Luego de jornadas en las que se dio rienda suelta a un sinnúmero de conciertos, un día brillante, iluminado primero por el sol y luego por un cielo estrellado, entregó el marco para una portentosa presentación final en el que se desplegó todo el esplendor wagneriano.
Porque el Coro de la Universidad de Chile y la Orquesta Sinfónica aunaron fuerzas y se abocaron de lleno a la magnificencia de la música operística de Richard Wagner. Con poderío y amenas explicaciones de su director titular Rodolfo Saglimbeni, desfilaron por el escenario de la sala Tronador –absolutamente repleta- momentos corales del Holandés Errante, Tannhäusser, Lohengrin, Parsifal y los Maestros Cantores de Nüremberg, o la Obertura de Rienzi, dando pie a vivir las distintas etapas de su autor, desde aquella en que aún se percibe la influencia italiana hasta su obra final, donde ya era un arte total.
La mano poderosa de Saglimbeni guió a la orquesta por distintos matices, texturas y poderío sonoro. Y la masa coral, que dirige Juan Pablo Villarroel, respondió con fuerza, llegando a momentos apoteósicos en el Coro de los peregrinos (Tannhäuser) y en el final de Los maestros de cantores de Nüremberg.
Si bien fue un final lleno de júbilo, sus últimos días llamaron la atención con la presencia de un novedoso repertorio -lo que se hace imprescindible en este evento- y de músicos de excelencia. Un ejemplo fue su penúltimo día, en el que pudo apreciarse una conformación distinta en el Anfiteatro, el quinteto de bronces argentino Pampa Brass. Integrado por primeros solistas de diversas orquestas de dicho país, desarrollaron un interesante programa trasandino, con arreglos para obras de Piazzolla, Mores, Crespo y Troilo, entre otros. Con ellos, los ritmos del tango, de la chacarera o los colores latinos se dieron cita y crearon una atmósfera joven, vibrante y versátil gracias al ánimo innovador de sus ejecutantes.
También más aventurado en cuanto a programa, especialmente en el tradicional marco de los conciertos vespertinos –que son los que más urge renovar- fue el dúo polaco Cracow, en el que el cellista Jan Kalinowski y el pianista Marek Szlezer, más allá de dedicar su primera parte a Chopin, presentaron obras de Aleksandre Tansman, un más que agradable descubrimiento de un compositor polaco del siglo XX que, con influencias de Stravinsky, situó al auditor entre la tradición y la modernidad. Y qué decir de los intérpretes, ambos impecables músicos, de gran fuerza expresiva y dominio técnico. Cada uno con un sello personal: Kalinowski con su sonido aterciopelado y Szlezer de dedos impetuosos y brillantes. Y entre los dos, develando un gran equilibrio y compromiso mutuo.
Son esas nuevas miradas las que debieran equilibrase constantemente con la tradición, pero que poco se ven en las presentaciones vespertinas, uno de los ejes centrales de las Semanas Musicales de Frutillar. Sí hay que aplaudir los conciertos de extensión con los que este año llegaron a más de una veintena de pequeñas localidades.