Aclarémonos. No creo que Yellow Submarine (1969) sea el mejor álbum de los Beatles. Hay otros que sin duda están varios escalones arriba. Sin embargo, tomé la defensa de Yellow Submarine porque si de algo estoy convencido, es que se trata de un disco que es solo para los de verdad. Para los que realmente son fanáticos de los fab four. Es fácil ser fan de The Beatles escuchando los discos compilatorios rojo y azul (te vuelan la cabeza, sí), pero darse el tiempo de apreciar las canciones que los mismos Beatles consideraron como “material menor”, es signo inequívoco de que hay un interés genuino por la banda. Es decir, creo que pasar por Yellow Submarine es una especie de rito de paso, donde uno transita desde ser solo seguidor hasta ya ser derechamente militante de los Beatles. Esos son los de verdad.

Hablaba con mi dealer de vinilos hace un tiempo y ante mi pregunta de cuál era el disco de los Beatles que más le pedían, me dijo justamente Yellow Submarine. “Los fanáticos-fanáticos lo buscan desesperados para completar la colección, es como siempre el infaltable. No se quedan tranquilos hasta conseguirlo. Realmente se lo pelean”. Esos son los de verdad.

Yellow Submarine es una especie de luna eclipsada por esos dos soles que son el White album, con toda su crudeza, y el Abbey Road, con su majestuosa suavidad. Aún así, y pese a la subvaloración general que el cuarteto le dio al proyecto (odiaban la película y el soundtrack era un trámite), tiene momentos memorables. Solo para los de verdad.

Un ejemplo es “Only a Northern song”. Descartada de Sgt. Pepper’s lonely hearts club band, es una canción que emociona pese al canto cansino de George Harrison y a la poca seriedad con que sus compañeros se la tomaron, según cuenta el ingeniero de grabación Geoff Emerick en su libro El sonido de los Beatles (Indicios, 2011). La letra es sencilla, fácil de aprender y da cuenta de lo molesto que se encontraba George por esos días, en que prefería haberse quedado en la India en vez de estar encerrado en un estudio. El órgano del inicio es psicodelia pura, con las notas alargadas y el sonido arrastrado. Los platillos expansivos de Ringo, tocados a todo volumen, colaboran en otorgar cierta densidad y calidez a la canción y a su vez dándole carácter. En esa época eran más delgados, lo cual le daba ese sonido jazzero.

Mención aparte para “Hey Bulldog”, una verdadera joya del catálogo beatle, y que se encuentra en pocos compilados (solo en el Rock 'n' Roll Music, de 1976, y en el Yellow Submarine songtrack, de 1999). Hay gente que se la pierde solo por eso, siendo que es una de las mejores canciones que John Winston Lennon hizo en su vida. El riff del inicio, en piano y que luego dobla la guitarra, se ciñe a la vieja pero efectiva fórmula del manual: sencillo y melódico. Eso atrapa de inmediato al oyente. La letra, sin sentido, tiene una prosa ingeniosa que evoca a su ídolo Edgar Allan Poe. Además tiene la gracia que tuvo a todos los demás Beatles muy enchufados en la sesión de grabación. Harrison anduvo impecable con la guitarra, a morir con el fuzz, y clavó un solo agresivo y preciso (“una de las pocas ocasiones en que lo clavó inmediatamente”, cuenta Emerick) con el que noquea hasta al rockero más duro, de esos que ahora parecen de museo pero que no dejarán nunca de existir.

Solo con esta canción se justifica pasar por este álbum. Fue grabada antes del viaje del cuarteto a la India, en unas sesiones donde también se registraron "Lady Madonna" y "The inner light", las que salieron como single como lados A y B, respectivamente. Lennon pujó para que "Hey Bulldog" fuese el lado A pero George Martin le dijo que las portadas del single ya estaban impresas. Una lástima. Acá los Beatles suenan crudos y rockeros como nunca, y la voz nasal y rasposa de Lennon le hace juego al sonido.

"Hey Bulldog" es como una versión ácida de Ty Segall, y que ha sido covereada por muchos artistas. Hay una imperdible de Elvis Costello, y para los más rockeros, hay unas de Alice Cooper —con solo de Steve Vai— y de Skin Yard, la banda de Jack Endino, en clave grunge con todo el sonido sucio Seattle.

Otro ineludible es “It’s all too much”. Grabada en las sesiones de Magical Mystery Tour, es un joya. Son los Beatles sonando psicodélicos como pocas veces. Es Tame Impala del Lonerism antes de Tame Impala, y sin hype ni Lollapalooza. Suena poderosa, con los amplificadores a tope, el bajo hipnótico de McCartney y Ringo aforrándole a su tambor Ludwig Jazz Festival. El tema se aprecia sobre todo en vinilo, con el órgano vaporoso del inicio captado en todo su color. La trompeta barroca es cortesía de David Mason, quien también la tocó en “Penny Lane”.

Una banda que leyó bien la psicodelia del tema es The Flaming Lips, quienes se despacharon una impecable versión en vivo, de ocho minutos de duración. Lisérgica y noqueadora al mismo tiempo. Comfort y música para volar. ¿Y el lado B? Las composiciones de sir George Martin para la película. Ok, es música sinfónica, pero diablos, ¿dónde has escuchado música sinfónica en un disco pop y que más encima ocupe una cara completa del vinilo? Solo para los de verdad.

Recomiendo escuchar este disco en vinilo (mejor todavía si es de época), con una buena cápsula y a todo volumen, estos discos se hicieron para eso. Filo con los vecinos (total, luego lo van a agradecer).