El hoyo: la película que arrasa en tiempos de pandemia

Desde su estreno, hace dos semanas en Netflix, la película El hoyo se ha convertido en la cinta más vista en Chile y en toda América, incluido Estados Unidos. Un auténtico suceso para el streaming y de numerosos comentarios en redes sociales, luego de tener un discreto paso por las salas de cine españolas, a fines de 2019, donde tuvo buenas críticas, pero no fue un hit en boleterías. De hecho, la vieron solo 40 mil personas.

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Una de las particularidades del filme dirigido por Galder Gaztelu-Urrutia es haber sabido leer lo que estaba pasando en el mundo. Por una parte, con los estallidos sociales que sucedieron en numerosos países el año pasado, donde las manifestaciones pedían una sociedad más justa y equitativa; por otra, la pandemia que vive el planeta a causa del coronavirus, donde en muchas partes se ha visto una locura en supermercados y farmacias, con gente que agotó —acá y en otros países— mascarillas, alcohol gel y otros productos de limpieza o incluso de papel higiénico (cómo olvidar las imágenes en TV de gente con carros llenos de rollos de papel, como si se prepararan para una guerra, dejando sin stock para que otros también compraran).

El hoyo, en poco más de 90 minutos y combinando el thriller con el drama, cuenta la historia de Goreng (Iván Massagué), un hombre que por voluntad propia —no sabemos por qué— decide entrar a una prisión vertical con niveles que parecen infinitos (¿son 250 pisos?) y en cada uno de ellos hay dos prisioneros. Al medio de cada piso, que comparten dos personas, hay un hoyo por donde pasa una enorme bandeja con comida y exquisiteces.

¿El problema? Los reclusos de los primeros pisos comen todo lo que pueden —mucho más de lo que necesitan— y a medida que va bajando la bandeja, queda menos comida. Así, ya en el piso 50 las personas recluidas no tienen casi nada que comer. Ni hablar los que están bajo el piso 100: no les queda nada de comida. Bajo ese escenario, algunos mueren de hambre, otros optan por lanzarse al vacío y algunos optan por una alimentación más ortodoxa, por decirlo de alguna manera. Alarma de gore.

El largometraje tiene un montaje entretenido a ratos, sofocante la mayoría de las veces, lo que puede resultar algo agotador para quienes busquen más acción. Pero lo realmente interesante es cómo su guión se encarga de soltar de a poco las sorpresas que contiene y se explaya sobre cómo esa prisión vertical es, a fin de cuentas, una metáfora sobre la lucha de clases, la abismante diferencia entre los que tienen más y están arriba —acá, en los primeros pisos de la prisión; afuera, en segmentos socioeconómicos— y los que están más abajo, que les llega algo de chorreo y la mayoría de las veces nada. ¿Se puede caminar hacia una sociedad más equitativa? ¿Los que están más arriba en la escala social están dispuestos a ceder algunos privilegios para que alcance para todos? ¿Los que ascienden, están dispuestos a recordar cuando estaban en el fondo?

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Quizás el modo en que plantea esta metáfora resulta lineal y el guión refuerza explícitamente esa teoría de la repartición de las cosas en una sociedad —de hecho, hay discursos alusivos a ello—, porque la historia lo sugiere desde el inicio, pero el director parece tener dudas de sus espectadores y se encarga de recalcarlo, aunque tiene una justificación: se trata de su primer largometraje. Más allá de eso, la cinta resulta toda una sorpresa, incluso en su polémico final, del que hablaremos más abajo.

Estrenada en septiembre pasado en el Festival de Toronto, El hoyo tuvo críticas alentadoras, obtuvo el premio a mejor película en el Festival de Sitges y un Goya a mejores efectos especiales. Se estrenó el 8 de noviembre en salas de España y Netflix adquirió sus derechos, con buen ojo y apostando por lo que provocaba en el público.

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Con un reparto de actores relativamente conocidos en España, pero no en Chile —salvo Antonia San Juan, "Agrado" de Todo sobre mi madre—, su director proviene del mundo de la publicidad, lo que explica su estética, pese a tener un campo visual pequeño que se ha encargado de disimular. "Queremos que todas las preguntas y observaciones permanezcan con los espectadores, para generar debates y pensamientos, los mismos que tenemos nosotros", dijo el cineasta en la presentación de su ópera prima, el año pasado. "No queríamos un folleto, predicar o intentar adoctrinar al público. Extrapolamos nuestras propias preguntas de la película. Y no queríamos juzgar u ofrecer soluciones milagrosas, porque no hay ninguna. La humildad de la película, de su idea básica y producción, se conectó con el público", agregó el realizador.

"Una alegoría política accidentalmente oportuna. Sus observaciones sobre la diferencia de clases ciertamente no son sutiles. Pero logra su objetivo. La película es innegablemente efectiva", dijo sobre El hoyo el crítico de New York Times. "En ocasiones, todo lo que necesitas para hacer una película decente es un montón de comida, un escenario brillante y una sola metáfora", apuntó IndieWire. "La furia minimalista del film recuerda a las obras de teatro de Samuel Beckett", añadió Variety. "Es una película de terror con mensaje y consigue transmitirlo sin tropiezos. El desarrolló narrativo tiene una eficiencia brutal", aseguró The Guardian.

El entusiasmo ha sido tal que el productor de la cinta, Carlos Juárez, ha reconocido a la prensa española que está negociando con Netflix un remake estadounidense —allá se ha convertido también en un hit y entre lo más visto de las últimas semanas, pese a su idioma— o una secuela. Algo que abre el apetito para quienes la han visto y han discutido largamente en foros y páginas sobre su final.

Si aún no has visto El hoyo, no sigas leyendo esta nota. Si ya la viste y necesitas discutir sobre su desenlace, no eres el único: en Internet hay numerosas notas de sitios web y videos en YouTube que han hecho notas del tipo "¿Necesitas una explicación del final de El hoyo?", "¿Qué significa el final?".

Advertidos del spoiler, y para hablar tranquilamente: se trata de un final abierto con más de una explicación. Goreng llega muy herido al 333, el último nivel de la cárcel, junto a Baharat. En su descenso han tratado de repartir la comida equitativamente y de cuidar la panna cotta, "el mensaje" a enviar al exterior. Pero en el último piso encuentran a una menor de edad, tal como lo decía Miharu, que buscaba a su hija. La niña tiene hambre y deciden darle la panna cotta. Entienden que, en rigor, ella debe ser el mensaje. Y ella sube sola a la plataforma. Baharat está muerto, Goreng decide que es el fin de su vida. Y el público se queda sin saber si la niña llegó al exterior y hubo un mensaje.

Las teorías son varias: la niña es finalmente un símbolo de que las nuevas generaciones pueden cambiar el mundo y convertir esta sociedad en una equitativa. ¿Goreng murió? Que se haya quedado abajo hablando con el fantasma de Trimagasi, el compañero al que mató, podría ser una alucinación completa, o tal vez una manera de decir que él también está muerto.

Pero las teorías también se han esparcido por Internet: que Goreng en realidad está muerto durante toda la película y que su descenso en el hoyo es una representación del infierno estilo La divina comedia, de Dante Alighieri. Si uno busca más comentarios sobre el final, hay algo ineludible: a la mitad de la gente que lo ha visto le gustó y a la otra mitad le cargó un desenlace tan abierto. A la luz de una posible secuela, bien podría ser que el protagonista no haya estado muerto y haya logrado llegar al exterior. Dependerá de cómo sea la negociación de Netflix con los productores de la cinta fenómeno del momento.

https://www.youtube.com/watch?v=24Lf7fmKIXI