Desde el mes de Diciembre que comenzó a rumorearse fuerte, que iban a hacer estallar la Quinta, que el Festival de Viña no iba a poder ser- debido al estallido- y que todos, irreductiblemente, terminaríamos desalmados. En cualquier espacio donde uno iba, podía escucharse eso, la misma voz preocupada y tensa diciéndote: "no sé naaa yo". O incluso, algunos más creativos, asegurándote, que ya Maduro estaba exportando sus "células comunistas" para generar el caos. Existía eso. Ese nivel de tensión. Esa certeza de tragedia. Pero finalmente, ¿Qué pasó? Nada. No llegó el temblor y estamos en el mismo lugar que antes, sólo que más cansados.
Salvo por la quema del Hotel O´Higgins y por cierta violencia registrada en los primeros días, no pasó nada. Ningún hecho lo suficientemente fuerte como para poner en jaque el Festival de Viña. Es más, contra todo pronostico el "pase baile" no vino desde los propios manifestantes, sino sorpresivamente, desde los humoristas. El Monstruo no estaba para "pasteles" así que no iba a aguantar un "no apruebo" por parte de ellos. Por otro lado, ni tontos ni perezosos éstos, se adaptaron rápidamente a las circunstancias.
Kramer con su retórica blanca y conciliatoria dio "el vamos" y luego todos, lo siguieron. Javiera Contador, Che Copete, Fusión Humor, el Flaco y por último Ruminot. Todos iban defendiendo el "apruebo" de manera humorística y también retórica y discursiva. Desde el conservador Che Copete- que incluso se redimió ante el Monstruo- hasta el ex integrante del Club de la Comedia, Pedro Ruminot, que con una rutina muchísimo más baja que sus ex compañeros, logró salvarse.
El Monstruo estaba tan encendido y enrabiado, como en el año del plebiscito, sólo que ya sin esa tolerancia o respeto por la "construcción de la Democracia". Chile ya no es el mismo. El neoliberalismo nos cambió, nos hizo más agresivos de lo que éramos. Sin ir más lejos, lo que más le llamó la atención al escritor García Márquez en los ´70 cuando vino a Chile, fue justamente eso, la actitud contraria a la que tenemos hoy. La actitud confiada y pasiva, que nos conducía, por ejemplo, a creer tanto en las leyes que queríamos adquirir el nuevo Código del Trabajo cada año.
Y dentro de este clima politizado de la Quinta, obvio, que la figura de dos animadores acartonados tipo años ´80, sumado a un backstage repleto de reporteros tipo Minimín de Cárcamo, intentando parecer normales, no encajaba. Lucían como el Titanic, minutos previos, a hundirse. Como el lujo antes de la tempestad. Como una vieja estructura, irreductiblemente destinada, a ser aplastada.
Hubo, en efecto, varios actos durante el Festival de Viña, que hoy podrían ser fácilmente calificados como "desorden". Expresiones políticas, incapaces de ser reprimidas o calmadas por los animadores, como por ejemplo, los letreros anti-gobierno que expuso Stefan Kramer, inclusive después de haber sido advertido que no lo hiciera. O el discurso emotivo-político sobre el hambre de Mon Laferte que produjo una diáspora en la platea. O la mala educación de Maroon 5, que no sólo no saludo ni se despidió de los animadores, sino además, se quejó de que la Quinta era una "shit".
Si bien en los tiempos de Vodanovic, Camiroaga o Lagos, al animador le tocaba la función clara de "domar" y "negociar" con el monstruo, esa pega hoy no existe, y como no existe, irremediablemente, va dejando a los animadores cada vez más extraviados e inertes. Godoy y Cárcamo, en esta versión por ejemplo, cada vez que salían del backstage, lucían menos empoderados. Casi como Nemo, buscando en el océano a su padre, para tratar de encontrar a sí mismo. Antes el animador conversaba con el músico. Incluso, a veces, hasta compartía la rutina con el humorista. Rutinas casi completas como La Cuatro Dientes con Vodanovic, o Sergio Lagos con El Malo.
Pero ahora no. Ahora, podrían ser fácilmente reemplazados, por una bonita voz en off, dinámica y atractiva de algún famoso y casi no pasaría mucho.