Fue durante un día de agosto de 1953, cuando en un control con el doctor Juan Farril, la pintora mexicana Frida Kahlo recibió una noticia que la dejó devastada.
Frida había acudido a cita con el médico, quien llevaba años tratándola, por el dolor que sentía en su pierna derecha, el cual no cesaba pese a la abundante cantidad de medicamentos que ingería. La maldita pierna derecha, la cual tenía una leve cojera con la que solía bromear llamándose a sí misma “Frida la coja”.
Hasta esos entonces, la artista contaba con 47 años, pero su salud estaba bastante debilitada. En realidad, nunca había sido buena, pero ya su cuerpo estaba comenzando a resentir los efectos de dos eventos traumáticos ocurridos durante su juventud y que la mermaron hasta el fin de sus días.
Mientras la examinaba, Farill notó que el pie de la artista solo tenía tres dedos, los tocó y se quedó pensando qué hacer. Con su personalidad arrasadora, Kahlo le preguntó al galeno:
-¿Qué es lo que me va a cortar, doctor?, ¿otro dedo?
Pero el médico indicó que —debido a la gangrena— no era un dedo lo que debía amputarse, sino la pierna derecha.
Kahlo se quedó de una pieza.
La poliomelitis y el accidente
El relato de los días de la artista llegó recientemente a Chile en el libro Frida: una biografía de Frida Kahlo, bajo editorial Taurus, y fue realizado por una historiadora del arte, la estadounidense Hayden Herrera.
Herrera cuenta que los problemas físicos de Frida Kahlo habían comenzado a temprana edad. Ya en 1913, con seis años, contrajo una poliomelitis que la obligó a permanecer cerca de nueve meses en cama y le dejó una secuela de por vida: la pierna derecha quedó mucho más delgada que la izquierda.
Para recuperarse de la poliomelitis, Frida comenzó a practicar mucho deporte. Pero no contaba que más adelante sufriría un accidente que le impediría seguir moviendo su cuerpo con tanta libertad.
Fue el 17 de septiembre de 1925 cuando, en Ciudad de México, en la esquina de las calles Cuahutemotzín y 5 de febrero, un tranvía se incrustó en un autobús de madera donde viajaba Frida Kahlo —de 18 años— junto a su novio de entonces, Alejandro Gómez.
“Su columna vertebral se rompió en tres puntos de la región lumbar. También se fracturó la clavícula y la tercera y cuarta costillas. Su pierna derecha sufrió once fracturas y el pie derecho quedó dislocado y aplastado. El hombro izquierdo estaba fuera de lugar y la pelvis, rota en tres sitios”, según señala Hayden Herrera. Fue la dislocación del pie derecho la causante de la mencionada cojera que acompañaría a la artista hasta la mencionada amputación.
Pero esas lesiones no fueron las únicas. “El pasamanos de acero, literalmente, la atravesó a la altura del abdomen; entró por el lado izquierdo y salió por la vagina. ‘Perdí la virginidad’, dijo”, según señala Herrera en su obra. Frida fue derivada a un hospital de la Cruz Roja local donde estuvo cerca de un mes. Luego volvió a donde sus padres, en Coyoacán, en las afueras del DF, donde debió permanecer la mayor parte del tiempo en cama.
Desde entonces, la vida de Frida Kahlo se convirtió en un interminable desfile por hospitales, salas de operaciones y tratamientos, de hecho —todo un record— pasó por más de 30 intervenciones en toda su vida. Inexplicablemente, la fractura de la columna no fue detectada sino hasta un año después y se vio obligada a usar incómodos corsés de yeso y un aparato especial para su pie derecho. Sin embargo, fue así, postrada en su cama cuando empezó su camino en la pintura gracias a un caballete especial mandado a hacer por su madre y unos óleos que le sustrajo a su padre.
Homenaje en cama
Las invitaciones habían sido repartidas y todo el mundo había llegado a la Galería de Arte Contemporáneo de Ciudad de México. Los acomodadores mataban nerviosamente el tiempo enderezando los cuadros, arreglando las flores y preparando el bar donde seguro la gente se dejaría caer. Pasaban los minutos, la hora de la apertura se acercaba, y una multitud se había congregado en las afueras de la galería. Era todo un acontecimiento y nadie se lo quería perder.
La organizadora, Lola Álvarez Bravo, estaba nerviosa. No quería dejar pasar a la gente hasta que llegara la protagonista, pero fue imposible mantener cerradas las puertas. Temió que la gente las derrumbara. Así que dio la instrucción para que se abriera la galería mientras veía inquieta cómo avanzaba el reloj y la duda la picaneaba, ¿irá a aparecer la homenajeada?
Ocurre que, en 1953, no todo eran malas noticias para Frida Kahlo. Era ya una artista ampliamente reconocida por mérito propio, no solo por ser la esposa del muralista Diego Rivera (con quien se casó, se separó, y se volvió a casar). Había expuesto sus obras en diversas galerías de Nueva York, París, México y la calidad de su arte —de la cual al principio ella dudaba— había sido reconocida por otros pintores, como Pablo Picasso o Marcel Duchamp. Incluso, el francés André Breton —considerado el padre teórico del surrealismo— la mencionaba como parte del grupo pese a que ella no se sentía completamente parte de esa escena.
Tanto fue su impacto, que hasta el Museo del Louvre adquirió y expuso una de sus pinturas (El marco). Curiosamente, Frida tuvo ese honor antes que su afamado marido, pero lejos de sentir celos, el muralista mostraba orgullo por los logros de su esposa. Actualmente, el cuadro se encuentra en el Museo Nacional de Arte Moderno del país galo.
Sin embargo, le faltaba algo. Una exposición solo con obras suyas. Y en abril de 1953 —cuatro meses antes de recibir la noticia de la amputación de su pierna— ese deseo se cumplió en su tierra natal gracias a una amiga suya, la fotógrafa Lola Álvarez Bravo.
Álvarez gestionó una muestra de las pinturas de Frida en la mencionada galería de Ciudad de México. En su biografía, Hayden Herrera señala que la fotógrafa lo hizo en parte movida por una intuición. “Según comentó Álvarez Bravo, ‘me di cuenta de que la muerte de Frida era inminente. Yo creo que hay que rendirle honor a la gente mientras todavía está viva para que lo disfrute’”.
Frida Kahlo nunca se había repuesto bien de la fractura de columna, en rigor de la espina dorsal, producto de accidente sufrido a los 18 años. Su cuerpo no parecía responder a los tratamientos. Hubo un tiempo, en 1939, que el doctor Farill la había confinado a permanecer en cama durante un tiempo metida en un voluminoso aparato —que pesaba más de 20 kilos— que pretendía extenderle la columna. Otros especialistas, opinaban que Frida padecía turberculosis de los huesos y era necesaria una cirugía mayor, lo cual fue descartado por profesionales estadounidenses que Frida visitó en San Francisco.
Como sea, los constantes dolores la mantenían confinada en los corsés de yeso, sillas de ruedas o en muletas, o cuando no podía con ninguna de las anteriores, en cama. “Por regla general, permanecía en casa, prisionera de la monotonía y, a pesar de sus valerosas palabras, del dolor”, cuenta Hayden Herrera.
La idea de la exposición fue recibida con entusiasmo por Frida y por Diego Rivera, incluso por los médicos. Poco tiempo antes le habían realizado el trasplante de un hueso, el cual no estaba saludable, por lo que tuvieron que retirárselo. Su frágil salud pareció mejorar y la autora de “Lo que el agua me dio”, comenzó a involucrarse en la preparación del evento.
Sin embargo, días previos a la inauguración de la exposición, los dolores reaparecieron y sus médicos le prohibieron terminantemente acudir. Incluso, el día anterior, Lola Álvarez se enteró de que Frida había empeorado, pero que, creativa, había encontrado una forma de poder acudir al evento, el cual por nada del mundo quería perderse.
Así, horas antes de la apertura de la exposición, la cama de Frida Kahlo llegó a la galería. Esta fue ubicada el centro de la sala y los cuadros reubicados, de tal forma que se viera la cama como si fuese parte de la muestra. Álvarez comenzó a albergar cierta esperanza.
De este modo, cuando los asistentes a la exposición comenzaron a ingresar, no solo se encontraron con los característicos autorretratos de la artista ni con el resto de su obra, también vieron su cama. Aunque vacía.
Sin embargo, minutos después de que la gente entrara a la exposición, una ambulancia aparcó en las afueras de la galería. En una camilla llegó Frida Kahlo, quien no se guardó nada: estaba engalanada con su vestimenta tradicional mexicana, ataviada con joyas, y por supuesto con una buena dosis de fármacos.
Por supuesto, ante la presencia de la homenajeada, la gente quiso acercarse a saludarla. Álvarez debió pedirle a la muchedumbre que se ordenara, que circulara, que saludara brevemente a Frida y luego pasaran a ver la exposición. Así, de a una persona a la vez, los asistentes pudieron compartir con la pintora. Hayden Herrera cuenta que Kahlo “bebió y cantó corridos con sus invitados”.
“Aunque Frida tuvo que actuar para ocultar su dolor, presentó el tipo de espectáculo que le encantaba: lleno de colorido, sorprendente, intensamente humano y algo morboso, muy parecido a la manera dramática con la que se presentaba en el arte”, añade Herrera.
La exposición fue un éxito y la galería se vio obligada a extenderla un mes más de lo previsto. Pero la salud de la artista parecía no seguir ese mismo camino.
”Te voy a dejar muy pronto”
En su casa de Coyoacán, pese a que aún faltaban 17 días para la fecha, el 12 de julio de 1954 Frida Kahlo le entregó a Diego Rivera un pequeño regalo. Un anillo. El motivo era la celebración de sus 25 años de casados. El muralista, sorprendido, solo atinó a preguntar por qué se lo entregaba tan anticipadamente.
“Porque siento que te voy a dejar muy pronto”, contestó la pintora.
Desde que en agosto de 1953 le amputaran la pierna derecha, por debajo de la rodilla, la salud de Frida Kahlo fue de mal en peor. En un principio se negó a utilizar su pierna artificial, de madera, la cual le parecía repugnante y le causaba dolor. Sin embargo, no viendo otra opción, debió comenzar a usarla. Aprendió a recorrer distancias cortas y su ánimo pareció mejorar brevemente, sobre todo cuando se mandó a hacer unas botas rojas, las cuales fueron de todo su gusto.
Sin embargo, nunca pudo recuperarse totalmente. Su ánimo comenzó a decaer de manera irreversible. “La extirpación de su pierna ofendió terriblemente la sensibilidad estética de Frida. En el nivel más profundo de su ser, su sentido de integridad y de respeto a sí misma estaba relacionado con la vanidad, que quedó destrozada con esa intervención”, señala Hayden Herrera.
Frida tuvo un par de accidentes caseros producto de que ya tenía poco control de su cuerpo. Un día de mayo de 1954 cayó de su cama intentando agarrar un objeto y se enterró una aguja en una de sus nalgas, la cual tuvieron que sacársela con un imán en un hospital. No aguantaba la idea de no poder hacer cosas por su misma, y por esos días escribía oscuros poemas donde estaban presentes los temas del dolor y la muerte.
Su salud comenzó a debilitarse más producto de una osteomelitis y la mala circulación sanguínea. Necesitaba cada vez más fármacos, y cuando no los tenía, no tenía la mejor de las voluntades con el resto. “Cuando no estaba drogada ni durmiendo, a veces su nerviosismo alcanzaba un estado de histeria. Sus reacciones se volvieron imprevisibles. Se enojaba por pequeñeces, cosas que normalmente no la hubieran molestado”, señala Hayden Herrera.
Hacia julio de 1954, Frida Kahlo agarró un cuadro de bronconeumonía, del cual apenas se estaba comenzando a recuperar cuando decidió salir al exterior. El motivo era una marcha multitudinaria en Ciudad de México en rechazo al golpe que la CIA perpetró en Guatemala para derrocar al gobierno del izquierdista Jacobo Arbenz, al cual reemplazaron por el reaccionario general Carlos Castillo Armas. Pese al frío, Kahlo participó de la manifestación.
Sin embargo, tanto el participar de la marcha, como el levantarse una noche para ducharse, hicieron que no pudiese recuperarse de la pulmonía. Así, el martes 13 de julio de 1954, los padecimientos de Frida Kahlo terminaron. Falleció de madrugada producto de una “embolia pulmonar”, según constata Hayden Herrera,
En el velatorio, en el Palacio de Bellas Artes de México, al ataúd se le colocó la bandera del Partido Comunista, al cual Frida pertenecía. Un secretario del entonces Presidente, Adolfo Ruiz Cortines, hizo llegar un recado a Diego Rivera sugiriendo el retiro de la enseña. Pero Rivera no quiso saber nada y amenazó con sacar el cadáver a la calle si eso ocurría.
Entre la guardia de honor del féretro estuvieron —entre otros— el expresidente mexicano Lázaro Cárdenas y el pintor David Alfaro Siquieiros. El ataúd fue trasladado al cementerio del DF, el Panteón Civil de los Dolores, bajo la lluvia y con la compañía de una multitud —según la información de Hayden Herrera— de alrededor de 500 personas, quienes, a pedido de Rivera entonaron canciones tradicionales mexicanas de despedida como “Adiós, mi chaparrita”, “La barca de oro”, “Adiós, mariquita linda” y por supuesto, “La internacional”. Frida Kahlo fue cremada y sus cenizas puestas en una caja de cedro que fue entregada a Rivera.
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