El vocalista de Maroon 5, Adam Levine (40 años) es considerado uno de los hombres más guapos del mundo. Mide más de un metro ochenta, no tiene ni un milímetro de grasa, practica yoga y su nariz tiene la forma de un perfecto resbalín. Fue jurado, además, del programa de talentos The Voice y la mayor parte de sus mujeres han sido modelos o artistas. Verlo en el escenario, mientras se mide —a través del rabillo del ojo— sus pectorales, es como ver a David Beckham jugando fútbol. Está tatuado hasta en los lugares más recónditos y cada uno de sus tatuajes representa algo: un hito importante o un estado emocional de su vida. Entre otros, tiene el de su perro muerto, el de una sirena cargando una calavera y uno donde se lee California, que es el lugar donde nació. Lleva la memoria más grabada en la piel que en la cabeza. Probablemente cuando le llegue la senilidad, y no recuerde nada, podrá leerse el cuerpo para saber quién fue.

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Paul Vázquez, en cambio, más conocido por el apodo de "Flaco" que por Paul, tiene más aspecto de naranjo en otoño que de alerce. Sin ningún tipo de sofisticación comenzó en la calle, bajo las escaleras rojas de un portal de juegos electrónicos y restaurantes de comida rápida, donde solía contar chistes cochinos, en pleno centro de Viña. Exigía plata y no limosnas. Cada media hora pasaba el sombrero y denunciaba al que no le daba. Se hizo rápidamente conocido por esa habilidad única que tenía él, para hablar sin filtro, improvisar y encarar a los ciudadanos. Por ese tiempo, nadie se hubiese atrevido a dejarle menos de cien pesos. Pero, pese a su trato brusco, seguían llegando. Más de cien o ciento cincuenta personas juntaba en una sola noche. Luego afrontó, con igual tenacidad, sus siete participaciones en el Festival de Viña. De allí jamás se ha ido sin su ave. Sudor, lágrimas, chistes nuevos o repetidos. Lo que sea, pero se la lleva. Y anoche, lo mismo. También se quedó como punto fijo en el escenario, hasta que le saltara. Se fue tarde pero llegó temprano.

Adam Levine, en cambio, arribó con más de veinte minutos de atraso, actúo con cara de adolescente castigado, y por último partió raudo y furioso, quejándose de que el Festival de Viña era un show televisado y no un recital de música. Pataleó como rockero alternativo noventero siendo que sus últimas participaciones han sido todo lo contrario. No solo fue jurado en el popular programa norteamericano The Voice, sino además actuó a pecho descubierto en el Super Bowl que llega a casi todos los rincones de su extenso país. Tampoco, aceptó, por ejemplo, recibir ningún tipo de premio o tener contacto alguno con los presentadores. Lo mismo hubiese dado ver su foto dibujada que tenerlo ahí. Muy diferente, por ejemplo, a la irreverencia y humanidad que mostró en el 91 Mike Patton, cuando fue capaz de tocarle el trasero y darle un beso cuneteado a Vodanovic, o de la empatía que expusieron Sting, Elton John, Cat Stevens o Franz Ferdinand, entre otros.

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El "Flaco", en cambio, nuevamente perdió cualquier tipo de pudor (si alguna vez lo tuvo) y armó gran parte de su rutina en base a los entretelones más extremos de su larga adicción a la cocaína. No sólo se burló de su período más border de "angustiado", en que él mismo admite que se jaló hasta las sábanas, sino que además lloró hasta que le dio hipo al recordar sus momentos más oscuros. Tuvo una catarsis. Un momento extremo, que según los griegos más que una actuación, significa la purificación del alma, a través de la experimentación del minuto o segundo único de lucidez, en que se contempla la tragedia o la mayor felicidad de la propia vida. Cerati la sufrió, por ejemplo, cuando interpretó, junto al fallecido flaco Spinetta, "Bajan", Pink Floyd cuando cantó "The Wall" frente a miles de alemanes ante el desaparecido muro de Berlín en el 89, Damon Albarn cuando, con su corazón completamente destrozado, compuso "Tender", Frank Black cuando se extravió en el bajo y la guitarra con "Where is my mind?", Eric Clapton cuando llegó a arrojar bilis negra de tanta melancolía al despedirse de su fallecido hijo de cinco años a través de "Tears in Heaven", o el mismo Kurt Cobain, cuando encauzó toda la ira que sentía por el mundo a través de "Smells like teen spirit". El rock o el arte en general en definitiva, a veces, producen eso. Ese minuto único de lucidez en que somos capaces de esculpir la emoción extrema, y sentir eso que llamamos catarsis. El público la agradece, y aunque no siempre la exige, tampoco espera encontrarse con un iceberg como Adam Levine.

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