Formados en Düsseldorf en el amanecer de los años 70, los alemanes Kraftwerk se hicieron de su propio estudio de grabación, denominado Kling Klang Studio, en el centro de la ciudad. Allí sumaron a Wolfgang Flür, quien sería el percusionista de los discos más emblemáticos del grupo incluyendo Autobahn, Trans-Europe Express y Die Mensch-Maschine, entre otros.

En Kraftwerk: yo fui un robot (Milenio, 2011), Flür cuenta que desde el principio “Ralf Hütter y Florian Schneider-Esleben se habían llevado mejor”. 

“Ambos provenían de familias acomodadas a las que nunca les había faltado el dinero, y menos todavía cultura o educación. Tenían unos modales exquisitos y habían viajado mucho durante su infancia. Sin embargo, Karl Bartos y yo veníamos de la denominada clase media”, escribe.

Sobre Florian, co-creador de la banda fallecido hoy, dice que “tenía una preferencia por la moda rural alemana: vestía una chaqueta de loden, camisa de algodón a cuadros, pantalones de franela y un elegante pañuelo de cuello. Podía haber pasado por un actor de una tierna película regional alemana”.

Con Ralf conoció los sintetizadores. El otro fundador de Kraftwerk tenía un Minimoog, “tan caro por aquel entonces como un Volkswagen”, y tocaba además un órgano Farfisa y un viejo Hammond B3, mientras que “el laboratorio de pócimas sonoras de Florian era más difícil de entender: tenía un montón de máquinas de efectos, una pequeña consola, un equipo de eco con el famoso ojo mágico y un nuevo y flamante sintetizador ARP que no tenía ninguna tecla de las normales, sino los símbolos de las notas impresos sobre botones que cerraban un contacto cuando se presionaban”. 

Schneider-Esleben usaba además flautas traversas “que amplificaba a través de un micrófono Shure y distorsionaba con maravillosos efectos de eco”. 

Y contaba con un osciloscopio que reproducía en una pantalla verde la imagen óptica de la frecuencia de los sonidos. 

“Todo parecía muy técnico y moderno”, describe el músico en sus memorias.

Influencia

En su libro, Wolfgang Flür comparte muchas vivencias con el grupo y recrea sin cinismos pasajes de camaradería y traición en la interna de Kraftwerk. Allí reflexiona sobre los aportes del influyente grupo alemán, padres de la música electrónica y pioneros del electro pop y el uso de sintetizadores. 

Dice: “Ávidamente tomamos todo lo que no fuera alemán y creíamos que todo lo que venía de Gran Bretaña o Estados Unidos era bueno, moderno, honesto. Nuestros padres eran incapaces de facilitarnos lo que queríamos, así que consumíamos productos de otros países (...) En medio de ese vacío sin identidad cultural, la experimentación musical de Kraftwerk apareció y lo hizo todo completamente de otra manera. Nos presentamos a nosotros mismos como alemanes y modernos, cantábamos letras en alemán y de modo desafiante le dimos a nuestro grupo un nombre alemán. Tocábamos canciones que sonaban tan técnicas y ‘calculadamente frías’ que parecía que las habían escrito científicos para fórmulas químicas o para el formato estándar DIN de la industria alemana”. 

¿Qué había realmente detrás de esas canciones robóticas sobre carreteras, paseos matutinos, luces de neón y ruidos modulados? ¿Solo romper el hábito de escuchar música de guitarras? “Lo dudo”, escribe Flür  y enarbola su propia lectura.

“Con Kraftwerk pasamos por tiempos difíciles como pioneros, protagonistas y propagandistas —anota—, pero al final, nuestra obstinación valió la pena y otros grupos se fueron entusiasmando con los sintetizadores, poniendo a un lado sus guitarras —que sonaban siempre igual— y desarrollando los sonidos propios del electro pop, inspirados por nuestros temas filosóficos y, sin lugar a dudas, por el sonido minucioso de Kraftwerk”. 

Según Flür, una década después de la formación de Kraftwerk en Alemania, hubo en Inglaterra “una verdadera epidemia de sintetizadores con artistas como OMD, The Human League, Depeche Mode, Gary Numann, Cabaret Voltaire, Pet Shop Boys y muchos más que tomaron como modelo a Kraftwerk y empezaron a crear sus propios sonidos sintetizados”.

Músicos como David Bowie y Michael Jackson contactaron a la banda para profesar su admiración y trabajar en conjunto. Pero todo terminó —al menos para el baterista— cuando descubrió entre otras cosas que su nombre no aparecía en los créditos de los discos y además supo que sus compañeros de grupo habían patentado un tablero de percusión electrónica que él mismo inventó.