En el hotel O'Higgins hay sensación de abandono. Lo transmiten sus funcionarios y administradores, que el domingo pasado vieron con impotencia cómo un grupo de manifestantes destruía el frontis, mobiliario y los ventanales del recinto, en ese momento sin resguardo policial. Y lo transmiten también sus interminables pasillos, extrañamente vacíos en esta última semana del verano, por décadas sinónimo de ajetreo y bullicio.
Luego de los desmanes de hace seis días, el emblemático edificio inaugurado en 1936, propiedad del Municipio de Viña y parte del ADN del Festival, dejará de funcionar. Un cierre indefinido que comenzará a regir este lunes -ya a comienzos de semana dejó de recibir turistas-, cuando se vaya la última docena de huéspedes. Si el domingo pasado había 380 pasajeros repartidos en las 211 habitaciones del recinto, hasta ayer quedaban sólo 113, en su mayoría periodistas acreditados para el certamen veraniego.
Esta semana, en tanto, la administración les informó que por motivos de fuerza mayor, el edificio cerrará sus puertas por -al menos- varios meses, por lo que se les plantearon tres alternativas: mientras a un número reducido se les ofreció seguir contratados en labores de mantención, el resto debe escoger entre el finiquito o un congelamiento del contrato sin goce de sueldo, para luego ser reintegrados.
Un golpe duro para los cerca de 100 funcionarios, muchos de ellos con décadas de experiencia y un anecdotario envidiable, protagonistas invisibles de historias de bar y servicio a la habitación de Soda Stereo, Raphael, Shakira y Juan Guillermo Vivado, conductor de Aquí, Hotel O'Higgins, el recordado programa festivalero de Televisión Nacional.
La experiencia para los escasos pasajeros que permanecieron esta semana en el céntrico hotel fue, por decir lo menos, atípica. Si bien los servicios siguieron funcionando, tras los desórdenes del domingo 23, que dejaron como saldo autos quemados, pasillos con olor a gases lacrimógenos y a decenas de músicos y técnicos atrincherados en el subterráneo, hasta ayer el hotel todavía lucía como un viejo pabellón fortificado, con ventanales rotos y mobiliario calcinado.
La celebración del tradicional "piscinazo" de los reyes del Festival, el jueves pasado, evidenció el caos circundante: como si se tratara de una operación secreta, la prensa que llegó a la coronación de los ganadores fue informada en ese instante que debían trasladarse hasta la piscina del hotel, donde el ritual se realizó en privado y sin la cobertura televisiva de antaño. Afuera, efectivos de carabineros custodiaban una ceremonia que tres años antes ya había sido "funada".
"Hay que poner en marcha el hotel como corresponde y antes de eso no vamos a reabrir. Primero está la seguridad de los trabajadores y los pasajeros, y eso no podemos arriesgar", sostiene José Antonio Dávalos, gerente general del hotel, que desde 1962 -y hasta 2022- es administrado por la cadena Panamericana. Junto con aclarar que se trata de la primera vez que el hotel cierra por motivos "no-naturales", Dávalos asegura que el costo de reparación de los daños ascienden a varios millones. "Esto no es contra el hotel, sino por lo que representa como símbolo. Aquí había canales de TV, gente de trabajo, pero hicieron daño sin tener un porqué".