Cada nueve meses, cerca del verano, la brújula del cineasta chileno Miguel Littin enfila 139 kilómetros hacia el suroeste de Santiago y se posa en la localidad de Palmilla. Fue alcalde de la pequeña ciudad entre 1992 y 1994 y de nuevo entre 1996 y 2000. La conoce al dedillo, porque en realidad nunca se fue totalmente de ahí: nació en aquella comunidad de la provincia de Colchagua en 1942 y de alguna manera ese clima anímico rural siempre ha anidado en alguna parte de su cine.

Es un buen lugar para quedar atrapado si es que una epidemia de zombies paraliza el mundo. También lo es si una pandemia de coronavirus llega desde China, como sucedió en el verano chileno. A Littin lo pilló ahí, en una casona que alguna vez se cayó con el terremoto del 2010 y que ahora le permite divisar los cambios de luz del naciente otoño. "Es una casa grande, con muchos árboles", dice al teléfono. "A veces me entretengo viendo pasar la luz por el follaje de esta época del año, tan característica y bonita", agrega,

La última película del autor de El chacal de Nahueltoro fue Allende en su laberinto, en el 2014, y desde entonces ha trabajado en dos guiones de los que no quiere revelar nada, pero también en creaciones narrativas que lo tienen en modo de espera. La más cercana es su nueva novela. La más lejana, su autobiografía.

"Escribo mis memorias, que espero puedan ser publicadas el próximo año", cuenta. "Además tenía lista mi nueva novela (publicó El bandido de los ojos transparentes en 1999 y El viajero de las cuatro estaciones en 1990). Iba a salir publicada en abril, pero por razones obvias ya no podrá estar a la venta. La tengo aquí en mis manos, recién salida de imprenta. Es como un hijo que no puedo mostrar.

-¿Tanto así?

-Es que la he debido posponer dos veces. Primero fue en enero, pero estábamos en pleno estallido social y la aplazamos. Y ahora, justo antes de esta epidemia, había retomado el hilo para lanzarla el 26 de abril. Pero ya no se podrá. Finalmente, quizás la opción sea publicarla en forma online.

-¿Cómo se titula y de qué trata?

-Se llama Los murmullos de la ausencia y sale por la editorial Universidad de Talca. Es la historia de un hombre que se ha autoexiliado del mundo y vive encerrado en su casa en Palmilla. Un día llega un visitante y lo obliga a mirar por la ventana, a salir de ahí, casi a la fuerza. En el fondo, son dos historias: la de un tipo recluido en su vida interior y entre cuatro paredes y la de alguien que ha dado la vuelta total al mundo hasta encontrar su identidad más profunda.

-¿Lo del tipo encerrado suena premonitorio, no?

-Eso me estaban diciendo unos amigos el otro día. Que en mi novela me había adelantado a todo lo que está pasando ahora.

-¿Por qué tiene aquel título, lo de los "ausentes"?

-Porque hablo de eso. El hombre que está en la casa es solitario: no tiene a nadie, lo único que escucha son murmullos y voces de los que ya se fueron, de los ausentes. Es una novela muy experimental. Puede ser un puzzle, se puede leer de muchas formas, buscando las claves. O si quieren, no se lee nomás. Estuve 10 años escribiéndola, incluyendo el período del terremoto del 2010, cuando se cayó parte de la casa en Palmilla.

Con hombres notables

La carrera del realizador comenzó bastante arriba, con un largometraje que aún es considerado uno de los mejores filmes chilenos de todos los tiempos: El Chacal de Nahueltoro, de 1969. Aquella película sobre el caso real del campesino y asesino múltiple Jorge del Carmen Valenzuela Torres le dio una temprana fama que lo llevó al Festival de Berlín en 1970. Es probable que sus encuentros con personalidades del cine y la cultura mundial se remonten ya a esa época. De eso habrá bastante en sus memorias.

-¿Cuando espera lanzarlas?

-Ojalá a fin de año o a principios del próximo. Hay tantas cosas que contar. Solamente los años profesionales ocupan muchas páginas, desde mi experiencia como director de programas en el Canal 9 en los 60 hasta cuando conocí a muchos cineastas e intelectuales que he admirado en mi vida.

-¿Qué anécdotas cuenta?

-De todo. Desde lo más mínimo a lo más importante. Cosas como la puntualidad, por ejemplo. Tuve que trabajar con Alejo Carpentier (de quien llevó al cine su novela El recurso de método en 1978). Si él me citaba a las siete de la mañana en su departamento en París, tenía que ser exactamente a las siete de la mañana. Era como si estuviera esperando detrás de la puerta: yo tocaba el timbre y aparecía. Lo mismo pasaba con Gabriel García Márquez, caribeño, pero de puntualidad inglesa.

-¿A quién más conoció?

-A Andrei Tarkovsky. Lo visité en Moscú en 1971, mientras filmaba Solaris, su película de ciencia ficción. Yo ya había visto La infancia de Iván y Andrei Rublev y hay algo en su religiosidad ortodoxa que me traspasó la piel. Me llamó la atención que todo el set era como de madera, incluida la nave espacial, pero a la hora de verla en la pantalla grande parecía de metal. Para mí parecía un barco, pero no sé cómo lo hizo Tarkovsky para que luciera de otra forma en el cine. También conocí a Roman Polanski, aunque lo único que me preguntó es si en Chile había buenos lugares para esquiar. Pensaba que yo esquiaba, quizás creía que todos los chilenos nacen con un esquí bajo el brazo. Quería venir a la cordillera. Parece que vino igual, en la época de Pinochet. Pero no sé si me refiera a ese episodio. No es muy importante, después de todo.

-¿Nunca más habló con Nelson Villagra, el actor de gran parte de sus películas, desde El Chacal de Nahueltoro a Tierra del Fuego?

-No, nunca más. Nos peleamos. Tenía un amigo que se llamaba así

-¿Cómo se llamaba?

-Así como dice usted. (Ríe).

-¿Estará en sus memorias?

-Sí. Fue un actor extraordinario en mis películas. Estoy agradecido de la vida. Yo no voy a hablar mal de nadie. Son memorias en buena onda. Lo que sí es complicado es establecer una relación coherente entre lo que uno quiere escribir o desea filmar y lo que finalmente quedará.

-¿A qué se refiere?

-A que uno a veces se da cuenta en el último momento de que algo no está bien: saca páginas de un guión o recorta la película. Es lo que pasó con El Chacal de Nahueltoro, a la que le quité el último rollo en plena proyección de estreno en el Festival de Cine de Viña del Mar de 1969. Originalmente el filme seguía unos siete u ocho minutos después de que fusilaban a Jorge del Carmen Valenzuela, con su funeral. Pero a última hora pensé que era mejor que acabara así nomás, con su muerte.