En su último libro, Poeta chileno, Alejandro Zambra da su paso más jugado como novelista. Y sin duda el más certero por la envergadura y alcance del proyecto que aborda: escribir sobre ser poeta en Chile. Algo que no se había hecho con tanta honestidad. Y si en Bonsái y Formas de volver a casa usó un estilo contenido hasta la manía de un minimalismo que a ratos bordeaba el silencio, en esta novela se atreve a soltar la mano para escribir ligero, como se le habla a un cercano; sin restricciones y con una naturalidad que no considera topes ni sufre del pudor que hasta ahora lo alejaba de la lógica de las novelas extensas cuando no reivindican su grosor. El resultado es una obra que consigue una admirable fluidez (atrapa de corrido) para un tema irreductible. Esa es la defensa y la coraza para sus más de 400 páginas. El sexo como frustración por mal proyectado, la verdadera paternidad que no viene del padre (las familias no convencionales), la clase media, los noventa y los 2000 son los subtemas, no menos importantes.

La historia, escrita en chileno y en tercera persona, se centra en la necesaria metamorfosis que deben sufrir dos jóvenes para convertirse en poetas en dos generaciones distintas: Gonzalo, con todas las inseguridades y falta de sentido propias de los noventa, y Vicente, empoderado con el relato de los héroes pingüinos de los 2000.

La primera parte la protagoniza Gonzalo quien, tras un quiebre amoroso con Carla, se transforma en poeta, un mal poeta (un poetastro) para luego reencontrarla años más tarde y hacerse cargo de Vicente, el hijo de ella, como si fuera propio: es un poeta a medias, un padre a medias, un poeta no reconocido, un padre sin legitimidad. La segunda parte es la historia de Vicente, quien también es poeta, pero es un buen poeta, y cuenta su atracción por Pru, una periodista gringa que es el filtro con que se analizará a los poetas chilenos desde afuera.

Con estos elementos, Zambra crea una especie de manifiesto épico de cómo nacen los poetas: ser poeta requiere de una iniciación. Es como convertirse en un héroe. Más bien en un antihéroe porque los poetas deben ser subversivos. Parece, nos dice, que un poeta siempre tiene que nacer de un quiebre: Gonzalo, tras la perdida del amor y producto de la rabia, y Vicente, con la muerte simbólica del padre (el biológico: un abogado detestable coleccionista de autitos de juguete que no le deja tocar al hijo) y del padrastro que lo abandona, (sin querer abandonarlo). Zambra utiliza el rol de padre como autoridad a la que se enfrenta el poeta. Su antítesis para recalcar su orfandad. Un poeta solo puede permitirse tener un padrastro, alguien no impuesto sino elegido, poniendo al padre en el lugar que le corresponde cuando no hay méritos: el de la nada.

Para ser poeta, lo primero después del quiebre es la construcción de la biblioteca personal. Esta selección es la madera de que está hecho un poeta. Luego viene el primer conjunto de poemas. Y casi siempre tiene que ocurrir la cuestión de si usar o no seudónimo, y cuál usar. El seudónimo es como un escudo, como una de las armas con que Atenea viste a los héroes para la guerra.

Aquí la guerra es contra lo establecido. Cuando nace un poeta, todo corre en contra. Hay que abrirse paso sin ayuda. Es pura aventura. El valor que tiene que triunfar es el de lo inútil, del despropósito. No es un futuro que se quiera para un hijo. Menos si éste es brillante, pues se le ve como una enfermedad que se contrae de por vida. En los años que Gonzalo elige estudiar letras, su decisión complica a su familia. Con Vicente, que es de una generación distinta, estudiar letras ya es digno. Por eso elige no estudiar, que es lo reprensible. A esto se suma que es millennial y no hará lo que no quiere ni menos lo que no cree. El egoísmo y el hedonismo al límite, compensado con la lucha por educación gratuita. Mientras no lo sea, no va a estudiar y este es el sino de muchos de su generación cuando se forma parte de la clase media.

En la segunda parte del libro aparece también el personaje de una gringa que es bien conveniente respecto del manifiesto. A Chile se le ha visto como una rareza por la proliferación de poetas. En este sentido el papel de Pru cumple con lo que tanto nos gusta pensar vanidosamente: cómo nos ven. Por eso, con ella todos coquetean. Pru es una periodista que viene para escribir del desierto de Atacama pero termina en una región equivocada llena de quiltros que por asociación libre, tras unas vueltas a la idea, termina en un reportaje de los poetas chilenos porque son como perros callejeros. Es con ella que la realidad se mezcla con la ficción. Los personajes conversan con los verdaderos poetas y la novela, hasta aquí melancólica, toma un rumbo humorístico. Escribe Pru citando a un entrevistado: “Ser un poeta chileno es como ser un chef peruano o un futbolista brasileño o una modelo venezolana”.

Zambra quiere contar una nueva historia de la poesía. Recortar el cliché de los poetas mezquinos que se llevan mal en serio (Neruda, De Rokha y Huiobro). Aquí se llevan mal pero en un sentido infantil y sobreactuado que ellos no se creen y que dan vuelta cuando quieren. En el cuadro de Zambra, los poetas son más amigos que enemigos, su rivalidad es más bien un juego de mañas, como de palabras. No hay odiosidad sino algo parecido a la ternura. En un momento Nicanor Parra manda a comprar tomates bien pintones a un amigo poeta que lo visita en Las Cruces, algo bien denigrante pues el poeta se queda hablando con Pru y lo infantiliza. Lo gracioso es que el visitante va. Después Parra le explica que fue en castigo por haber escrito mal de él.

Hay una escena de una fiesta de poetas comiquísima en la que sin duda muchos se verán reflejados. Comparten personajes reales con los de ficción, todos buscando ser el centro de atención con recursos bien patéticos e ingenuos. Pasan de la irritación sin motivo, a los empujones, entre sobrios y borrachos, para terminar más amigos que antes.

De las entrevistas que hace Pru va estableciendo generalizaciones de los poetas chilenos. La simplificación es un recurso muy utilizado por Zambra, pero es ironía, una crítica a la base del sistema educacional con el que fuimos formados. Así va escribiendo sus apuntes: “buena parte de los entrevistados tenían severos problemas de halitosis”, “La mayoría son profesores o dan talleres”, “la mayoría de los entrevistados, piensan que la poesía salvará al mundo y se creen unos héroes revolucionarios”, “Todos me regalaron sus poemarios”. Cuando le pregunta a una poeta rapera cómo sabe si lo que escribe se va a convertir en un poema o en una canción, ésta responde con total seguridad: “cuando rima es hip-hop y cuando no rima es poesía”.

Además de esta representación bondadosa y cómplice de los poetas, la novela va salpicando a lo largo de todas sus páginas pistas sobre lo que es ser de clase media con todos sus matices. Una cosa es la clase media alta profesional, rozando a los cuicos, y otra muy distinta es la clase media baja emergente o empobrecida, sometida al vaivén de la economía y condenada al mismo lugar. Hay personajes de uno y otro mundo; y se ven como extremos y con desconfianza: “Había entre Carla y Gonzalo diferencias evidentes a las que ninguno de los dos era ciego: colegio particular de monjas en Nuñoa versus colegio fiscal de hombres en Santiago centro, casa grande con tres baños, versus casa chica con uno, hija de abogado y de una laboratorista dental versus hijo de un taxista y una profesora de inglés, clase media tradicional de La Reina versus clase media de Maipú”.

Otro tema central de Poeta chileno es el sexo visto como el trauma inicial de una generación desinformada, pero también la primera en tener la posibilidad de sanarse antes de que sea tarde con la psiquiatría o la psicología.

En toda la obra, Zambra va incluyendo buenos y malos poemas, que iluminan y hacen vibrar a los personajes y al lector. Hay uno inolvidable que se titula “Garfield”: “Cada vez que un avión cae/ en cualquier parte del mundo/ los diarios chilenos informan/ si hay chilenos entre las víctimas./ Pero mi hijo de cuatro años/ no pregunta si murieron chilenos/ pregunta si murieron niños/ porque los niños pertenecen/ al país de los niños/ igual que los muertos pertenecen/ al país de los muertos”.

Con un estilo suelto, un ritmo trepidante y una voz auténtica, Poeta chileno tiene también una importante dosis de racionalidad estructural. Esta combinación poco habitual de azar con mecánica y los temas convocantes que Zambra reivindica con otra perspectiva, nos dan la buena noticia: ha vuelto el fenómeno de la literatura chilena con su obra más definitiva. Con este peso específico es muy probable que Poeta chileno llegue a formar parte del canon de nuestra literatura. Hoy los aplausos son para Zambra.

Poeta chileno