Cierre perimetral ampliado. Cercos. Detectores de metal. Pancartas controladas en tamaño y caligrafía. Focos barriendo el cerro para evitar ingresos y huidas furtivas. No estamos describiendo un recinto carcelario, sino las medidas de Viña 2020 frente al estallido social, el temor cierto y justificado a que quede la grande y se televise en alta definición para todo el mundo. A pesar de los resguardos escapa a los organizadores la reacción de la gente, así lo ha reconocido el productor general, Daniel Merino. Las 18 mil personas que caben en la Quinta Vergara sortearán esas barreras, sin embargo, el arma principal en un evento en vivo y en directo sigue siendo el grito, la manifestación espontánea que sintoniza el ambiente, el inicio de un cántico o una rechifla al alza como una ola hasta convertirse en un rugido ensordecedor e inapelable. La transmisión televisiva siempre intenta disimular las pifias -sucedió el año pasado ante la silbatina dedicada cada noche a la alcaldesa Virginia Reginato-, pero no hay truco viable ante la reprobación masiva. Con la gente empoderada, estado permanente desde el 18-O, las consignas en contra del poder y el sistema, más la escasa tolerancia con artistas de repertorios anacrónicos ha marcado el ciclo de festivales en provincia. La temporada arroja un generoso listado de figuras caídas que hasta no hace mucho eran número seguro. Así, la incertidumbre domina el inicio de la mayor fiesta del verano chileno.

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Esto no es inédito en la bitácora del evento. En 60 años, el Festival de Viña del Mar, ciudad símbolo de la desigualdad en su calidad de centro turístico internacional que anida el mayor número de campamentos en Chile, con 70 asentamientos, ha reflejado en varias ocasiones la contingencia y tensión social, a veces como un presagio. La irrupción fuera de libreto de Willy Benítez en 1983, incidente conocido como "El tarro", no solo reclamaba por la falta de humoristas coartados por la censura, sino tangencialmente formó parte de la chispa que ese año desató las primeras protestas populares a una década del golpe, un acto increíblemente subversivo en medio de un verano durísimo marcado por el virtual quiebre de la banca chilena. En un sitio altamente controlado como el Festival en dictadura, con agentes de seguridad del Estado en bastidores y personal militar con entradas regaladas entre el público -típico en la Quinta Vergara de los 80-, la acción de Benítez descolocó al animador Antonio Vodanovic y puso en jaque el guión del espectáculo. En aquel entonces era imposible alzar la voz y menos aún con la cobertura de Televisión Nacional para todo Chile.

Invitada por la Unidad Popular en 1972, la sudafricana one hit wonder Miriam Makeba saludó efusiva a "la revolución chilena", provocando una violenta reacción en el público, con la galería apoyando a la UP y la platea en contra. Un año después la presentación de Quilapayún fue un caos. Eduardo Ravani lo detalla en Con ja y sin ja (2019), sus jugosas memorias plagadas de anécdotas, varias de ellas sobre el Festival a su cargo en distintas ocasiones. En 1973, el futuro integrante del Jappening era director escénico bajo las órdenes de Gonzalo Bertrán. Ravani sostuvo reuniones con la municipalidad y el sello Dicap para que el conjunto sinónimo de la UP se remitiera a cantar. "Desde el teatro Olimpia de París, donde mostró su tremenda calidad", evoca Ravani las palabras del animador César Antonio Santis, "al escenario del más importante evento musical, el festival de la canción de Viña del Mar…, con ustedes Quilapayún".

Santis no dijo exactamente eso. En rigor habló de un exitoso paso por el Luna Park de Buenos Aires con La Cantata Santa María, pero lo que sucedió después expuso la fractura de Chile en 1973. Ravani acusa que el conjunto no respetó el pacto al interpretar de entrada Nuestro cobre y La batea, "canciones de mucho contenido político", de perogrullo en el caso de Quilapayún. Con el público vociferante, agresivo y dividido, Ravani se comunicó con Bertrán y cortaron la grabación. El Festival se transmitía en diferido y así prácticamente no quedó registro. Casi. Existe el audio y se escucha cómo una parte de la asistencia demanda furibunda que se vayan y otra aplaude al conjunto que dedicó el número a Violeta Parra y Rolando Alarcón, famoso cantante de La Nueva Canción Chilena fallecido ese mismo día 4 de febrero de 1973. Entre el corte por decisión de Bertrán y Ravani más la batahola en la Quinta, el ganador de la competencia folclórica se designó ante notario y Los Huasos Quincheros fueron sacados del programa. Viña 73 era el espejo de ese Chile en facciones parecido al de estos días.

La producción de este Festival subraya que no se trata de un evento político. Por cierto no lo es, pero el Festival de Viña tiene muchas facetas que superan la categoría estrictamente artística. Junto a la Teletón es uno de los ritos centrales de nuestra cultura pop. Parece algo cándido suponer que Mon Laferte o los humoristas a partir de Kramer dejen pasar cuanto sucede en un periodo clave. El Festival siempre refleja el momento y esta vez no debiera ser excepción, aunque los canales responsables y las medidas de seguridad hagan maravillas amortiguando el peligro de alta tensión.

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