“Hola qué tal, somos Los Bunkers”, dice el cantante Álvaro López cortando la tensión en el ambiente de Plaza Italia. Son las 19:35 cuando el baterista Mauricio Basualto marca el comienzo de “Ven aquí”, el arranque de un disco llamado Vida de perros (2005) que la tarde del viernes funciona como obertura del esperado regreso de Los Bunkers en Santiago de Chile.
La vuelta del grupo —seguida con atención desde distintos puntos del continente— era un secreto guardado bajo siete llaves durante la semana, oculto a la sombra de un concierto organizado por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. Apenas hoy La Tercera PM reveló que el show sería sobre un camión dotado de generadores de energía, con un escenario a gran altura y una amplificación puesta a prueba por la zona cero del estallido social chileno.
"No sé si hay otro lugar más idóneo para cantarla". Cinco minutos después Los Bunkers despacharon "Santiago de Chile", de Silvio Rodríguez, en su versión de Música libre (2010), el disco que los acercó al acervo del influyente músico cubano. Y aprovecharon la agitación para seguir con "Llueve sobre la ciudad" en la voz de Francisco Durán, esta vez sentado al piano.
Cada tema fue coreado por miles de personas mientras en redes sociales el intendente de la Región Metropolitana, Felipe Guevara, se refirió a la actividad, señalando que no estaba visada: "No porque no queramos, sino porque no han solicitado autorización".
19:48. Bajo la atenta custodia de media docena de drones, un mar de mensajes flameantes y un volantín con la bandera chilena, entre cánticos contra la policía y el presidente Piñera, Los Bunkers le dedicaron “Canción para mañana” a los que han perdido la vista durante los días de crisis. Esa canción —versionada hace poco por Manuel García y Pedro Aznar— representa un momento de comunión especial del grupo. No solo porque fue grabada en el estrecho espacio de una casa en calle Salvador a tres voces; el guitarrista Mauricio Durán contó que querían proyectar “esa sensación de comunidad que nos producían los himnos de la Nueva Canción Chilena”. Por lo mismo la figura principal está tocada con una guitarra eléctrica Rickenbacker de doce cuerdas y un tiple. “En nuestras cabezas (la idea) era fusionar rock y folk chileno. Queríamos sentar en la misma mesa a Bob Dylan y a Patricio Manns”, dijo el músico.
De vuelta arriba del camión, mientras los cinco músicos lucen pañuelos rojos al cuello, una tímida nube negra asoma desde una barricada en Vicuña Mackenna. Francisco Durán y Álvaro López son rociados con algún líquido para combatir los leves efectos de los gases lacrimógenos que se dejan sentir en Plaza Italia. Y el grupo responde con "Nada nuevo bajo el sol", del disco Barrio Estación (2008), aparecida cuando Los Bunkers eran la banda chilena mejor instalada en México.
19:58 y las pequeñas historias del conocimiento de la rabia, del ego masculino dañado, siempre lideradas por las guitarras de los hermanos Durán, dan paso a "El necio", otra del repertorio de Silvio. El tema, coreado por distintas generaciones de manifestantes en Plaza Italia, tomó otra dimensión —a la altura del verso "allá Dios que será divino"— cuando fue acompañado del estruendo de una bengala que sacó aplausos.
Con "No me hables de sufrir", de su época La culpa (2003), mientras la nube negra se espesa por la vereda sur de Avenida Providencia, Los Bunkers figuran intactos, indelebles y muestran sus credenciales en poco más de cuarenta minutos. Con el impredecible gentío de Plaza Italia en el bolsillo, la banda chilena más importante del siglo aprovecha de saludar a la primera línea, "que está haciendo el aguante para que podamos tener esta velada", como dijo Mauricio Durán, mientras un segundo camión los escolta con la bandera "Roadies en lucha!".
A las 20:06 sacan a relucir "Bailando solo", el single de su último disco de estudio La velocidad de la luz (2013), un trabajo sin solos de guitarra y más cargado a los sintetizadores, en lo que se convertiría en una especie de borrador de lo que sería Lanza Internacional, el otro proyecto de la facción Durán.
En un ambiente de evidente nostalgia, desde un regreso que pasará a la historia de los conciertos callejeros, las canciones con un lustro de polvo emocionaron. El cierre a cargo de "Miño", ese temprano éxito grabado por Carlos Cabezas y producido por Álvaro Henríquez, con ambas instituciones mirando a los penquistas a través del cristal del estudio, recordó los años en que se forjaron apostando todo en su mudanza a Santiago, desde los estrictos ensayos, mientras el bajista Gonzalo López terminaba cuarto medio y se alimentaban con pan con tomate, y se preguntaban desde el interior de un disco como Canción de lejos (2002): "¿qué hacemos con este atado de sentimientos?".
Hace media década, cuando dejaron de tocar, Los Bunkers ya no parecían ni de Concepción ni tampoco chilenos: eran una banda latinoamericana de rock. De hecho, cuando les preguntaban si las problemáticas habituales en sus letras cambiarían por los conflictos de la sociedad mexicana, ellos reían y respondían que la realidad en México es igual o muy similar a la de un país como Chile. “Los problemas son los mismos”, respondían por entonces, “la sociedad es tan desigual y la injusticia es la misma”.