Era una mezcla de San Bernardo y Collie escocés. Lo había visto en el rancho de los hermanos Marshall Lathan y Louis Whitford Bond, dos ingenieros de minas que se vestían como cowboys y eran sus patrones en el Klondike, aquel territorio verde y frío donde cien mil personas buscaban oro entre 1896 y 1899.
Aquel perro de 80 kilos era entonces algo así como un guardián de la Fiebre del Oro. Una criatura imponente que podía protagonizar no sólo cuentos, sino que también novelas. Eso fue lo que pensó el escritor Jack London (1876-1916) cuando en 1903 publicó El llamado de la selva, su primera novela y, hasta hoy, su narración más famosa.
Llevada al cine y la televisión en 12 oportunidades, la novela de London tendrá desde la próxima semana una nueva versión en las pantallas grandes del planeta (incluyendo Chile), cortesía del realizador Chris Sanders (Cómo entrenar a tu dragón, Lilo y Stitch) y con Harrison Ford como John Thornton, el buscador de oro que se convierte en el mejor amo del perro Buck.
Es un filme de más de cien millones de dólares y se mide con versiones anteriores donde el rol humano estuvo a cargo de Rutger Hauer (Blade Runner) en 1997, Charlton Heston en 1972 y el mismísimo Clark Gable en 1935.
La llamada del instinto
De acuerdo a la base de datos Internet Movie Data Base (IMDB), existen 166 adaptaciones fílmicas y televisivas de obras de Jack London, incluyendo también cortos y mediometrajes. Hace un año una de las películas más celebradas del Festival de Venecia fue Martin Eden, filme del italiano Pietro Marcello que se inspiraba en los años de juventud de Jack London. Y hace dos años, el mejor segmento de La balada de Buster Scruggs, la película que Joel y Ethan Coen realizaron para Netflix, fue All gold canyon, donde Tom Waits era un buscador de oro sacado del cuento Cañón de oro de Jack London.
Las narraciones de hombres boicoteados por la naturaleza y situaciones límites son el pan y el agua de la narrativa del escritor californiano. Quizás por eso calzan como guante al cine y probablemente las mejores o, al menos las más conocidas adaptaciones, sean El lobo de mar, filme de 1941 con Edward G. Robinson, Colmillo blanco (1991), un eficiente vehículo Disney con Ethan Hawke, y la mencionada Martin Eden (2018), del italiano Pietro Marcello.
Hijo de un padre que jamás lo reconoció y de una madre que proclamaba haber sido médium del espíritu del jefe indio Halcón negro, Jack London se llamaba en realidad John Griffith Chaney y vino a este mundo en 1876 en San Francisco. El apellido London era el del segundo esposo de su madre, un veterano de la Guerra de Secesión que había quedado con secuelas físicas. Tras un encuentro poco feliz con su auténtico progenitor cuando era estudiante, siguió llamándose London por el resto de su corta vida.
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Jack London.[/caption]
Impaciente, aficionado al boxeo y siempre atento a la ruta del más próximo barco, Jack London desertó del colegio en la secundaria y se auto-educó leyendo en la biblioteca de Oakland, la ciudad hermana de San Francisco. Tras una serie de aventuras en veleros, corbetas y embarcaciones de pequeña envergadura, el futuro escritor entró a la Universidad de California en Berkeley, de la que desertó a los 21 años para irse a buscar oro al Yukón, la provincia más lejana de Canadá, colindante con Alaska.
Fue ahí donde se formó su verdadero carácter, donde contrajo las enfermedades que definieron su destino (entre ellas el escorbuto, que le hizo perder los dientes incisivos) y donde encontró a los personajes y el paisaje físico de sus primeros libros, entre ellos La llamada de la selva. Buck, el perro protagonista de aquella historia, era similar a los muchos canes que los mineros utilizaban en los desfiladeros del Klondike, donde ningún caballo podía pasar sin caer por un precipicio y donde los fletes, las cargas y los tesoros iban a lomo de perro. Por lo demás, el viejo John Thornton, fue construido a imagen y semejanza de los buscavidas locales, hombres abandonados a la fortuna, casi siempre mala.
Para Jack London, la capacidad de convertir sus travesías en historias fue la manera de escapar a la pobreza y la privación. Ya en Oakland había adquirido contacto con los sindicalistas locales y había decidido que sería uno de aquellos socialistas. Escribió mucho al respecto, pero al mismo tiempo encontró un gozo infinito con los 3 mil dólares que cobró por la publicación y los derechos de El llamado de la selva en 1903.
Mark Twain, siempre certero en sus descripciones, solía bromear con el caso de Jack London, quien se hizo construir un rancho de 400 hectáreas en el condado de Sonoma con el dinero ganado por sus libros. Decía que en un hipotético gobierno socialista, el autor de Colmillo blanco "llamaría a las milicias revolucionarias a recoger sus derechos de autor".
La vida en aquella hacienda en cualquier caso no fue demasiado larga. Jack London, bastante alcoholizado y aquejado de las consecuencias de tempranas enfermedades contraídas en sus viajes a Hawaii y al Yukón (entre ellas la disentería, la framboesia y el mencionado escorbuto), solía tomar morfina para calmar los dolores. El 22 de noviembre de 1916, a los 40 años, la dosis fue más de lo necesario y jamás despertó.
La tesis del suicidio se manejó durante mucho tiempo, pero las más recientes investigaciones tienden a descartarlo. A diferencia de Ernest Hemingway, otro aventurero de la narración, Jack London escribió y publicó hasta el final de su vida. Ganas de vivir no le faltaban. La llamada salvaje siempre estaba al acecho.