Los Humor Fusión son la metáfora más clara del estado de su ciudad. Una orquesta que se afina y desafina según aplausos. Lo único que los diferencia es que Viña se ahoga, mientras el quinteto, nada. Sus rutinas son tan rápidas y vertiginosas que uno no alcanza a digerir la primera, cuando ya ha llegado la segunda. Uno, dos, tres, cuatro. El Cebolla inicia un gags pro consumo de marihuana, el Bodoque lo aguanta y el Rulo lo remata. Crean puentes, pasadizos. El ruido sucio de la calle. Cesantía en Viña. La quinta más alta de todo Chile. Ciudad, hervidero del artista callejero. Por las plazas pululan miniaturas del Cebolla, Bodoque, León y Rulo. Venden helados o juegan. Caminan. Hacen ruido.
Un taxista malhumorado dice que la juventud de Viña no es ningún bendito tesoro: roban, saquean, engrosan la masa de chicos que venden Chivas Regal a tres mil o sábanas del retail a cinco mil en las cunetas. La juventud viñamarina está maldita, dice. No quieren trabajar; no quieren encerar pisos, limpiar vidrios o cortar céspedes. Parecen mordidos por una plaga de murciélagos. Les cayó la flojera. No quieren trabajar.
La ciudad ya no es la postal verde que solía ser. Las victorias, los caballitos, el helado con vista al mar. Se manchó. Reginato está manchada. Dice el taxista que cree que ya engordó demasiado a costa de los de "a pie" (pese a que anda en auto, le gusta emparentarse con "los de a pie"). Reginato está manchada. Los Humor Fusión le gritan que hagan la pega a los políticos. Rulo traduce poco. Se pone medio pancartista para decir las cosas, ideológico. Muy político su humor. Los locales abren tarde y cierran más temprano en Viña que en Santiago. Parece pueblo chico, infierno grande. Hasta la una o sino te quedaste sin comida. Niños y ancianos, naufragan en el maní de los turistas. Se cuelgan de sus mesas. Se conforman con el pan.
Las palmeras de rosado fluorescente sirven de antesala perfecta para dos karaokes noventeros, con nombres en inglés. La ciudad de Viña es uno de los pocos sitios que todavía los acoge. Mezcla de sudores, fluidos varios, piscolas y viejos hits de Shakira o Amaral. Los parroquianos llevan su propio festival entre sus mesas y sudores. Se tiran a capela, hombres y mujeres a cantar las canciones más difíciles. Manía de anhelar el estrellato. Sus parejas sólo miran. El animador, de pronto, con el único propósito de subir la temperatura, asegura, "soy más que una cara bonita" y comienza a desvestirse. Promete que nos regalará su desnudez. Las chicas gritan. Se saca la camisa, hay jalea entre sus pectorales. Mueve la colita, comienza a bajarse los pantalones. Todo ocurre en un segundo. Hay jalea entre sus piernas, muestra cara de mareado. Queda en calzoncillos. Todas se levantan. Gritan: "¡¡¡guatón vístete!!!".
Bodoque juega a que una canción de la banda Tiro de Gracia es suya, sus colegas le reclaman. Les alega que dejen de discriminarlo por su raza.
-Me discriminan porque soy negro.
-Lo único que tenís negro son los tobillos -le contestan.
El escenario del karaoke sigue alimentándose, como una máquina de salchichas, con el pudor de las concursantes. Sudan. En el otro ambiente, tres niñas bajan hasta el doceavo piso con el reggaetón. La décima niña se atreve a cantarse una de las más sufridas de la Shakira. De las antiguas que no eran en inglés. La anuncia el animador, ya vestido, pero más borracho. Sube al escenario intentando taparse el pecho con sus brazos. Las cosas no le salen fácil a la niña. Su pisco sour se calienta solo mientras nadie espera.
Los Humor Fusión comienzan a rapear y el Bodoque se jacta de su liderazgo.
-Soy choro.
-Vos no soy choro, loco, vos ni siquiera le robaste el pan a tu mamá -le contesta el Cebolla, mientras se ordena los rastas.
Cantar a Amaral ha dejado a la niña muy cansada. Sus ojos vidriosos delatan que se estaba jugando más que una canción o una experiencia.
El monstruo quiere fiesta. Aúlla y pide más. Se cierra la cortina de los Humor Fusión. El monstruo quiere más.