¡Está vivo! Ataviado con una capa victoriana y el chambergo, Daniel Melingo se arrodilla frente a su criatura: un gólem amasado sobre el barro del tango, con palabras profanas inscritas en la frente (rebetiko, dub, rocanrol) y despierto por el aliento libertario del clarinete. ¿Quién lo hubiera sospechado? Después de un siglo de grabaciones, la proeza definitiva de la música porteña 2.0 quedó en manos de este sobreviviente. Así es. El fundador de Los Twist y Lions in Love, miembro honorable de Los Abuelos de la Nada y Las Ligas (la banda de Charly García circa 1986), acaba de unir las puntas del mismo lazo: la primera música de Buenos Aires y la última música de Buenos Aires. Oasis, su nuevo disco, es exactamente eso: un espejismo para caminar con los ojos vendados.
Grabado junto a una versión más eléctrica de su habitual ensamble camarístico (Muhammad Habbibi en guitarra y bouzouki; Juan Ravioli en bajo; Gómez Casa en batería y samples; Matias Rubino en bandoneón) y algunos invitados notables (Baltasar Comotto en guitarra; Patán Vidal en piano, Pato Cotella en contrabajo; Juan Pablo Gallardo en el arreglo y la dirección de “¡Está vivo!”), Oasis viene a cerrar el camino que se abrió con Linyera (2014) y continuó con Anda (2016). Una trilogía editada y producida bajo el paraguas del sello parisino Buda Musique donde el tango recupera su capacidad de hablar en tiempo presente. Tal como hacía en la primera mitad del siglo pasado, cuando era el centro de la fiesta y podía dialogar al mismo tiempo con la fuente rural (milongas, huellas, estilos), la música académica o el pop del momento (shimmies, rumbas, swing).
Oasis, en ese sentido, funciona a varios niveles. Puertas afuera, por ejemplo, ya no solo es una tesis sobre el tango sino sobre la identidad argentina del siglo nuevo. El proverbial “crisol de razas” sometido a los rayos gamma de la globalización y la gran pandemia del futuro: la ansiedad. “El futuro llegó y está instalado entre nosotros –dice Melingo-. Este trabajo es un reflejo de esa sensación. En Oasis no solo encontramos tango de orquesta típica o tango con orquesta rebétika, sino que trabajamos bastante otras disciplinas: el down tempo, el dub y los sublow en la sonoridad electrónica. De alguna manera, es un repaso de todos los tópicos que investigué en el pasado”.
Puertas adentro, Oasis es precisamente la suma integral de la obra de Melingo. Están todas esas partes que su Frankenstein fue ganando y perdiendo durante el camino: los ochenta parakulturales, la marca cosmopolita de los noventa, el tango bajo y carcelario. Sus amigos, su familia, sus músicos. “Estoy de acuerdo –dice Melingo-. También diría que esta manera de mirar en retrospectiva me aporta una ventana hacia adelante, unificando todas mis experiencias pasadas. Además de ser la punta del iceberg de la nueva obra: La Ópera del Linyera”.
Construida junto al periodista Rodolfo Palacios (célebre por sus crónicas policiales, especialmente aquellas que llegaron al cine con El ángel y El robo del siglo), La Ópera del Linyera atraviesa Oasis como un río subterráneo. La sinopsis, como corresponde, comienza con un sueño. El protagonista (interpretado por Melingo) sueña con una melodía, una isla y una persona de espaldas que toca un instrumento de cuerda. El Linyera, que es un desposeído, queda poseído por esas imágenes y se lanza a su busca. Montado sobre una narrativa épica y patibularia, en algún lugar entre las grandes sagas, la mitología del primer tango y el despojo errante de los beatniks, el viaje atraviesa mares, bibliotecas, humaredas de opio y redadas policiales.
Así, el Linyera conoce a un proxeneta llamado Cafishio Cocoliche (el cantante y compositor italiano Vinicio Capossela), a Henry El Adivino (el escritor y periodista Enrique Symns), a Teodoro El Malevo (el poeta y performer Fernando Noy) y al 7 Vidas (Andrés Calamaro). Es una visión peligrosa y entrañable: el Linyera asiste, como en el clímax de Otto e Mezzo, a la danza de todos sus fantasmas. “Me debía un homenaje cerrado a mis compañeros de ruta, y nada mejor que crear estos personajes con exaltado híper realismo –dice Melingo-. Como artistas totales e intérpretes creadores, la guindilla fue que pusieron gentilmente sus voces para la encarnación de esos entrañables seres. En la narración, ellos se relacionan todos entre sí. Ese fue el hilo que disparó la historia. Más allá del sueño del linyera que tiene mucho de parecido con lo que me tocó vivir en la propia experiencia, cuando una mañana surgió esa melodía modal”.
Serpenteando en el desierto, esa figura (a veces esbozada en el aire por la voz, a veces por el bouzouki, a veces por el clarinete) habilita muchas rutas de comercio. Entre Oriente y Occidente. Entre el pasado y futuro. Entre el irrefutable sueño y la temblorosa realidad. Así, Melingo es capaz de tomar “Caminito” (aniquilosada por años de maltrato for-export) y llevarla hacia los bajos fondos del Mar Egeo, al compás del bozouki y el sabor anisado del ouzo. Como los discos de hip hop –como las suites-, cada canción llega a la siguiente a través de un intervalo: el regreso de un leit-motiv, el parlamento de un personaje. “Ni bien suena el primer compás, ya sabés de qué se trata –aclara Melingo-. Prácticamente no hay intros y eso es el signo de nuestros tiempos. Muchas de las canciones comienzan con el estribillo”.
Oasis formula una paradoja doble. Por un lado, en tiempos de sencillos y playlists no solo se propone como long play sino como ópera: reclama una escucha integral. Por otra parte, es un disco peregrino que atraviesa mares y desiertos en La Era de la Cuarentena. “Creo que, si valen los mensajes y las paradojas, ese el gran mensaje de esta obra: la mirada hacia adentro –dice Melingo, acuartelado en su casa-. El protagonista trasciende y atraviesa la muerte en función de su sueño inicial. Nada más va a tener sentido que la idea original y ese disparador que es su sueño. Esa materia es la que queda viva después de esta guerra silenciosa que estamos viviendo, donde nadie sabe quién es el enemigo”.