La leyenda del Festival de Viña se ha levantado a partir de ritos replicados por varias generaciones y ayer pareció un día más de esa postal veraniega de nervio y fervor: fans agolpados en los ingresos, cintillos con el ídolo de turno, poleras listas para ser exhibidas desde algún rincón de la Quinta Vergara y todo el ánimo correspondiente para un lugar que siempre es sinónimo de fiesta, anoche a cargo de Maroon 5, los más globales de la parrilla 2020.

Pero fueron precisamente los estadounidenses quienes se encargaron de torcer los hábitos y de hacer desaparecer por un momento de la Ciudad Jardín el ícono máximo de la cita: los premios vitoreados por el público. Durante la tarde, en una reunión después de su prueba de sonido, el staff de la banda acordó con los organizadores del espectáculo desarrollar el show de manera completa, sin interrupciones, sin interacción con los animadores y sin recibir en el escenario las Gaviotas correspondientes.

En caso de ganárselas, al equipo del grupo se le entregarían los galardones en sus camarines, como finalmente sucedió, aunque posteriormente ni siquiera se las llevaron. La idea era que Maroon 5 desplegara una suerte de recital, además de montar una escenografía de amplias dimensiones, acomodada a la Quinta Vergara.

La exigencia planteó todo un acertijo para la producción. Y fue el reflejo de que los norteamericanos actuaron bajo sus propios términos: según distintas fuentes, la agrupación habría llegado tarde al reducto, cerca de las 21.40, retrasando todo el arranque de la penúltima jornada.

Otras versiones también apuntan a que su equipo no quería que hubiese técnicos nacionales circulando en el montaje. En la interna de la producción, dejaron la misma sensación que Morrissey en 2012: un tipo apático y con nulo interés por la cita.

Como fuere, todo ello provocó que la emisión televisiva tuviera que "rellenar" por casi media hora

con lo que había a mano, desde contactos con los periodistas que animan el backstage y la sala de redes sociales, hasta entrevistas a otros invitados de la noche, como Paul Vásquez.

Y como era predecible, el público empezó a perder la paciencia. Finalmente, cerca de las 22.13 horas, Maroon 5 por fin apareció bajo los focos.

Todos respiraron aliviados.

Pero, contra los pronósticos, la sensación de desconcierto continuó: la banda en ningún momento mostró mayor entusiasmo, tuvo escasísimas palabras hacia el público y remató con una performance de 66 minutos, breve en comparación con otros números de obertura de esta edición, como Mon Laferte (99 minutos) o Ana Gabriel (106).

Por lo demás, presentaron 15 canciones, mucho menos que las 22 que interpretaron en sus conciertos más recientes.

Según fuentes de la producción, tal extensión no les sorprendió, ya que era lo que más menos habían acordado. En el cierre, Adam Levine y los suyos desaparecieron rápidamente del escenario y con la misma falta de pasión que definió todo su espectáculo.

Después fue el turno de Paul Vásquez. O El Flaco. O ambos: su rutina se balanceó en esa dualidad entre persona y personaje, apelando a su pasado turbulento, a su nuevo destino sin El Indio, a sus chistes de siempre y a las manifestaciones sociales de las que ha sido activo participante.

Sobre el final, rozó algo así como una prédica autobiográfica, hablando de cómo hoy está alejado de las drogas. Se llevó ambas Gaviotas, siempre al borde de la emoción, e incluso a momentos sin aliento y sin palabras. La gente lo quiere como un hijo pródigo del lugar, que merece el éxito más allá del momento que atraviesa.