No son muchos los escritores a los que no parezca afectado llamarlos "don" —afirmaba Armando Uribe hablando de Antonio Machado—no por lisonja o alguna condición imponente, sino por una especie de respeto basado en la decencia, la franqueza y tal vez la bondad de ese autor y su obra: qué natural resulta decir don Antonio Machado.

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Después de asediarla por años, don Armando Uribe ha tenido su último encuentro con la muerte. Días antes al parecer sostuvo una conversación con ella y en los años previos mantuvo no pocos enfrentamientos que tenían tanto de lucha como de abrazo. En 1998, una conmoción cerebral le significó varios días en coma e incluso la "extrema unción"  (nombre que prefería al de "unción de los enfermos"): "Me agarré del cogote con la muerte", refería el episodio en un poema. Pasó por varias enfermedades que superó o aprendió a sobrellevar. Pero la muerte, la propia y la de otros, la muerte como idea y como trance ineludible, fue una de sus mayores obsesiones. Otra ha sido el amor en sus diversas manifestaciones: ensoñación juvenil, fervor sigiloso, desolación profunda, oscuro erotismo o declarada devoción (así la tuvo por su esposa, con quien se había casado en 1957, madre de sus cinco hijos, y mantuvo esa devoción por casi 20 años de viudez). Simplificando mucho, se podría decir que como poeta Uribe escribió incansablemente sobre el amor y la muerte.
Pero no se dedicó solamente a los "versos" —decía no tener constancia de que en lo que escribía hubiera poesía, sólo le constaba que escribía versos—. "Como poeta, me repugno bastante", señalaba en la contraportada de uno de sus libros más significativos, No hay lugar (1970); y que prefería algunos informes de abogado y algunos cables, agregando que tenía "ambiciones políticas ocultas".
Intelectual de amplios intereses y más amplias lecturas, podía hablar con propiedad de psicoanálisis, política internacional, historia de Chile y europea, cuestiones teológicas, de los escritores más recónditos de las tradiciones literarias que le interesaban y que eran muchas, empezando por la chilena, y un etcétera tan interminable como su enorme biblioteca. Había períodos históricos, autores y literaturas concretas en los que fue un erudito más informado y competente que muchos académicos especialistas. Llamaba la atención su maciza cultura digamos "general" nutrida de los innumerables libros (en varios idiomas) que consumía con la misma avidez con la que alguna vez fumó; tuvo que dejar el vicio del cigarrillo por un enfisema pulmonar, pero el vicio impune, el de leer, nunca. Carecía, en todo caso, de todo impulso "bibliófilo", en el sentido del fetichismo del libro como objeto: muchos de los suyos tenían marcas de la taza de café o quemaduras de cigarrillo. Su iracundia, que tenía bastante de teatral, también podía desencadenarse contra lo impreso: más de alguna revista internacional prestigiada y escasa lucía las páginas arrancadas del artículo con el que estaba en desacuerdo.

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Su mirada era profundamente crítica respecto de la sociedad chilena y los efectos de la "transición" política.[/caption]

Sus lecturas se desplegaban, por supuesto sin petulancia alguna, en su conversación: la cita siempre más oportuna por menos manida; la vinculación de asuntos en apariencia desconectados que, a través de los meandros de la charla, terminaban por ser absolutamente pertinentes. Quien hablaba con él se sentía partícipe —generalmente por virtudes atribuibles sólo a Uribe— de una conversación entre personas inteligentes.
Fue abogado, profesor de derecho, diplomático, autor de ensayos literarios, políticos y libros de memorias, además de poeta. Ejemplo donde lo haya de un "hombre de letras", llevó varias vidas "paralelas", todas atravesadas por el golpe de Estado de 1973.

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La ley y la política

Armando Uribe estudió Derecho en la Universidad de Chile, de la que sería profesor. Sus estudios de posgrado fueron en Roma en materia penal, donde además de lo jurídico profundizó su conocimiento del poeta estadounidense Ezra Pound, quien estaba entonces (1958) muy en boga en Italia, entre otras cosas porque se había ido a vivir allí después de ser liberado de su internamiento de 12 años en un hospital psiquiátrico. A través de Pound y de algunos poetas italianos traductores (especialmente Salvatore Quasimodo) también se adentró en la literatura de la Antigüedad griega y latina, que marcaría su propia poesía con el laconismo del epigrama y la fragmentariedad de los vestigios.  En la primera mitad de los 60 también publicó una serie de ensayos literarios, con extensión de libros, sobre escritores como Eugenio Montale, el propio Pound y Paul Léautaud, demostraciones de una crítica personalísima y cosmopolita. 
Desde mediados de los años 60, Uribe ejerció labores diplomáticas bajo los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende: trabajó en la embajada chilena en Estados Unidos y fue embajador en China. Tras el golpe de Estado de 1973,  se exilió en Europa, más largamente en Francia, donde fue profesor en la Universidad de La Sorbona. Durante el exilio mantuvo un riguroso silencio poético, pero no político: uno de sus libros más conocidos fue El Libro negro de la intervención norteamericana en Chile (1974) y su autor tuvo innumerables participaciones en la prensa internacional como detractor del régimen chileno. Publicó además un libro de inspiración memorialista en francés, "Caballeros" de Chile (1978, que sería publicado en castellano sólo en 2003).
Decidió regresar a Chile a pesar de poder vivir en Francia donde tenía una carrera académica. El retorno no fue fácil: fue necesario hacer valer su condición de profesor extraordinario para ejercer su cátedra, ad honorem, de Derecho Minero (quizá como homenaje a su padre) en la Universidad de Chile, lo que hizo hasta 1998. Tuvo una fugaz participación en el Comité Político de la Izquierda Cristiana, pero sus actuaciones políticas más punzantes las tuvo en artículos de prensa, demostrando inusuales valentía e independencia, además de una combinación a partes iguales de gracia y sarcasmo.
Su mirada era profundamente crítica respecto de la sociedad chilena y los efectos de la "transición" política. Denunció los resabios de la dictadura y las componendas de los nuevos poderosos. Su veta de polemista y satirista político tuvo su expresión más fulminante y audaz en su Carta abierta a Patricio Aylwin (1998), sin duda una obra maestra en el género, que inició una serie de cartas abiertas de otros a otros en el país, ninguna de las cuales alcanzaría las costas de leve y a veces no tan leve causticidad e indignación moral de ésta. Más tarde Uribe escribiría otra carta abierta, dirigida a Agustín Edwards, curiosamente menos explosiva (quizá porque había escrito un implacable poema largo que sólo publicó en francés).

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Una serie de airadas intervenciones públicas le dieron fama de iracundo y atrabiliario, lo que cuadraba bien con su vozarrón atronador y esas cóleras argumentadas se hicieron presente también en su poesía: "El poder decir pestes de casi todo / lo que ocurre y considerar a las gentes / como apestados como apestosos / es un placer que sólo da la edad/ y la senilidad y el no tener bienes / sino males y achaques y peste".
Con todo, escribió, o publicó, más en prosa que en verso. Después de sus ensayos literarios de los años 60, abordó brillantemente asuntos como el sentido psicológico profundo de la poesía o de la matriz violenta en Chile (El fantasma de la sinrazón & El secreto de la poesía, 2001) y una serie de ensayos literarios más breves permanecen desperdigados en prólogos, artículos de periódicos y revistas. Además participó en diversos libros de conversaciones sobre temas variados.
Su labor como memorialista de distintos períodos (por ejemplo, su vida en París en El criollo en su destierro, 2003) tuvo su manifestación de más largo aliento en  Memorias para Cecilia (2002; nueva edición revisada, 2016) y su continuación en De memoria - By heart - Par coeur (2006; edición revisada y complementada como Vida viuda, 2018). Sin embargo, fue la poesía, los versos, su dedicación más constante: "el ridículo hecho durante la vida casi entera".

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Uribe junto a su esposa Cecilia Echeverría[/caption]

"Todo sabrán porque todo me cita"

Tempranamente, ya en el colegio Saint George, mostró intereses literarios y sus poemas aparecieron en diarios siendo aún estudiante. A su primer libro, Transeúnte pálido (1954), le seguirían apenas tres delgados volúmenes hasta 1970. Y pasarían casi dos décadas, las del exilio, para que publicara de nuevo, a su regreso al país, un libro de poesía: Por ser vos quien sois (1989), de una religiosidad angustiada y desafiante. Un nuevo silencio largo en la publicación poética se rompe con un libro crucial, Odio lo que odio, rabio como rabio (1998), al que seguiría una gran cantidad de publicaciones — llegó a decir que tal profusión lo hacía parecer "el Simenon de los versos"—, aunque algunas fueron de circulación más bien restringida (como libros de artista o familiares). Una muestra temporalmente amplia de varios de esos libros está disponible en Antología errante (2017). Pero si lo publicado es bastante, lo inédito es incluso mayor, considerando las muchas libretas de tapas negras que acumuló, cuando dejó de escribir en tarjetas o papeles sueltos.
En las más de siete décadas en que escribió poesía, Uribe exploró los recursos rítmicos del verso en castellano y sus posibilidades acústicas, bebiendo de distintas vertientes, desde las jarchas mozárabes al Siglo de Oro español, desde las canciones folclóricas a las vanguardias europeas y la gran tradición inglesa (era un anglómano confeso). Sus conocimientos de métrica eran tan considerables como su frecuentación de la poesía en varias lenguas. Así llegó a ocupar su tiempo, dijo, en juntar letras, palabras o frases, "cuyas sílabas del fin suenan de manera / semejante, no sin trampas".

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Aunque mantuvo una suerte de constancia en su voz, tuvo distintas entonaciones durante el transcurso de su vida. Siempre sintió cierta debilidad por lo feo o lo anómalo ("Soy pobre como la rata. / Triste como tía. Y toco esta corneta de cartón en cumpleaños / de pequeños deformes") que convivía con un lirismo dulce y arrebatos de amargura o mordacidad, suavizados por el humor o la auto-ironía. Desde los libros de 1998 en adelante hay una perseverante presencia de la furia: "Tengo una rabia sin gusto a rabia / que se expresa en una sed sin forma de sed / y tiene su ideal en un vaso de agua pero sin agua / sino hiel, hiel, hiel, hiel".
El morir resultó ser el gran tema que lo obsesionó desde siempre. En un poema de No hay lugar recordaba que "como un viejo / de cinco años de edad meditaba en la muerte / revolviendo una poza con un palo". Pero la muerte no sólo la entendía como el final de la vida (aunque probablemente sea el poeta chileno que más ha escrito sobre ataúdes, cadáveres y gusanos) sino también como prepararse para morir: tener la muerte presente, era algo inevitable todo el tiempo y para todos, porque, aunque no queramos, aunque miremos a otro lado, todos hemos tenido la experiencia de la finitud, las pérdidas, las limitaciones, los errores, las torpezas, la tontería, la vejez, en fin, los pequeños y grandes problemas de la vida como anticipos de la muerte. Quizá por lo mismo le interesaron algunas formas compensatorias de plenitud: Dios y el amor, con sus respectivas complejidades.

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Paul Léautaud, escritor francés que Uribe rescató para el castellano cuando había sido olvidado en Francia.[/caption]

Del amor escribió en distintas facetas: como angustia o ausencia, ya sea porque aún no lo ha encontrado o no se ha atrevido a acercársele, como en este poema temprano: "Cómo desapareces, cómo no estás: te busco.  /  Mis manos desoladas te buscan, aire o fuego. / Mi corazón te busca debajo de las piedras / donde hay pájaros muertos, caracoles. // Tú sueñas, ay, tú duermes, tú conoces el día: / tú me dices adiós y adiós es 'nunca'". O bien el vacío es porque ha perdido a la destinataria de ese amor, como en este poema de 2010: "Me prestigiaba su belleza, / cuando murió perdí prestigio, / ya no garantizó que mi fea cabeza / fuera de inteligencia y no artilugio. / Ya no encuentro refugio, / y de ella no hay vestigio". Pero también escribió sobre el amor como una unión inexplicable, como un destino, en los versos que tomó de una poeta griega, Corina: "Tú y yo mellizos".
Al igual que en sus ensayos, que solían tener referencias personales no siempre obvias, su poesía era profundamente autobiográfica, de lo vivido y lo leído, que también era algo vivido. Como dice en un poema de A peor vida (2000): "El libro es mi tarjeta de visita. / Lo que dice palabra por palabra / dice mi nombre. Basta que alguien lo abra. / Todo sabrán porque todo me cita".

De otra época

Magníficamente anacrónico —sostenía que en cuanto a artilugios tecnológicos incluso las tijeras eran algo demasiado complejo para él—, Uribe escribía sus poemas a mano, "con la letra redonda del niño que aprende". Vestía y se comportaba como un caballero de otra época, probablemente mejor. Peinado con partidura al medio y traje (muy rara vez dejaba la corbata), durante mucho tiempo el abrigo fue parte de su atuendo, que sólo abandonaba en lo más tórrido del verano. Desde niño había cultivado una especie de "dandismo de la vejez": en uno de sus libros de memorias cuenta que a los cinco años le pidió a sus padres un reloj, pero de bolsillo, como el de su abuelo. También sostuvo que cada día de destierro fue como dos días, por lo que era 17 años mayor que su edad cronológica (de ser así, habría muerto a la bíblica edad de 103 años).
Como de otra época podrían parecer, en el sentido que no cuadraban del todo en un esquema "conservador" versus "radical", algunas de sus opiniones: sobre el patriotismo o los ejecutantes de las "artes escénicas", sobre la religión o el aborto (católico, se declaró tempranamente "defensor de nonatos"), sobre las bondades del progreso.  Era fácil saber sus posturas porque, y era su característica más arcaica, decía lo que pensaba, sin dobleces y a la cara.

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En Italia Uribe profundizó su conocimiento del poeta Ezra Pound. Foto: Lisetta Carmi, 1966.[/caption]

No consideraba que tuviera puntos de vista izquierdistas, porque siempre había tenido opiniones parecidas, lo que había ocurrido, afirmaba, es que el mundo se había movido a la "derecha". Dijo y escribió cosas sobre el sistema político o económico chileno que nadie quería escuchar y las dijo o escribió en el momento oportuno. No estuvo del lado de los poderosos ni de los acomodaticios ni de los cobardes. No criticó la injusticia 20 años después sino cuando ella se estaba produciendo. Este grave defecto del carácter, la integridad, supuso costos para él y su familia.
En el plano literario, que probablemente le importaba menos, también opinaba con precisión y sin mezquindad: decía lo que le gustaba y lo que no le gustaba (o lo que le gustaba y no le gustaba en un mismo autor, por ejemplo, Parra). Consideraba la literatura un placer íntimo, que requería cierto recato. No mendigó premios, no escribió poemas a presidentes, no formó parte de camarillas.   

De amor y de muerte

Al igual que Léautaud —aquel escritor que él rescató para el castellano cuando había sido olvidado en Francia y apenas despuntaba una revaloración—, Uribe tenía la dulzura de los cascarrabias: así como aquel viejo "sin corazón" podía recoger un caracol en la ciudad y trasladarlo kilómetros en su bolsillo para depositarlo en el campo, Uribe ayudó generosamente a muchos: con su consejo, con su recomendación, con su tiempo. Alguien comentó (probablemente el propio beneficiario), un poeta chileno exiliado en Europa, que alguna vez Uribe le dijo cuando estaba de paso por París que ya que le interesaba tanto la literatura, escogiese un libro, cualquiera, de su biblioteca. Sin ser bibliófilo (ya se ha dicho) tenía libros raros y valiosos. Uribe no quería incomodarlo y disfrazaba como gusto literario lo que sabía que podría vender y ayudarle a mantenerse por una temporada.
Siempre amable, no obstante su imagen de energúmeno rabioso, Uribe también era comprensivo con los defectos humanos, aunque algo impaciente con la pedantería y la estupidez. Las tragedias personales y cívicas que le tocó vivir no lograron amargarlo. Si bien era practicante de un humor impertérrito, a veces reía con carcajadas tan estentóreas como sus dicterios. 

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"Memorias para Cecilia" (Lumen, 2016)[/caption]

En "Caballeros" de Chile, Uribe recordaba una frase de Neruda en Canto general señalando la "línea negra" que separaba a los "caballeros" y al "pueblo". Todo el libro es una rebelión a esta distinción, al supuesto abismo que separa a la clase que a sí misma se llama alta y los pobres. Su elegancia espiritual entendía las "buenas maneras" como lo que siempre han sido —aunque a veces se ocupen para lo opuesto—: como una forma de no ofender, de no herir, como un mensaje de comprensión. En Santiago, su departamento estaba abierto a quien quisiera; bastaba concertar una cita por teléfono. Recibía con igual cuidado a un famoso escritor siciliano que quería hablar con él que a un joven desorientado que no sabía bien qué hacer con su vida.
Uribe solía afirmar que la poesía estaba también en la prosa y que no bastaba que estuviera en verso para tenerla. Quizá la poesía está en la persona y no basta que se le llame poeta. También la poesía está en lo que escribe, por supuesto. Se podría decir de nuevo, y simplificando otra vez mucho, que como poeta escribió del amor y de la muerte. O del amor, la muerte y los aromos. Casi medio siglo separa este poema de Transeúnte pálido: "Como un aromo que desgarra el día / con sus brazos amarillos y amarillos / pienso tener la niña entre mis brazos / y con ella morir en un suspiro", de este otro de Odio lo que odio, rabio como rabio: "La vida es como el aromo. / Su momento esplendoroso / No se sabe cuándo y cómo / Se hace harapos se destroza / Se destroza y me destrozo". Pero sería injusto, pues también escribió de otros árboles y otras flores. En De muerte (2004): "Tú que pasas, anda y dile / a los amigos que morí / cuando nací, cuando fui concebido / mejor, y eso es lo peor. Pensiles / floridos, lloren pétalos de alhelí. / Nomeolvides, he sido sólo olvido".
Va a ser muy difícil olvidarlo.