En los shows del Che Copete, el copete cobra vida. Suele ser un ente superior a Belloni, que le hace daño, pero que a la vez, le es inherente. Le pide que se vaya, que se quede, que lo arrulle. Nunca fue tan novedoso. Inclusive antes de que llegara a las pantallas, había pasado otro humorista, llamado Tufo, desarrollando un juego casi idéntico: sórdido-dependiente y paradójico, con el vino. Relación que fuera copiada, directamente de los bordes; de esa metáfora de un Chile profundo, que toma del fuerte para olvidar. De ese correlato subterráneo, estampado en quitapenas de barrio y clandestinos ocultos del Norte y Sur. Y quizás fue eso, su relación surreal con el copete, el rasgo más notable de Belloni. Ya después, el show business, se encargaría de alimentarlo, lo bastante, con modelos, gente pequeña y bailarinas como para hacer aún más estrambótica su rutina.
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Lo rodeó ese mundo, pero pese a eso, nunca lo legitimó del todo. Belloni, en su vida privada, quería parecer "normal". Lo secundaba eso, eso de ser hombre de familia y lavar su imagen. Tirar a las minorías a la parrilla y luego pontificar ante los periodistas. Y por lo mismo se arrodilló ante el monstruo y le pidió perdón, con el mismo llanto sobreactuado, transpirado y húmedo con que suele dialogar con su botella. Le gusta eso, eso de estar alineado con el Chile de la superficie. Desde siempre le ha gustado. De hecho, no fueron pocas las entrevistas que dio (en diversas revistas de papel cuché que ya han sido eliminadas), donde no sólo se jactó de que "casi ni tomaba", sino además, de que su familia era "de lo más normal". Pero qué es ser "normal", ¿qué significa ser normal para Belloni? En su caso, significa, una familia con papá, mamá, hijos, césped bien cuidado y perro. ¿Y con qué fin? Con la finalidad de siempre. Emparejarse con el discurso reinante. Lo "políticamente correcto" aunque me arrastre con piedras la marea. Estar en la línea del chiste cochino, sin arriesgarse demasiado. Ser el bufón de palacio que se adapta a cualquier palacio, para no morir. Y desde ahí, desde esa línea, no cuesta nada soltar un par de lágrimas para coronarse.
La parodia del payaso triste
El payaso triste se quiebra, melancólico y solo frente al espejo. Le provoca pena devorarse el mundo (tal vez un poco como Robin Williams) y seguir riendo. Suele ser el alma oculta de la función, el alma que suelta lágrimas en lo oscuro. En la penumbra del espejo y no frente a su público. Pero en la Quinta Vergara ocurre justo lo contrario. En la Quinta, el comediante la "pica fino", con el único propósito de espantar el odio. Y es así como han llorado todos: Dino Gordillo tres veces, El Flaco y el Indio dos, Turrón otro tanto, y ahora Belloni, con el plus de la rendición y el arrastre.
Siempre me he preguntado si el llanto debiera ser antes o después de la Gaviota. En especial, porque al momento de premiar, los animadores suelen abrir demasiado la boca y adquirir una rigidez demasiado cartón piedra, como para parecer reales. Es como si los recortaran de esas mismas revistas papel cuché que ya no existen. Entonces, ¿cuál es el propósito de acumular tanta ave de oro en un estante del living?
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Belloni ayer no venía a buscar un ave, sino a pedir perdón. A redimirse frente a un monstruo inquieto y politizado, con el mismo tono lastimero y condescendiente con que seguramente se redime ante su mujer cada vez que llega tarde, ¿pero por qué pide perdón Belloni? Por haber practicado toda su vida un humor que ya no existe, y que ahora es pésimamente mal mirado, o, porque trabajó con Kike Morandé que era un emblema de la derecha política y el patriarcado. ¿Cuál de todas esas razones mueven a Belloni? Lo que no sabe Belloni es que uno también es su pasado. Humoristas como Benny Hill o el Guatón Porcell, que practicaban un humor igual de básico y sexual que Belloni, jamás le hubiesen pedido perdón al público. Benny Hill murió solo y millonario de un ataque cardiaco. Lo encontraron sentado, frente a la televisión, con un plato de papas fritas, convertido en el mismo hombre, al cual, a través de la tele, le hablaba. Cerró las cortinas siendo él, mientras Belloni se rehúsa a serlo.