Se repite la promesa de los últimos títulos de la banda de Seattle, sacudir una carrera discográfica esporádica y errante, pálida en este milenio respecto de la producción de los 90 cuando figuraban en el reparto de una generación artística talentosa y maldita.

El valor de sobrevivir a ese sino de tragedia por casi 30 años es parte del encanto de Pearl Jam, la voluntad de hacer el aguante aferrados a un cancionero enraizado en el rock clásico.

Publicado en enero, el single "Dance of clairvoyants" supuso novedades y expectativas. Hasta el ingreso inconfundible de Eddie Vedder, imposible identificar el sonido y las formas del grupo. El pulso cuadrado de la batería sugiere baile, el bajo encarrila autónomo y conciso en busca de groove, teclados retrofuturistas en primer plano, riffs cortos y resecos. Con reflejos tardíos Pearl Jam abraza el retro rock mediante lúcidos versos para ese ambiente musical indie que nunca antes estuvo en su radar. "Cuando el pasado es el presente".

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Guitarras aguerridas, el bajo sinuoso, la batería formidable de Matt Cameron. "Quien dijo que todo ha sido dicho", repite Eddie Vedder desafiando a detractores en "Who ever said", la primera de este disco.

"Superblood Wolfmoon", segundo single, mantiene la energía inicial con ambas guitarras repartidas en la mezcla creando un manto único. "No sé nada, lo cuestiono todo, esta vida que amo va demasiado rápido", canta Vedder con cierta urgencia. La singularidad del registro continúa intacta, la intensidad teatral, el timbre caprino, pero por primera vez se siente el paso de los años.

Hay gente que resiente las transformaciones propias de un instrumento sujeto a desgaste como la voz, la quimera del ídolo cantando exactamente igual para siempre.

En el caso de Vedder le agrega un matiz interesante, una pastosidad distinta.

Luego viene aquel primer single atípico seguido de Quick escape, la canción más Led Zeppelin que jamás haya compuesto Pearl Jam, con citas a Freddy Mercury, Queen y la antigua costumbre rockstar de escapar a Marrakech. Hacia el final el bajo de Jeff Ament se bate a duelo con Mike McCready.

Hasta aquí, material digno pero, con la excepción del primer sencillo, nada descollante. Luego, un rápido declive con escasos intentos por remontar. La intrascendencia de "Alright" seguida de "Seven o'clock" que logra recuperar la atención con un épico cambio de curso. Never destination oscila apenas entre un par de ideas mientras simula esa faceta punk siempre sobrante en PJ, la misma tecla que presiona la insípida "Take the long way".

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La desazón asoma en "Buckle up", una canción sin rumbo a la que sigue la desabrida "Comes then goes" en clave acústica. "Retrograde" toma vuelo mediante guitarras de palo, un giro soft rock y despedida de ribetes cósmicos con Cameron luciéndose en pases que no alcanzan para el saldo a favor. Cierre fúnebre con "River cross" y su órgano que no hilvana nada. "Otra lectura de la misma página", canta Eddie Vedder.

Cuanta razón.