Cuando los Beatles comenzaron su carrera a inicios de la década de los sesenta no solo fundaron un fenómeno de cultura de masas musical que cobraría hasta un nombre propio, la Beatlemanía, sino que también señalaron un modelo a seguir para las bandas del pop y el rock que dominarían varios de los lustros que siguieron en la música popular instalando la idea de que todo conjunto que quisiera alcanzar el éxito y el estrellato no solo debía cantar, sino que también constituir un ensemble formado por guitarras (dos), bajo y batería. Esta formación estaría luego a la base tanto del rock progresivo (que agregaría sintetizadores), como del punk (aunque en ocasiones con una sola guitarra en vez de dos): el “sonido Beatles”.
Sin embargo, el “sonido Beatles” pronto, y en especial a partir de los álbumes Rubber Soul (1965) y Revolver (1966), empezaría a incorporar otros instrumentos y efectos que complejizarían la paleta musical que legaron a la historia de la música pop.
Y en ese tránsito la figura de George Martin (Londres, 3 de enero de 1926 - Londres, 8 de marzo de 2016) resultaría capital.
La égida de Martin
Fue idea de Martin agregar un cuarteto de cuerdas al arreglo de la canción beatlesca que da inicio a la balada romántica moderna, “Yesterday”, en 1965, aun cuando su compositor, Paul McCartney se opuso en un principio. También fue Martin quien osó incorporar un solo de trompeta piccolo a “Penny Lane”, y, por supuesto, fue Martin quien dio el sonido característico a “Eleanor Rigby”, donde destaca tanto el acompañamiento de cuerdas, como las claras alusiones a los alcances de la música de Psicosis de Alfred Hitchcock en la banda sonora de Bernard Herrmann. Para uno de los temas mejor producidos de los Fab Four, “Strawberry Field Forever”, George Martin con apoyo de Geoff Emerick desde el estudio y la mesa de sonido usarían variaciones de velocidades, fade-ins y fade-outs, así como otros recursos de edición que otorgan en especial a ese sencillo una sonoridad que no tiene comparación con casi nada que se haya acometido en el pop hasta entonces. En el caso de “I am the Walrus”, Martin se atrevió con bronces, violines y chelos e incluso con el apoyo del grupo vocal Mike Sammes Singers. Para “Lovely Rita”, el quinto Beatle interpretó -como en tantos otros temas- el piano, para “Being for de Benefit of Mr. Kite” se le ocurrió agregar un acompañamiento circense, y su papel resulta clave en la que casi siempre es elegida como la más representativa de todas las canciones de los de Liverpool, “A day in the life”. Finalmente, en el caso de “In my life”, el londinense jugaría con un solo de piano de clara inspiración barroca.
George Martin, entre otras cosas, barroquizó a los Beatles, al punto que la sonoridad barroca que alcanzaron, en especial en la fase media de su carrera se transformó en uno de los estilos preferidos del pop sofisticado de aquella era, influyendo a bandas esenciales que van desde The Moody Blues, Procol Harum, The Zombies o Los Hijos de Afrodita, hasta conjuntos clave de las últimas décadas como Belle and Sebastian, Chvrches, Panic! at the Disco o Florence and The Machine.
A partir de las innovaciones sonoras que George Martin se atrevió a acometer, muchas bandas empezaron a introducir elementos barrocos en sus canciones, dando origen al Pop Barroco —que en ocasiones se denomina también como Pop de Cámara o Chamber Pop y hasta Baroque & Roll—. El uso del clavecín suele ser uno de los más notorios, a partir de “Fixin a hole” de los mismos Beatles, con ejemplos como “Play with fire” de los Rolling Stones, “Village green” de los Kinks, “For yor love” de los Yardbirds, “I need you” de los Who, “Love me two times” de los Doors, “Scarborough Fair” de los Simon & Garfunkel, pero también otros recursos como los vientos de madera que son tan característicos en The Mamas & The Papas o en “Walk Away Renée” de The Left Banke.
Una travesía por Pepperland
George Martin un poco, sin embargo, estaba en la trastienda y a la sombra de los Beatles operando para otorgar aquel sonido identificatorio, pero para el cuarto film -de cinco- que contó con la presencia de la banda en el cine, Yellow Submarine, dirigida por el especialista en animación George Dunning en 1968 para United Artists y King Features Syndicate, Martin jugó un rol esencial. En las secciones orquestales de la cinta que narra las aventuras en Pepperland, Martin volvería sobre una de sus obsesiones ya señaladas, la música de cine à la Bernard Herrmann, y saldría un poco de su “barroquicidad”, para instalar una serie de melodías y orquestaciones que hacen que esta cinta sea más de él que de los mismos Paul, John, George y Ringo.
En la banda sonora original (OST), una serie de melodías que acompañan e iluminan la película escoltando las animaciones de Dunning llevan solo la firma del londinense: “Pepperland” (facturada por una orquesta de 41 instrumentos), “Sea of Time”, “Sea of Holes”, “Sea of Monsters”, “March of the Meanies” y “Pepperland Laid Waste”, así como “Yellow Submarine in Pepperland” que, aunque está acreditada a la dupla Lennon-McCartney, cuenta con los arreglos de Martin.
Es en ese conjunto de temas, que puede defenderse que resultan el experimento más osado del productor a lo largo y ancho de toda la trayectoria de los Fab Four, donde Martin, por fin, pudo liberar todos sus impulsos creativos que siempre estuvieron al servicio del conjunto, para expresar ahora toda su propia individualidad como creador.
El impacto cultural de Yellow Submarine, la película no es comprensible sin la idea de los mares-océanos y del Pepperland de George Martin. La cinta, que emplea una estética afín tanto al imaginario de la cultura infantil de los sesenta, como a la psicodelia de aquella era, constituye una pequeña joya del cine y un registro documental en que el quinto Beatle finalmente logró imponer de manera definitiva sus términos, siendo -esto, visto a la distancia- ese y no otro el espacio en que el productor logró el punto más alto de su carrera como comparsa de la banda liverpooliana. De este modo, la estética visual y sonora de Yellow Submarine, la película se transformaría en uno de los sellos de fábrica de la cultura que gira en torno a The Beatles y que incluso en Santiago de Chile es citada y homenajeada en un lugar como el pub Pepperland en el Barrio Italia: un ejemplo final del arte británico de la segunda mitad del siglo XX que en estos días va a ser recuperado y en el que la sociedad de la tercera década del tercer milenio podrá, todavía, solazarse.