María Luisa Bombal, el teatro de los muertos: ¡que a Zúñiga lo vuelvan lectura obligatoria!

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María Luisa Bombal.

En su fluido María Luisa Bombal: el teatro de los muertos (Ediciones UDP, 2019), abundan los elementos que ya se conocían de la escritora. De ahí que el aporte de Diego Zúñiga no es "lo que cuenta", sino que "él lo cuenta" (su sensibilidad) y "cómo lo cuenta" (su sutileza para exponer la voz propia).



A María Luisa Bombal no se la descubre, se la impone en el colegio. Pero los profesores entregan su primera obra, La última niebla, con el entusiasmo de saber que será leído sin demora porque es breve, y con interés porque es íntimo (erótico también) y realista (en la vanguardia del realismo mágico). Y sobre todo porque su argumento atrapa como si fuera de suspenso. Entre profesores y alumnos no habrá lucha. Los que detestan la lectura no van a alegar tanto ni pedirán más tiempo. En el mayor de los casos, la copia y el soplo, van a sustituirse por un encuentro personal con la prueba. Es probable que las únicas discusiones por el libro se den el último día, para determinar entre compañeros qué significa la niebla o los sueños, o a qué se debe la sumisión repentina de la protagonista a su marido en las últimas páginas; su rendición. Sin por ello concluir algo. Los de mi generación lo leímos hace mucho. Pero ahora viene Diego Zúñiga a recordárnoslo por medio de la concisa y fina biografía que acaba de publicar Ediciones UDP, María Luisa Bombal, El teatro de los muertos.

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Diego Zúñiga hacía un largo trayecto en micro desde Maipú a su colegio, el Instituto Presidente Errázuriz en Las Condes, donde lo matricularon cuando llegó de Iquique. ¿Habrá leído en ese tramo La amortajada o La última niebla? Se había inscrito en un taller literario. ¿Los compañeros de curso que no entendieron qué quería decir la Bombal le habrán preguntado a él? Ya escribía en ese tiempo. Seguro que sorprendió a su profesor de castellano con las respuestas de la prueba. ¿O ya era lenguaje entonces?

Para refrescar la memoria: la protagonista de La última niebla se casa con su primo que no la ama ni la mira. Tras una caminata, un hombre la lleva a una cabaña donde vive un momento de placer sexual. La aventura la acompañará como un recuerdo feliz hasta que empiece a dudar si fue real o un sueño. La niebla simboliza esta duda. Al final vuelve con el marido dispuesta a pasar una vida de días insípidos.

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Diego Zúñiga es uno de los pocos hombres que se han atrevido con la biografía de la Bombal. Comprender la naturaleza femenina no es fácil, menos si es tan contradictoria. Sin embargo, la historia de la Bombal le brota por los poros, porque primero la cuela por sí mismo para contarla, reducirla y densificarla a su estilo. Además, ya estaba en el refrigerador adobada; años atrás, alcanzó a armar un texto sobre la autora para Extremas, libro en que Leila Guerriero reúne perfiles de mujeres latinoamericanas arriesgadas. Pero no alcanzó a entregar.

En El teatro de los muertos, muestra más su admiración a su obra y a su vida multifacética (un intento de asesinato, amistades con Neruda y Borges y una obra genial), que sus reparos a su incomprensible indiferencia social y política. Ella decía que lo suyo era lo moral, lo íntimo y que la política y la guerra la hacían los hombres, como denostándolos. De ahí que no se pronunciara demasiado sobre lo que sucedía en Chile, salvo alguna aseveración contra el partido comunista y su postura final a favor del gobierno militar. Por otra parte, no se comprende su falta de dimensión de lo que su propia obra significaba para el feminismo. Todo esto lo expone Zúñiga con seriedad, tratando de no reprender demasiado.

Lo cierto es que, a pesar de lo anterior, hay más elementos que los unen de los que los separan. La camanchaca (como se titula la primera obra del autor) son nubes amenazantes porque avanzan bajas, desde la costa hacia el interior. En ésta y en La última niebla (ambas primeras novelas), la bruma simboliza un velo, lo que no puede verse claramente, o los secretos que nunca se conocerán. En la obra de la Bombal también constituye la separación entre la pulsión y el deber ser. En Camanchaca, aparece cuatro veces antes de convertirse en la lapidaria camanchaca por el final. Brevemente, la obra de Zúñiga se trata de un joven que viaja con su padre a arreglarse los dientes a Tacna. Dientes que sangran y puede perder, imagen dolorosa y que perturba. En Santiago, donde vive, lo espera su madre, para seguir sometiéndolo a una relación enferma. La camanchaca atrapa para no soltar el secreto de la muerte de su tío, las razones de la separación de sus padres, la agonía solitaria de su perra. Es el suspenso que no va a despejarse. Como La última niebla, es breve, incluso más breve y condensada, y se presenta a modo de dos relatos independientes; por un lado, el viaje a Tacna, por el otro la vida con su madre.

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En su fluido María Luisa Bombal. El teatro de los muertos, están los mismos elementos que ya se conocían, de ahí que el aporte no es "lo que cuenta" sino que "él lo cuenta" (su sensibilidad) y "cómo lo cuenta" (su sutileza para exponer la voz propia).

Zúñiga intenta poner el evento del disparo en su lugar, como algo que le ocurrió en su juventud. Restarle importancia, porque nada parecido volvió a pasarle y el morbo desenfocó su vida (como la mala historia del cineasta Marcelo Ferrari quien para su película Bombal se centró en ese episodio). Buscando justicia, Zúñiga escribe que para despejar esta historia del ataque de celos debería recurrirse a la repetición, contarla de todas las maneras posibles, como para aburrir o saciar el morbo de una vez y así anularla como en una ecuación que neutraliza.

Pero no es para centrarse en sus méritos, sino también en contradicciones más relevantes. Como su subordinación al sistema patriarcal. Que su única meta haya sido lo que no logró; el amor, el matrimonio, los hijos y la familia y no su obra, la que terminó paralizada para siempre.

Entre Bombal y Zúñiga también comparten algunas fijaciones. La Bombal no soporta el pelo, que sigue creciendo tras la muerte; ni las uñas, porque crecen descontroladas. En Zúñiga es la sangre, que aparece donde no corresponde, donde nos descompone. En su primera novela en sus dientes, y en Racimo (en torno a los crímenes de las niñas desaparecidas en Alto Hospicio) es la sangre que llora la virgen.

Propongo una semejanza más: que con Camanchaca o Racimo, Zúñiga también sea incorporado en las listas de lectura de enseñanza media. Para que los jóvenes se enganchen de lo breve e interesante, y sean más los que se animen a leer, aunque queden colgados, con más preguntas que respuestas, de lo que se esconde sin pretensión de aclarar nada.

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