No fuma como sí lo han hecho históricamente una gran cantidad de bailarines y coreógrafos, desde Mijail Baryshnikov a Bob Fosse. Tampoco toma café, otra costumbre consuetudinaria entre sus colegas y sus compatriotas. Ha rechazado muchas ofertas para dirigir compañías de ballet en Brasil y sigue fiel al Ballet de Santiago, perteneciente al Teatro Municipal.
De cierta manera, la coreógrafa y bailarina brasileña Marcia Haydée (1937) es un caso singular en el mundo de la danza clásica: tras ser el emblema del Ballet de Stuttgart durante más de 30 años escogió Chile para volcar sus enseñanzas y experiencias. Ya lleva 16 años al mando del Ballet de Santiago y dice que recién ahora "tiene la compañía que siempre quiso tener".
"John Cranko siempre decía que al menos se necesitaban 10 años para crear un buen grupo de danza", comenta Haydée sobre el fallecido director del Ballet de Stuttgart, la compañía de danza más importante de Alemania y una de las más destacadas de Europa. Entre 1961 y 1973, Haydée fue la estrella de aquella institución, la musa de facto de Cranko y la bailarina para la que se creaban las principales obras del grupo. Luego, tras la sorpresiva muerte del maestro sudafricano en 1973, la propia artista tomó las riendas de la compañía durante 19 años.
"En Stuttgart trabajábamos como máquinas, con presentaciones en tres teatros diferentes, pero acá comencé a valorar otras cosas. Todo debía prepararse con más tiempo y con menos recursos, pero al mismo tiempo me enamoré de este país, del desierto en el norte y de una ciudad como Santiago", dice en su oficina del Teatro Municipal.
Nacida en Niterói (en el estado de Río de Janeiro) con el nombre de Marcia Haydée Salaverry Pereira Dos Santos, la directora del Ballet de Santiago se encumbró en los años 60 y 70 a los primeros lugares del mundo de la danza, con presentaciones habituales en Europa y Estados Unidos. Fue pareja de Rudolf Nureyev en varias producciones y orgullo latinoamericano en el ballet mundial mucho antes de la aparición de los argentinos Julio Bocca y Marianela Núñez o del cubano Carlos Acosta.
En Alemania le dieron la Orden al Mérito (entre muchos otros reconocimientos) y en el mundo el premio Nijinsky, suerte de Oscar del ballet. Dirigió por primera vez el Ballet de Santiago entre 1994 y 1996 (alternando con Stuttgart) y volvió en el 2004. Durante todo este tiempo dice que la querían en Brasil, pero dejó pasar las propuestas.
"Me han ofrecido varias veces dirigir el Ballet de Río de Janeiro, pero he rechazado. Brasil no es un país organizado en cuanto a los cuerpos de bailes, a excepción del trabajo de Inês Bogéa en la Compañía de Danza de Sao Paulo", comenta mientras prepara los detalles de Carmen.
El ballet significaba el inicio de la temporada coreográfica del año 2020 el próximo sábado 21, pero debido a las medidas de prevención por el coronavirus se aplazó hasta al menos inicios de junio.
Marcia Haydée, que se enorgullece de su impecable salud, dice que su único talón de Aquiles son los bronquios. "Quizás son años y años de ser fumadora pasiva al lado de mis colegas", comenta, riéndose de la ironía. Por eso, en esta entrevista, prefiere saludar de lejos, incorporando la norma del momento en el Viejo Continente, donde suele estar cuatro meses al año.
A propósito del mundo, ¿Cómo lucen las cosas en Chile a nivel dancístico? "A mí me parece que acá se hacen las cosas con más dedicación y tiempo. En ese sentido, Chile se parece más a Europa que Brasil", reflexiona Haydée.
Pero aquel país tan ordenado y esa ciudad tan tranquila que siempre atrajo a la ex estrella del Ballet de Stuttgart ya no es ni se siente igual desde el 18 de octubre del 2019. Marcia Haydée pasa al menos ocho meses del año en Santiago (el resto en Alemania), gusta del centro de la ciudad y vive en el sector del Parque Forestal.
"Creo que Chile está buscando su camino. Tal vez durante mucho tiempo no escogieron adecuadamente y ahora todo explotó como una olla a presión. Es un proceso de cambio, hay que entenderlo así".
-¿Pero ha dicho que le da algo de pena?
-Lo que quiero decir es que Santiago siempre me pareció una ciudad tan linda, ordenada y tranquila. Los edificios siempre han estado en buen estado y uno podía vivir sin problemas. Al contrario de Brasil, dónde rápidamente entras en pánico por tu seguridad. Y, bueno, lo que me pasa con Santiago es que veo como ahora se está destruyendo todo. Me toca de cerca porque yo vivo en la zona cero, en la calle Ismael Valdés Vergara. No veo los hechos en la televisión, sino que en vivo y en directo, teniendo que cerrar las ventanas por el gas lacrimógeno. Pero, por otro lado, entiendo que el país debe hacer lo necesario para que las cosas mejoren.
La casa de la mujer
Territorio y reino de la bailarina, el ballet es una de aquellas disciplinas donde el hombre siempre ha tenido que pedir permiso para entrar. Sólo quizás desde la aparición de un prodigio como Rudolf Nureyev en los años 60, la figura masculina comenzó a llamar la atención a nivel masivo.
Marcia Haydée es abierta partidaria de una suerte de "paridad de género" en el universo de la danza clásica y, es más, dice que lo practica con sus propias coreografías. "El ballet es la casa de la mujer. Las mujeres suelen ser las protagonistas y, por lo tanto, hay que hacer un esfuerzo para darle roles importantes a los hombres. Yo, por ejemplo, he potenciado los personajes masculinos en El lago de los cisnes o La bella durmiente. Es más, personalmente, me gusta mucho trabajar con los hombres", sostiene.
También cree en la paridad de verdad, la de la vida diaria, pero siempre en un tono de armonía: "Está bien que las mujeres peleen como pasa actualmente en Chile, pero siempre debe ser una lucha equilibrada, donde hombres y mujeres sean iguales. No unos sobre otros".
¿Y que hay con respecto a los abusos sexuales? ¿El ballet es inmune a las denuncias que han virtualmente tirado por la borda la carrera artística del tenor Plácido Domingo? La directora de la compañía del Teatro Municipal cree de cierta manera que el mundo de la danza sintoniza en otra frecuencia.
"Creo que el acoso sexual casi no se da en el ballet .Quizás es porque los bailarines, hombres y mujeres, estamos acostumbrados a trabajar con nuestros cuerpos, a tener fricción, es nuestro instrumento. No nos mantenemos a cierta distancia como puede pasar en la ópera: si observas un pas de deux, te darás cuenta cómo el hombre pasa la mano por acá y por allá. Es nuestro trabajo y no hay tiempo de pensar en otra cosa más que en extender los brazos", reflexiona.
Aquel instinto por la autoexigencia física es parte del ADN de los bailarines y su ritmo de trabajo se ha visto retratado en películas (El cisne negro, sin ir más lejos), pero también en la crónica policial: en diciembre la directora de la Academia de Ballet de la Opera de Viena fue despedida tras una serie de denuncias de maltratos físicos a estudiantes.
Para Marcia Haydée, que se paró por primera vez en un escenario a los tres años, este tipo de denuncias son al menos parte del progreso cultural del ballet. En sus tiempos, la norma era otra: "Cuando yo era pequeña lo normal era que cualquier profesor anduviera con una vara o un bastón y te golpeara si es que no podías levantar bien una pierna. A nadie se le hubiera ocurrido hablar de agresión o maltrato laboral".
Pero en sus tiempos también había bailarines que eran estrellas del arte coreográfico. Ahora, en cambio, se privilegia lo colectivo. Haydée no puede ocultar que prefiere mirar atrás. "Agradezco cada día de mi vida haber nacido en la época en que nací. Fue el período de aquellos monstruos sagrados como Natalia Makarova o Margot Fonteyn, personajes que ya no existen y para los que los grandes coreógrafos creaban obras. En ese tiempo lo que importaba más eran los bailarines y no el grupo. De hecho, hay una foto donde aparece John Cranko arrodillado ante mí al final de una función de El lago de los cisnes", recuerda.
-Y, hablando de vacas sagradas, ¿Cómo era Nureyev?
-Tenía un carácter turbulento y difícil, muy intenso, pero nunca se portó mal conmigo. Tal vez fue porque yo trabajaba más que él. Esa era su vara: si es que llegabas desganado o no rendías al cien por ciento, se podía enfurecer. No era mi caso. Con él bailé Giselle, El lago de los cisnes, La canción de la tierra y, especialmente, Raymonda, que él hizo para mí en Zurich, en 1972. Trabajamos muy duro durante tres meses. Me decía que en vez de poner el dinero en el banco lo gastara en antigüedades. Obviamente era un lujo que quizás sólo él se podía dar.
Mujer a largo plazo
No hay períodos cortos en la vida de Marcia Haydée. Lleva 16 años en el Teatro Municipal (aunque da a entender que quizás pueda dejarlo luego), pasó 34 en Stuttgart y hace 25 años que está casada con el alemán Günther Schöberl. "Cuando me casé con él, que es 20 años menor que yo, nadie daba un peso por el matrimonio. Decían que duraría sólo algunos meses", dice sobre su pareja, que es profesor de yoga.
Tras su figura menuda y delgada se oculta probablemente una personalidad fuerte y resiliente. En ese sentido, su ballet Carmen, que se inspira en la ópera de Bizet, es coherente con su voluntad de superación. "Carmen no tiene nada que ver con otras mujeres del ballet que son víctimas del amor como Giselle, Odette (en El lago de los cisnes) o Aurora (en La bella durmiente). Carmen no es ni buena ni mala. Es humana, reúne ambas características y reacciona de acuerdo cómo se le presentan las circunstancias de la vida", dice.
Si es por encarar y reaccionar en la vida, Haydée cuenta: "Antes de casarme con Günther, estuve en pareja durante 16 años con el bailarín norteamericano Richard Cragun (la estrella masculina del Ballet de Stuttgart). Me insistía con que nos casáramos, pero yo sentía que aún no estábamos preparados. En fin, un día me dijo que le gustaba otro hombre, que era homosexual. Pero a pesar de esto, él no quería terminar la relación y fui yo la que tuvo que pedírselo. Habíamos hecho juntos Romeo y Julieta, Eugenio Onegin y La fierecilla domada, entre otros ballets. Toda una vida juntos. Fue demasiado duro en ese momento, pero de alguna manera nos las arreglamos para seguir trabajando durante 20 años más. Se transformó en mi mejor amigo. Si no me equivoco, somos la pareja de ballet que ha durado más tiempo en la historia, algo así como un récord Guinness".
A estas alturas, que Richard Cragun se haya ido con su masajista es una historia que la bailarina y directora del Ballet de Santiago puede contar con tranquilidad y cierta sonrisa en la cara. No necesita ni un cigarro ni un café para abrir el libro vital. Sólo agua y el despacho de su querido Teatro Municipal.