déjalo sangrar fue tal vez un título visionario para los Rolling Stones: a partir de entonces vendrían una serie de incidentes. Algunos fatídicos. Otros propios de una banda que proyectaba aura de chicos malos.

No solo la muerte de Brian Jones meses antes, o el desastre de Altamont, o el fallido circo del rock and roll, o la llegada de la "hermana morfina" y la heroína; sino también varios arrestos y su "exilio financiero" al sur de Francia, en un cuartel nazi, para evadir los altos impuestos de Inglaterra.

En cosa de meses, además, los sesenta, esa época que en cuanto a influencia estética y sonora sigue chorreando, se consideró finalizada. A principios del 10 de abril, a través de un comunicado de prensa, Paul McCartney se fue de los Beatles. El 18 de septiembre de 1970 moriría Jimi Hendrix. El 4 octubre Janis Joplin. Y en 1969 Richard Nixon, el mismo que financiaría a Pinochet, comenzaba el primer de sus cinco años en la presidencia. Vietnam duraría hasta 1975.

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Se ha escrito mucho sobre Altamont. Pero gran parte del aura que rodea esas crónicas y reportajes y ensayos apuntan a lo mismo: que contratar a una pandilla de motociclistas como guardia fue, claro, un estúpido error de los Rolling Stones, una banda que, en realidad, no sabía demasiado lo que sucedía a su alrededor.

Así lo puso el escritor Truman Capote en esos años, cuando lo mandaron a reportear una crónica sobre Jagger y cía y terminó por desechar la idea: "Me cayeron bien individualmente, uno por uno, pero lo único que no me gustó de los Rolling Stones fue el grupo de gente que los rodeaba y esa falta de respeto hacia las audiencias".

"Un joven negro asesinado en medio de una multitud blanca por matones blancos mientras los hombres blancos tocaban su versión de la música negra", escribió Greil Marcus, en 1977, sobre el festival que sería el Woodstock de la costa oeste.

Y en 1971, al periodista de Rolling Stone, Robert Greenfield, Keith Richards le dijo lo siguiente: “Solo a los Stones le podría haber pasado Altamont”.